Roberto Clemente acababa de ser tomado en el draft de la Regla 5 por los Piratas de Pitsburgh cuando llegó a Venezuela, en febrero de 1955.

El jardinero de Carolina tenía apenas 20 años de edad cuando vio al general Marcos Pérez Jiménez hacer el lanzamiento ceremonial de aquella Serie del Caribe. Era un ligamenorista de mucho talento y poco nombre, todavía.

Clemente venía con los Cangrejeros de Santurce, pero el gran atractivo de aquella escuadra no era la perla de Puerto Rico, sino otro futuro miembro del Salón de la Fama, Willie Mays, quien hoy le acompaña en Cooperstown.

Fue la única vez que el legendario boricua vio acción en nuestro país.

El beisbol acaba de celebrar el Día de Jackie Robinson, por el septuagésimo aniversario del estreno del infielder estadounidense en las Mayores. El 15 de abril de 1947 cayó la barrera racial en la pelota. Pero el beisbol todavía tiene pendiente otra fiesta, que conmemore el 17 de abril de 1955, la fecha en que Clemente debutó en las Grandes Ligas.

No fue el primer latino en la MLB. El colombiano Luis Castro jugó en 1902 con los Atléticos de Filadelfia, en la Liga Americana, y ya el cubano Esteban Bellán había visto acción en la Asociación Americana, entre 1871 y 1873.

Ni siquiera fue el primer puertorriqueño. Hiram Bithorn abrió ese camino en 1942, tres años después del precursor entre los venezolanos, Patón Carrasquel. Pero Clemente marcó los diamantes de modo imborrable, por esa mezcla de talento y carácter que le hizo inmortal.

Aquel muchacho, pese a su mocedad, formaba parte de una divisa memorable, apodada “el escuadrón del pánico”.

Santurce llegó a Venezuela con sello de aspirante. Borinquen venía de conquistar la Serie del Caribe con los Criollos de Caguas. Mays tenía tres temporadas en las Mayores y acababa de ser campeón bate en la Nacional, con .345 de average.

¿Recuerdan la memorable fotografía en la que el norteamericano atrapa un elevado casi contra la pared del center, de espaldas al home? Eso fue en la Serie Mundial de 1954, apenas cuatro meses antes.

Mays era el gran atractivo en el estadio Universitario. Venía de dar 41 jonrones con los Gigantes de Nueva York, con 110 empujadas. Encabezó el viejo circuito con 13 triples, slugging de .667 y 1.078 de OPS.

Tanta gente que fue a verle, y sin embargo, tanto que le costó empezar a batear. Luego de 13 turnos fallados, ante su compañero Ramón Monzant, as del Magallanes, finalmente descargó un jonrón que decidió la victoria de la Isla del Encanto y le hizo prender los motores para el resto del torneo.

Clemente también brilló, con 7 anotadas en 6 encuentros, más .577 de slugging. Sin embargo, sólo era un novato. Faltaban dos meses para su debut con los Piratas de Pittsburgh y el comienzo definitivo de su leyenda.

Combativo, trabajador, orgulloso representante de su raza y su región, labró una carrera de tanto impacto en el terreno como influyente fue su influjo fuera del campo, hasta el día de su muerte, el 31 de diciembre de 1972, a bordo del avión que nunca llegó a Nicaragua con la ayuda que consiguió para las víctimas del terremoto.

Mays fue el gran atractivo de esos Cangrejeros. Don Zimmer fue el Más Valioso, contra todo pronóstico. Pero aquella visita a Caracas ayudó a pavimentar el camino de Clemente al estrellato y a la inmortalidad.

@IgnacioSerrano

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