Nuevamente, y contra todo pronóstico, el diálogo y la negociación vuelven a ser protagonistas del día a día de los venezolanos. Unos sorprendidos, otros no tanto, aunque desconcertados. Otros apostando a su éxito al igual que los que apuestan a su fracaso. Algunos defraudados, y por supuesto, muchos con la esperanza de que desde Oslo salte al ruedo una solución mágica que ponga fin a la cruel ruta regresiva por la que transitamos en el país. 

Si tomamos como referencia los antecedentes que para algo sirven e inclusive las primeras señales enviadas en esta oportunidad por el desgobierno, pareciera una mera ilusión pensar que la iniciativa noruega llegará a buen puerto. Ya en otras oportunidades, luego de haber estado en condiciones precarias, sentarse a la mesa con el desgobierno no ha servido sino para darles oxígeno cuando están casi ahogados. Ante ello, muchos de los críticos censuran que se auxilie al contrincante que enfrentamos con tanto ahínco, sin apreciar, tal vez deliberadamente, que del otro lado el oxígeno tampoco abunda. Es lógico, razonable y más que comprensible, que exista suspicacia, desconfianza y hasta un rechazo automático a la nueva iniciativa, pues además y como siempre, el uso correcto de las formas comunicacionales en nuestra acera ha sido el mismo de siempre, que es reaccionar al verse descubiertos. 

Pero, ¿qué hay de nuevo en Noruega, que esta vez merezca al menos no descartarlo a priori y lanzar la iniciativa a la hoguera del descrédito? Por lo visto, son muchas las novedades, muchas positivas y otras tantas negativas que igual no pueden dejar de observarse. Veamos:

– Existe esta vez la exigencia de una ruta con fundamento constitucional y el respaldo de una inmensa porción de la comunidad internacional. El cese de la usurpación, un gobierno de transición y la convocatoria a elecciones libres no pueden tacharse de ser un capricho de un sector de la oposición, sino el libreto de la propia Constitución Nacional, ante la culminación del periodo presidencial el pasado 9 de enero y el inicio de uno nuevo donde no se reconocen como legítimos los comicios donde afirma haber sido electo Maduro. 

– Más de cincuenta naciones libres y soberanas asumen la gestión de Nicolás Maduro como un gobierno de facto y reconocen a Juan Guaidó como el legítimo titular de la Presidencia de la República de Venezuela. Así, en Oslo, y frente a una gran parte de la comunidad internacional, no se discute entre gobierno y oposición, sino entre un sector que ejerce las funciones del Poder Ejecutivo pese a que la Constitución diga lo contrario y un sector que está investido de la legitimidad constitucional y el más amplio reconocimiento.  

– Contamos ahora con un responsable en todo el sentido de la palabra, quien no solo tiene la última palabra en lo que sea que derive lo que ocurre en Oslo, sino que ha demostrado algo a lo que no estamos acostumbrados en Venezuela, sobre todo cuando se trata de nuestra clase política: es el tener el coraje de asumir la responsabilidad cuando las cosas no salen bien o inclusive de decir las cosas, aunque no suenen como queremos. La última palabra es vital en estas circunstancias donde, a lo largo de muchos años, los tantos caciques han convertido la toma de decisiones en gallineros donde, cuando las cosas salen al revés o simplemente no salen, esconden la cabeza cual avestruces. Así, aunque rechazamos el caudillismo, decidir y responsabilizarse de lo que se decida es fundamental ahora más que nunca.

En cuanto a los peligros, es fácil advertirlos y, de ellos, los precedentes y las intenciones inconfesables pero a la vista de los actores del desgobierno son los principales y los más obvios; seguido de lo que no necesariamente salta a la vista como un equipo de negociación de comprobadas credenciales; continuando con el peligro de perder el sustento determinado de los que hasta ahora han sido los más importantes aliados internacionales de la causa democrática; y culminando con lo más importante, que es el riesgo de desmovilización y de pérdida de apoyo popular al gobierno interino, por lo único que puede dar lugar a ello, que es una estrategia comunicacional deficiente.

Pese al mensaje claramente expuesto que ha indicado que a la mesa de Oslo se lleva la ruta exigida de cese de usurpación, gobierno de transición y elecciones libres, como ciudadanos conscientes debemos estar listos para evaluar racionalmente una ruta alterna o, lo que es lo mismo, una alteración en el orden de los factores que conduzca al resultado deseado, pues si bien se ha hecho del cese de la usurpación el primer punto de la agenda, pactar elecciones libres puede igualmente llevarnos a puerto seguro, pues en ese escenario, el de unas verdaderas elecciones con las debidas garantías de transparencia e imparcialidad, no hay forma ni manera de que quienes han destruido al país puedan triunfar.

Pactar elecciones con las condiciones correctas no supone capitular ni mucho menos renunciar a nuestra lucha. Todo lo contrario, pone en nuestras manos la posibilidad de recuperar la democracia y no en la de terceros, incluidos aquellos que desde el planeta verde no han estado a la altura de lo que demanda su juramento.  Eso sí, que no haya duda, si fuese el caso, las elecciones deben ser en tiempo oportuno, con un Poder Electoral renovado y equilibrado, con una votación manual, sin reubicación de votantes y de centros de votación, sin puntos rojos, sin conexiones ocultas que den ventajas informativas a ninguna de las partes sobre la fluidez del proceso; y con la auditoría de todos y cada uno de los elementos del evento electoral, incluyendo los cuadernos de votación, que es desde donde hemos venido denunciando insistentemente en el Centro Popular de Formación Ciudadana, reside lo que podría ser en gran medida la manipulación de los últimos procesos comiciales.  En nuestra próxima entrega, ahondaremos con el debido detalle en lo que consideramos son los elementos mínimos que garantizarían el respeto a la voluntad popular.

Cástor González

Abogado

Presidente del Centro Popular de Formación Ciudadana (CPFC)

@castorgonzalez


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