Hace unos meses, en octubre, Diego Rísquez hablaba emocionado de la selección de varias de sus películas para una exhibición en Los Ángeles. Pretendía viajar para asistir a la proyección de Bolívar, sinfonía tropikalOrinoko, nuevo mundo y Amérika, terra incógnitaen la muestra Ismo Ismo Ismo: cine experimental en América Latina.

Al final, no pudo ir. Su cuerpo no respondía como antes debido a las complicaciones de un tumor cerebral que le fue diagnosticado a mediados de 2016. Lo operaron y recibió tratamiento, pero recayó a finales de 2017 y falleció la mañana de ayer en Caracas.

Su cuerpo no respondió a una mente inquieta, que planeaba e imaginaba historias, planos, locaciones y un sinfín de elementos que terminaran mostrándose en una gran pantalla. Con el crítico Robert Gómez preparaba un guion. “Una historia de amor entre dos actores que se rodará en París, Florencia y Venezuela. Quiero reflejar la realidad de los años recientes”, dijo en octubre sentado en una de las poltronas de la habitación de su casa, ese museo repleto de pinturas, muñecas y demás objetos que hacen a todo creador estar feliz con el mundo que suelen transformar; todo un registro de su universo cinematográfico y pictórico.

El cine de Rísquez es sin dudas distintivo en la historia de la cinematografía nacional. Creó un lenguaje y un estilo que lo diferenció de tantos, aunque también le valió críticas en su momento de aquellos que no comprendían o desaprobaban su propuesta. Él estaba claro de que se dirigía a un público que buscara cosas distintas, no más de lo mismo. Eso sí, pensaba en la repercusión. “Mis películas son atemporales, sin una determinación de tiempo específico, y a medida que pasen los años, serán más fáciles de entender”, aseguró a El Nacional en 1992.

Rísquez, que nació en Margarita el 15 de diciembre de 1949, se interesó en esos héroes  de la historia que consideraba ineludibles, pero relegados. Pero nunca quiso caer en el lugar común del personaje estirado e impoluto. Como dice su colega y amiga Malena Roncayolo, quien recuerda con emoción cuando vieron juntos la llegada del hombre a la Luna: “Todas con su especial toque, a mí entender, no eran totalmente realistas, Diego les torcía la historia y proponía una nueva visión”. Destaca además el trabajo que Rísquez realizó en súper 8 en filmes como Orinoko, nuevo mundo. “Una obra que me maravilló por el retrato pictórico que representó con imaginación, y por mi afecto hacia el rio”.

El reconocimiento como autor se consolidó con Bolívar, sinfonía tropikal, filmado en súper 8, que participó en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cine de Cannes, donde se exhibió en 35mm. Luego, fue un asiduo de ese certamen, pues ahí también se vieronOrinoko, nuevo mundo, en 1984, y Amérika, terra incógnita, en 1988, influenciadas por los grabados de Theodor de Bry.

“Este es un público bastante difícil. Además, son trabajos con un lenguaje poco común, en el que los actores no hablan, son obras muy visuales, no cuentan una historia convencional. Recordemos que acá la gente es muy televisiva, y especialmente en los años setenta y ochenta que fue cuando se estrenaron las películas”, decía el cineasta sobre la relación conlos espectadores venezolanos.

Rísquez, que también fue director de arte, se alejó de ese cine social que reflejaba la violencia de una ciudad peligrosa y pobre. No se sentía mal por ello. “Yo no podría hablar de los barrios porque esa no es una realidad que conozco, lo que no descarta que en algún momento trate un problema social”, dijo en 1992 a la periodista Albor Rodríguez.

Su trayectoria comenzó en los setenta, cuando cansado de tanta teoría en la Escuela de Comunicación Social, junto con otros estudiantes, decidió realizar un cortometraje: Siete notas, que fue protagonizado por él.

En ese momento encontró el medio para expresar tantas ideas, pues el teatro que había hecho y las artes plásticas no eran suficientes.

La prensa de la época lo llamaba incomprendido o “a antítesis del cine nacional. Vivió en Europa, donde fue fotógrafo de la Galería Ático de Roma en momentos en los que empezaba la transvanguardia.

Es el responsable de A propósito de Simón Bolívar (1976), Poema para ser leído bajo el agua (1977), A propósito de la luz tropical (1978) y A propósito del hombre maíz (1979). Siguió la famosa trilogía antes de estrenar Karibe kon tempo (1994), Manuela Sáenz(2000), Francisco de Miranda (2006), Reveròn (2011) y El malquerido (2015).

“Hay mucha ironía, pero también devoción en el tránsito sobre lo que él concibe del cine, el país y su mirada cinematográfica. Cuando uno ve lo que ha hecho, entiende que ese creador intenta buscar giros y desprenderse de lo que le ha dado notoriedad y rasgos, para evolucionar en su propia caligrafía visual. Pasa del relato absolutamente épico y pictórico a uno más carnal, cercano y quizá más convencional”, afirma Rober Gómez, todavía en presente,  sobre la obra las distintas etapas de su amigo, con quien escribió el guión de El malquerido.

Ahora, sobre esos giros en la trayectoria, esta última película representó un vuelco inédito por ser su primer filme con carácter popular. “En todas las demás he hablado de la elite. EnReveròn la elite de la pintura; en Miranda y Manuelita, las elites de la Independencia”, dijo en diciembre de 2015.

Con Gómez trabajaba en ese nuevo guión que había titulado, temporalmente, Proyecto Florencia, sobre el que todavía es pronto para afirmar qué pasará “Apareció mientras pensábamos cómo desarrollar la película sobre Guaicaipuro, cinematográficamente más complejo”. El filme sobre el cacique iba a ser protagonizado por Jesús Miranda, quien encarnó a Felipe Pirela en El malquerido.

Era un genio. Francisco de Miranda tiene varios rostros en el ideario venezolano. Está el que pintó Arturo Michelena en La Carraca, pero también el del actor Luis Fernández, a quien Rísquez eligió como protagonista de uno de sus más anhelados proyectos. “Era un genio creativo, eso no hace falta decirlo porque su obra lo evidencia, pero lo curioso de Diego era su inmensa generosidad para permitirte entrar en ese universo y hacerte parte de él. De mis experiencias cinematográficas recuerdo la de Miranda con gran afecto y emoción. El entusiasmo creativo era contagioso y estimulante. Un día de rodaje a su lado significaba salir agotado físicamente y despierto creativamente, por lo que dormir, rodando con Diego, para mí no fue una opción. En un mundo lleno de egos sin talento, vulgaridad y lugar común, Diego siempre será esa excepción que nos reconcilia con el hecho creativo. Y lejos de hacerle ningún homenaje póstumo, cosa que detestaría por cursi, por ordinario, hoy celebro a Diego por su legado, como lo he celebrado siempre, por su genio y, sobre todo, por su innecesaria, desinteresada y auténtica generosidad”, afirma el actor, que también interpretó a Nicolás Ferdinandov en Reveròn.

La documentalista Kaori Flores Yonekura recuerda los días en los que conoció al realizador. Las fiestas en su casa y las conversaciones con otros cineastas. “Pienso en él como el artista comprometido y el amigo que te abre su casa. Como artista, su cine es un impulso psíquico, un surrealismo figurativo lleno de escenas oníricas, veces brutales y tiernas de nuestros emblemáticos símbolos nacionales; una forma de expiación y de revisión de nuestra psiquis colectiva”.

El acto velatorio será mañana de 8:00 am a 12 del mediodía en el Cementerio del Este. El entierro se hará a las 2:00 pm.


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