El paso del tiempo crispa, preocupa y angustia mucho, especialmente cuando resta facultades para dedicarse a un oficio y una pasión. Esas son las cavilaciones de Rayo McQueen, la legendaria figura de las carreras de carros que ha sido aclamada por multitudes.

Lamentablemente en Cars 3, película que se estrenó ayer, esas fantasías cumplidas de éxito arrollador en las pistas empiezan a tambalearse. Las nuevas generaciones de vehículos, con sus diseños tan aerodinámicos, la desbordante capacidad de aceleración y suspensiones cada vez más afinadas, se convierten en el gran peligro de su carrera.

El querido bólido rojo que se desplazaba confiado desde 2006 –año que se estrenó la primera cinta de la saga– ya no podrá hacerlo. A los circuitos han comenzado a llegar jóvenes competidores que se pavonean de sus capacidades. Saben que son más avanzados y lo demuestran, dispuestos a enterrar en chiveras a aquellos que son considerados leyendas.

Todo empieza en una carrera cuyas quinielas estaban resueltas, sin mayores opciones más allá que dar como ganador a McQueen, pero un recién llegado se convierte en su rival: Jackson Storm, un joven y prepotente carro negro que a primera vista transmite lo que se espera del avance de la ingeniería. Además, cuenta con un equipo de alta tecnología para su entrenamiento, todo planificado minuciosamente para lograr la victoria.

Cars 3 es dirigida por Brian Fee, quien se encarga de una historia que trata esa constante lucha entre lo que llaman nueva y vieja escuela. Mientras Storm practica y reduce sus tiempos en modernos complejos donde parece que no se escapa ningún detalle, siempre conectado a simuladores que precisan sus tiempos, McQueen se llena de tierra en carreteras y campos como siempre lo ha hecho. La vieja usanza nunca falla, piensa el simpático y optimista automóvil, acompañado de todos esos amigos que lo han impulsado desde el principio como parte de su equipo. Claro, echa de menos a Doc Hudson, el mentor del protagonista.

Pixar plantea esa discusión entre las viejas y nuevas prácticas, con especial énfasis en ese romanticismo que no permite desechar lo antiguo. Es evidente la emoción cuando McQueen no sucumbe a los nuevos artilugios de la industria para mejorar su rendimiento.

Afortunadamente, cuando el largometraje pareciera estancarse en esa disputa, el tema queda en segundo plano: el carro protagonista comienza una introspección sobre la continuidad de su carrera en circunstancias inevitablemente cambiantes.

Entonces, la película animada recobra el aliento para sumir en la duda al espectador sobre lo que pasará con el entusiasta automóvil de carreras, que tiene que enfrentarse además a una opinión pública voraz. En todo este reto para sobrevivir al avance tecnológico lo acompaña Cruz Ramírez, quien en principio es asignada para entrenar a McQueen con los mismos equipos que el principal contrincante. Aunque es un personaje estereotipado, logra darle una interesante dinámica a la trama.

El filme no solo mantiene la emoción propia de una competencia constante, sino también el buen humor, sobre todo el relacionado con la forma en que los medios tratan el tema.


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