Las voces de alerta en la comunidad científica comenzaron a escucharse meses antes de que Donald Trump ganara la presidencia de Estados Unidos, incluso cuando aún se disputaba el puesto como candidato republicano. Sin embargo, tan pronto fue proclamado como vencedor de la contienda electoral contra Hillary Clinton, se convirtieron en una invocación urgente al activismo.

En noviembre, pocas semanas después de que se conociera el resultado de la elección, un grupo de investigadoras, bajo el nombre de 500 women scientists, hizo pública una carta en la que rechazaba las controversiales declaraciones en temas científicos del nuevo mandatario, así como sus expresiones sexistas, y que resumía algunos de los principales temores. “Los sentimientos anticonocimiento y anticiencia expresados repetidamente durante las elecciones presidenciales estadounidenses amenazan los mismos cimientos de nuestra sociedad. Nuestro trabajo como científicos y nuestros valores como seres humanos están siendo atacados”, señala el manifiesto, al que ya se han adherido más de 17.000 personas de 100 países. 

En todo caso, el efecto Trump sobre la ciencia no ha hecho más que empezar y no hay duda de que tendrá repercusiones globales. La mejor prueba de ello es la Marcha por la Ciencia, una iniciativa ideada por un pequeño grupo de investigadores en Estados Unidos que se planteó primero en redes sociales y pronto se convirtió en una acción internacional. Aunque Washington es el epicentro de la protesta, que se iniciaba ayer con una movilización en las calles a la que seguirá una agenda de actividades futuras, más de 500 ciudades de todo el mundo se han sumado al movimiento que busca “responsabilizar a los líderes y diseñadores de políticas si silencian, ignoran, atacan o distorsionan las pruebas científicas”.

Basta echar una mirada a los currículums de algunos de los organizadores y participantes de la Marcha por la Ciencia para advertir que Trump no se ha topado con cualquier enemigo, sino con miles de brillantes investigadores dispuestos a utilizar herramientas novedosas para hacer llegar su mensaje. “Recordemos que no solamente la amenaza a la ciencia es real, hay muchos otros sectores en riesgo”, señala Marisol Aguilera, presidente de la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia. Aunque la organización no consideró oportuno convocar una actividad en el país, sí suscribió la Declaración de Buenos Aires de Interciencia, un ente regional que agrupa a organismos de promoción de la investigación en todo el continente. “Las ciencias y las tecnologías son esenciales y las visiones que niegan la evidencia científica constituyen un riesgo que debemos encarar”, señala el documento.

Cambio climático: sin planeta B

No es una casualidad que la Marcha por la Ciencia haya sido convocada para el 22 de abril, coincidiendo con la celebración del Día Mundial de la Tierra. Una de las frases que ha usado para enganchar seguidores es “Únete, no hay un planeta B”. Lo cierto es que la cruzada para tratar de frenar el cambio climático, principal bandera de los ambientalistas, luce vulnerable en la era Trump. El recelo no es infundado: “El concepto de cambio climático fue creado por y para los chinos para hacer que la manufactura estadounidense no sea competitiva”, tuiteó desde su usuario @realDonaldTrump, el 6 de noviembre de 2012.

La decisión de nombrar al frente de la Agencia de Protección Ambiental a Scott Pruitt, ex fiscal general de Oklahoma, conocido por su escepticismo sobre el cambio climático y sus acciones a favor de la industria de hidrocarburos, dio alas a las preocupaciones de científicos y activistas, que comenzaron a animar algunas protestas en principio tímidas, como la que en diciembre protagonizaron algunos miembros de la Unión Americana de Geofísica.

El reciente anuncio de Pruitt de la posible salida de Estados Unidos del Acuerdo de París de 2015, que establece las directrices para regular las emisiones de gases que provocan el calentamiento global, así como la orden ejecutiva por la que Trump impuso la revisión del Plan de Energía Limpia que había sido diseñado por la administración de Barack Obama para reducir la generación de CO2 por las centrales eléctricas, han alimentado la irritación de activistas y científicos. “Debemos hacer un frente único de ciudadanos, científicos del clima y comunidades de primera línea para exigir que los tomadores de decisiones reconozcan que el cambio climático es una amenaza real y urgente, causada por el ser humano”, señala una campaña pública lanzada por la plataforma ClimateTruth.org, que ya ha sido firmada por más de 25.000 personas.

Inmigración: barreras contra la inteligencia 

Universidades y centros de desarrollo científico y tecnológico en Estados Unidos atraen a investigadores e innovadores de todas partes del mundo, por lo que la retórica de Trump contra la inmigración, bastión de su campaña electoral, ha sido otra fuente de tensión entre el ahora presidente y el mundo científico. “Aproximadamente el 5% de todos los estudiantes en los Estados Unidos proceden de otros países, incluyendo más de 380.000 personas que estudian ciencias, ingeniería, tecnología o matemáticas”, recordaba una noticia publicada en el portal de la revista Nature, hace un año, que revisaba las reacciones frente a las amenazas de deportación que bullían en el discurso del entonces candidato.

Los vetos migratorios que la administración de Trump intentó imponer contra ciudadanos provenientes de países de mayoría musulmana, y que han sido suspendidos en tribunales, provocaron respuestas del mundo académico pero también de los gigantes tecnológicos que nutren sus nóminas con talento internacional. En lo que algunos han llamado la rebelión de Silicon Valley, cerca de 160 empresas, entre ellas Facebook, Google y Amazon, decidieron reaccionar públicamente contra esas medidas. “Los inmigrantes han hecho algunos de los descubrimientos más importantes de la nación y han creado algunas de las más innovadoras e icónicas compañías”, dice la apelación que presentaron los representantes legales de las empresas cuando se firmó el segundo veto migratorio. El reciente anuncio de hacer más estricta la concesión de la visa H1B, que se expide para profesionales universitarios, será otro aliciente para las protestas.

Antivacunas: el avance de la anticiencia

Mucho antes de comenzar la carrera por las elecciones presidenciales, Donald Trump ya había dejado ver su posición cuestionando la seguridad de las vacunas. En su cuenta de Twitter escribió, en marzo de 2014: “Un niño saludable va al médico, recibo una inyección de múltiples vacunas, no se siente bien y los cambios. Autismo. Muchos casos”. Parecía basarse en el fraudulento artículo de 1998, del británico Andrew Wakefield, que encontraba una relación entre el trastorno y el mercurio usado en las inmunizaciones, una investigación que fue denostada por la revista The Lancet, que originalmente la había publicado. Pese a los desmentidos, una parte de la población sigue creyendo en la autenticidad del engaño, y el presidente estadounidense sin duda se cuenta entre ellos.

Lo demuestra su decisión de nombrar a un activista de esta creencia anticientífica, Robert F. Kennedy Jr. (sobrino del presidente John F. Kennedy), para presidir una comisión que evaluará precisamente la seguridad de las vacunas. Irónicamente, este asesor ha criticado las decisiones en materia ambiental de Trump. Otra famosa afirmación sin evidencias científicas de Trump también fue emitida en su cuenta en redes sociales: acusaba a los bombillos ahorradores de causar cáncer. Durante la campaña electoral se quejó de que las medidas para preservar la capa de ozono hubieran arruinado su fijador en spray para el cabello.

Recortes presupuestarios: protesta espacial

Las protestas científicas contra Trump, literalmente, ya rebasaron las fronteras planetarias. La Red de Agencias Espaciales Autónomas decidió elevar un globo meteorológico a 27.000 kilómetros de altura, equipado con GPS, una cámara y un mensaje dirigido directamente al presidente de Estados Unidos (“Mira eso, hijo de p…”). La idea era protestar contra los recortes presupuestarios para la ciencia que afectan entre otros al programa espacial estadounidense. El borrador de presupuesto de 2018 que presentó la Casa Blanca esta semana rebaja 31% los recursos de la Agencia de Protección Ambiental, 18% los del Departamento de Salud y 1% los de la NASA.

Entre quienes han realizado observaciones a la propuesta, es notable la voz del venezolano Rafael Reif, presidente de la que es quizás la institución científica más prestigiosa del mundo, el Instituto Tecnológico de Massachusetts, y quien ya antes se ha pronunciado sobre otras medidas de la administración de Trump, como los vetos migratorios. Señala, en una carta publicada en la web de la institución, que “es imposible ignorar la escala de sus recortes en muchas áreas de investigación vitales para la misión del MIT. Mucho más importante, un presupuesto de este tipo perjudicaría la posición del país como líder mundial en ciencia e innovación”. Aunque aclara que aún el congreso debe dar una última palabra, apunta que un presupuesto con estas características podría significar entre 8 y 10% de reducción de recursos para la institución.

Marisol Aguilera, presidenta de Asovac, concuerda en que la evaluación de las acciones emprendidas hasta ahora por Trump son una evidencia de que es necesario tomarse en serio el peligro que los discursos populistas representan para la ciencia. Es inevitable trazar algunas similitudes con la experiencia reciente de Venezuela. “Fue lamentable cómo un país que necesitaba tanto de su investigación, tuvo un retroceso en materia científica que lo regresó a mediados del siglo pasado”. Considera, sin embargo, que la infraestructura y la organización científica de Estados Unidos pueden resistir la amenaza. “El sistema es muy fuerte, está apoyado por la empresa privada. Hay una cultura y respeto por la ciencia que difícilmente pueden ser destruidos”.


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