Si Wim Wenders hubiese venido a Caracas en los años noventa quizás habría realizado otro documental sobre música. Muchas veces es necesario la mirada de un extranjero para apreciar el talento que se produce en una región, sobre todo si hablamos de un territorio donde sus ciudadanos ocupan el tiempo en situaciones de sobrevivencia básica.

Wenders realizó en Cuba a finales de  los años noventa el popular documental Buena vista social club. El audiovisual logró que alcanzaran el  éxito músicos cubanos que quizás hace mucho ya no lo esperaban. La mirada del director alemán revitalizó la carrera de intérpretes de más de sesenta años dándoles un segundo (y mejor) aire. 

Desafortunadamente,  Wenders no ha pisado Caracas, al menos no para filmar ninguna película.

Hace días murió Mario Suárez y su nombre se diluyó en las notas biográficas de diversos medios. Datos difusos y erróneos (que fueron reportados en las redes sociales) formaron parte de las reseñas que rememoraron su vida.

Este hecho me llamó la atención por varias razones. En primer lugar, reveló el vacío informativo existente en el país sobre la música y los interpretes nacionales. Más allá de lugares comunes y clichés,  poco se sabe sobre artistas que han sido parte de la historia del negocio del espectáculo en Venezuela.

No hay muchos (en algunos casos ni uno) libros, películas o documentales sobre determinados artistas: cantantes, actores, músicos, productores, etc.

Esto es lamentable porque el cine de ficción y el documental generan gran impacto. Tienen el poder de comunicar de forma contundente. Convencen de un modo directo y absoluto. Y en Venezuela hay historias que merecen ser contadas, retazos de tiempo que están fuera de nuestro alcance porque no han sido relatados. Documentales o películas  sobre música o músicos venezolanos hay pocos.

Más allá de la crisis y los problemas económicos actuales ¿existe el interés de contar esas parcelas de la historia? A veces parece que no.

Durante más de treinta años la cultura venezolana ha sufrido de un problema constante: una memoria exigua. Engavetamos el pasado, vivimos de la actualidad, de la moda, de las tendencias.

Lo que para otros países es parte de su idiosincrasia, para el venezolano es solamente pasado.  Demás está decir que esto es grave y peligroso. Un país sin memoria cultural no tiene identidad.

Con o sin crisis, en el presente o en el futuro cercano, los medios de comunicación deberían  encargarse de ahondar en la comprensión sobre los aspectos relevantes de la cultura venezolana. No se trata de nacionalismo. Se trata de expandir el conocimiento sobre un tema relevante que puede tener un impacto positivo en el colectivo.

El cine no es solamente un divertimento de fin de semana, también es un vehículo para transmitir aquello que nos puede ayudar a construir una vida mejor.  

Ahora más que nunca Venezuela necesita tener presente mejores tiempos, momentos en que el arte estuvo presente en la vida cotidiana, lejos de bachaqueros, las colas y las cajas del CLAP.


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