El período que termina se resume como el peor que hayamos sufrido en este país tropical de los 18 años de la actual gestión gubernamental. Sin duda alguna podemos asegurar que el alumno superó con infinitos cuerpos de distancia al mentor de Sabaneta, quien lo dejara como legado patriótico aquel diciembre de 2012, poco antes de fallecer en La Habana.

Si comparamos este trance de 2017 con algunos eventos críticos conocidos podremos reconocer la trágica situación que padecemos, comenzando por lo acontecido en las jornadas de abril de 2002 y el paro cívico nacional de 2002-2003, luego con la conversión al bolívar fuerte a inicios de 2008 ante la inflación corrosiva del poder adquisitivo, para entrar en la recta final de la transición política de 2013, podemos constatar que nunca retrocedió nuestra condición de vida a los niveles inimaginables de este año.

No es para menos, con una economía que ha involucionado en el lapso de 2013-2017 a un aproximado -30% acumulado del PIB, no le puede ofrecer un lecho de rosas a sus habitantes, más aún si le agregamos un presidente que dedica la mayor parte de su tiempo a la confrontación ideológica con mandatarios del mundo entero, o al apoyo cortesano de sus aliados del Alba y a sus celestinos acreedores del Asia.

El resultado no puede ser otro que la pobreza generalizada cercana a 80% de la población y la miseria abyecta que ha conducido a una africanización de nuestra sociedad, reflejada en el noticiario universal: más de 2.500.000 venezolanos huyen despavoridos de su país, algunas mujeres venezolanas ejercen la prostitución en el  continente americano para poder sobrevivir y enviar remesas a su país, profesionales universitarios laboran de buhoneros en las principales capitales de ciudades de América Latina y los que corren con mejor suerte logran asilo político en Norteamérica y Europa.

Tragedia nunca vivida en nuestros 240 años de identidad nacional, quizás comparables pero no similares a las que pudieron vivir otros pueblos, como la España trajinada por la generación del 98 de Miguel de Unamuno: “Sentían el destino infortunado de España, derrotada y maltrecha, más allá de los mares, nos prometíamos exaltarla a nueva vida. De la consideración de la muerte sacábamos fuerza para la nueva vida”; o la tragedia vivida por la Alemania desmembrada luego de la aventura nazi, en dos países desde 1945.

Lo que sufrimos los venezolanos ha abierto una profunda herida en las entrañas de la nación, causada por quienes ejercen desde el poder la humillación al opositor como política de Estado. No se puede esperar menos de quienes asumen con orgullo y saña ser dictadores, a través de una sarta de comuneros del PSUV, autocalificados como ANC, que violan de manera consecuente el Estado democrático. Quienes no cesan de enrostrarle al mundo entero la soberbia del poder al eliminar las alcaldías metropolitanas de Caracas y del Alto Apure,  suspender la licencia de los partidos políticos que no participaron en las elecciones municipales y humillar a los presos políticos al liberarlos bajo la condición de reconocer al fraudulento parlamento de la ex canciller.

En otras latitudes hubiera significado a la delegación opositora darle un zapatazo a la mesa de diálogo dominicano y retirarse de inmediato de esa instancia ante la burla gubernamental de adornarse con la paloma de la paz en una mano, mientras en la otra blande la cachiporra y la bota militar, para arrinconar a un pueblo ansioso de libertad y democracia.

Solo nos queda observar los caminos que se deben trazar para 2018, ese es el reto de la Venezuela que exige libertad y coherencia política.


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