Y finalmente llegó ese día indeseable en que los habitantes de Caracas vivimos en carne propia lo que por años se ha venido viviendo con absoluta regularidad en todo el resto de Venezuela. El apagón llegó y llegó para instalarse en la cultura caraqueña, aún con todos los esfuerzos que haya hecho y siga haciendo el desgobierno para mantener a la Capital sin enterarse de su desidia culposa. Y es que no importa el tamaño de la burbuja, tarde o temprano la crisis generada por veinte años de descuido criminal se exhibe mostrándonos en nuestras narices con toda su fuerza, recordándonos la nefasta gestión de quienes en alguna oportunidad se ufanaron de defender y reivindicar al pueblo. 

Al momento de publicarse estas líneas, han transcurrido ya 12 días o casi 300 horas desde que el pasado 7 de marzo el país entero quedara a oscuras, y a la fecha, pese a que el restablecimiento del servicio se ha verificado en muchos sectores, algunos otros se mantienen aún sin energía, otros tantos luego de haberla recibido nuevamente no la tienen y en incontables escenarios, el suministro es precario e inestable. En fin, el problema dista de estar resuelto y cual cotufas o un cuero seco, saltan a cada instante las emergencias y contingencias. Un transformador aquí, una subestación allá, un tendido eléctrico más acá y un cable pelado en esa esquina, se convirtió en la información cotidiana que asalta nuestra mente ante el temor de ser nuevamente víctimas de la oscuridad.

Las anécdotas y los dramas personales se multiplican. Fueron trágicas las pérdidas de vidas humanas de las cuales no hay estadística oficial, pero si mucho dolor que lo certifica. Y también fatídicas las incuantificables pérdidas materiales reflejadas en la descomposición de inventarios perecederos en los negocios, en los inventarios domésticos, pérdidas de equipos por súbitos cambios de voltaje, y por supuesto, también producto de la interrupción abrupta de la cadena de comercialización, en un país donde más que nunca se requiere vender, trabajar y producir.

Entre las muchas teorías que se han puesto sobre la mesa en relación al 7 de marzo, se comenta la relativa a la del escenario provocado por el propio desgobierno, quien agobiado y acechado por el avance indetenible de la inevitable transición, decidió bajar el interruptor y dejarnos sin luz para romper el esquema opositor, siguiendo un libreto cubano. Sobre ello, hemos afirmado y así sostenemos que ese no es el caso, sino que más bien el desgobierno, con su acostumbrada habilidad para torcer a su favor circunstancias anormales, aprovechó su torpeza para el cálculo pequeño y mezquino de desmovilizar el avance de lo imparable. En otras palabras, el apagón no fue PROVOCADO pero si APROVECHADO. 

El pretendido aprovechamiento, indebido por cierto, se ha encontrado sin embargo en su avance con un muro de concreto armado en el espíritu ciudadano, cuyo elemento principal es la resilencia, pues de forma indeclinable, ya entramos en la denominada zona de no retorno, donde aún sin energía eléctrica, tenemos la certeza de que la luz está allí a la vista al final del túnel. Así las cosas, una y otra vez los ciudadanos nos levantamos y trascendemos a los obstáculos. Sin acostumbrarnos, nos adaptamos a las circunstancias para poder mantenernos en pie de lucha para seguir nuestra ruta y alcanzar el objetivo de trascender el accidente histórico regresivo en el que han sumergido a esta tierra; y en este extraordinario proceso, hemos dicho “hágase la luz” para Venezuela, se ha hecho y se hará.  


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