El 8 de diciembre pasado se cumplieron cien años del final de la Batalla de Cambrai –entre británicos y alemanes en el Frente Occidental de la Gran Guerra–, la cual es considerada como la primera en la que se usan los tanques de manera masiva y coordinada con la aviación y la infantería. Un preludio de lo que será, cambiando lo cambiable, la famosa “Blitzkrieg” que usará la Alemania de Hitler para conquistar buena parte de Europa en la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces, la novedosa táctica militar no pudo ser aprovechada al máximo por las inevitables limitaciones técnicas de los tanques como invento reciente y la falta de reservas. Este último problema será resuelto al año siguiente, lo cual llevó a la victoria sobre Alemania, pero el hecho cierto es que dicha experiencia había cambiado la guerra para siempre. Si a tan importante suceso sumamos la Revolución bolchevique, se podría afirmar que 1917 fue el año más importante de la Primera Guerra Mundial y con mayor impacto para el siglo XX.

El general J. F. C. Fuller señala en su obra: Las batallas decisivas del mundo occidental. Volumen 3 (1961), que “el 6 de abril de 1917 fue el día más importante en la historia de Europa”, porque fue la fecha en la cual Estados Unidos declaró la guerra al imperio alemán y casi simultáneamente dicho imperio enviaba a Lenin en un tren a Petrogrado. Ambos “fueron los más destacados acontecimientos de la guerra, que andando en el tiempo ejercerían una influencia radical en el desplazamiento del eje político del globo”, concluirá el historiador militar. Alemania logró que Lenin, al tomar el poder en Rusia, firmara la paz y de esta forma poder concentrar sus fuerzas en el Frente Occidental, pero de nada le valió porque la entrada de Estados Unidos en la guerra le otorgó a sus enemigos las reservas necesarias para vencer en la guerra industrializada.

Si la revolución comunista tendrá en el período entreguerras a su contraparte en la revolución fascista, se puede decir que esta nace también en 1917. Por lo menos tiene su semilla en dicho año y más aún cuando ella se relaciona de manera íntima con dos fenómenos: la “hermandad de las trincheras” y el nacionalismo. El primero se refiere a la camaradería entre los soldados como un vínculo identitario que rompe con la conciencia de clases (burguesa u obrera), pero que incluso ve al capitalismo y al comunismo como una amenaza a dicha unidad, la cual a su vez tiene en el segundo fenómeno una de sus expresiones más elaboradas. El año de 1918 y lo establecido por el Tratado de Versalles al año siguiente, ratificarán la Europa de los nacionalismos. Se puede concluir, entonces, que el totalitarismo tiene su fecha de nacimiento hace cien años exactamente. Y aunque a escala mundial la democracia parece haber logrado imponerse, algunos países todavía padecen dictaduras con claras pretensiones totalitarias.

La Primera Guerra Mundial, más allá de sus consecuencias militares, políticas y sociales, fue un horror. Nunca antes ninguna guerra había generado tal número de muertos en tan poco tiempo. Siempre lo debemos tener presente. Aunque en medio del infierno, hubo momentos de esperanza, tal como ocurrió en la tregua de la Navidad de 1914. Hecho hermosamente narrado en la película Joyeux Noël (Christian Carion, 2005), donde la música de la Noche Buena une a los enemigos y desde ese momento no pueden dispararse más. Quiero soñar que ese mismo espíritu, en medio de esta breve reflexión sobre las consecuencias de aquella guerra ya centenaria, inspiren a los venezolanos que sufren las consecuencias de los “hijos ideológicos” de Gran Guerra.


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