Los equipos de la LVBP aplican con rigor lo que decide la oficina del Comisionado de la MLB. No es obligatorio seguir ese camino. Es opcional hacerlo, bien, pues son decisiones dirigidas a regular lo que ocurra en las Grandes Ligas.

Eso ha hecho que todo lo nuevo allá se convierta también en novedad acá. Algunas cosas han sido acertadísimas, como la utilización de la televisión para revisar las jugadas cerradas. Otras han sido polémicas, como ordenar la base por bolas intencional con una señal desde la cueva, sin que medie un solo pitcheo hacia el home.

El reloj que se observa en el centerfield, contando los segundos que debe tener la pausa entre innings, también viene de esas determinaciones de la gran carpa. Igual ocurrió con la prohibición de bloquear el home o deslizarse maliciosamente contra los fildeadores, puestas en práctica por las Mayores y de inmediato replicadas por la pelota criolla.

Hay que reconocerle algo a los equipos: ajustarse siempre a lo impuesto en el mejor beisbol del mundo se ha convertido en un automatismo que reduce las discusiones estériles. A este columnista le disgusta que el boleto intencional se conceda sin lanzamiento alguno. Pero esa agua hace mucho pasó por debajo del puente. Siempre habrá aspectos que gusten más que otros. Lo positivo es saber, como ha quedado claro en esta década de modificaciones, que lo que cambie en la MLB cambiará también en la LVBP.

Toca ahora acostumbrarse a lo último, un ajuste que parece cosmético y que quizás cause aquí el impacto que tal vez no haya ocasionado allá: restringir el número de visitas al montículo por parte de managers, coaches y jugadores.

No es una medida crucial en la búsqueda de aligerar los compromisos, aparentemente. Así como las transferencias intencionales directas han ahorrado menos de un minuto por encuentro, el admirado y muy acucioso John Carrillo ha encontrado que en la mayoría de los duelos de las Grandes Ligas las visitas al morrito son menos de las seis que obliga como tope la nueva norma. Pero este es uno de esos pocos casos en los que la pelota sí es diferente según el lugar donde se juegue.

El uso del reloj entre innings ha ayudado, pero esto ayudará mucho más. El circuito local tocó en promedio las cuatro horas por jornada hasta la zafra 2016-2017, en buena parte debido a la gran cantidad de relevistas empleados por día y al tiempo gastado por pilotos e instructores para ir a la loma y volver a la cueva.

Lo primero tuvo una corrección inesperada en el pasado campeonato. Al reducirse el roster semanal a 30 hombres, se redujo también el cuerpo de relevistas en cada elenco y, por lo tanto, el número de lanzadores utilizados por juego. Abundaron los topes de tres horas e incluso menos.

Eso pudiera tener un retroceso en la 2018-2019, al aumentar a 32 el roster semanal. Es un aspecto a evaluar de cerca, una vez que empiece la acción, aunque se entiende que la modificación haya estado inspirada en la reducción del número de importados.

Ahora, sin embargo, también entrará en juego la restricción en las salidas a charlar con el pitcher. Y ese límite le pondrá un cerrojo a otra de las causas por las que los duelos terminan tan tarde en Venezuela. Faltan menos de cinco meses para ver qué sucede en la práctica.

@IgnacioSerrano

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