Cuando el cine Paramount,  que quedaba en Maiquetía  justo al lado de la iglesia San Sebastián  se clausuró para construir una tienda departamental, la noticia no le cayó en gracia a mucha gente.

En Vargas, a principios de los años noventa, ir al cine representaba todavía una posibilidad de encuentro, una costumbre extendida y casi un hábito más allá del lunes popular y los fines de semana.  

Todo se hacia en el cine, si querías quedar con alguien, lo invitabas al cine. Si tenías un plan con tus amigos, ibas al cine. Si llegaban las vacaciones y no te alcanzaba el dinero para viajar, resolvías en el cine.

Ver películas en pantalla grande era parte de la vida cultural y social de los habitantes de esta región playera, donde no todo tenía que ver con fiestas a orilla de playa. En el estado había tres y cuatro salas de cine y todas contaban con visitantes asiduos.

Esta rutina suponía una puerta abierta ante todo lo que no podías ver desde sus pequeñas y congestionadas  calles.

El cine Paramount, por ejemplo,  exhibía cintas de diversas temáticas y para diferentes tipos de público.  El Paramount quedaba cerca del Costamar, otro cine ubicado en la parroquia Maiquetía. Cuando había un estreno, en cualquiera de los dos,  las filas para adquirir las entradas se asemejaban  a las que ahora se ven para comprar pan o llevar productos regulados.

Recuerdo el estreno de  Luna de Pasión de Román Polanski o la larga fila que hice para ver La Sirenita, logré verla al segundo intento, porque al primero fracasé.

Al estreno de Titanic (1997) logré asistir porque mi hermana mayor, gracias a un amigo suyo, nos hizo pasar,  la cantidad de gente impedía ver la película haciendo uso de los medios convencionales.  

El cine fue el medio de entretenimiento constante para los habitantes del estado en los años ochenta,  principios y finales de los noventa. A los varguenses les gustaba ir al cine, aunque en aquellos años no había sectores VIP, ni los puestos de las butacas estaban numerados. Todos entraban en las mismas salas: pobres, ricos, clase media. Coincidían en las ganas de ver, de soñar y comer dulces.

Y aunque tampoco habían combos de cotufas o tequeños para acompañar, vendían golosinas  surtidas y tenían productos para paladares diversos. 

Algunas de las películas que más se disfrutaban eran las de acción. Jean-Claude Van Damme, Mel Gibson o Sylvester Stallone, llenaban las salas. A la gente le encantaba ver luchar al protagonista hasta lograr su final feliz.

Después todo cambió.

Y aunque ahora no queden vestigios, en Vargas, Venezuela,  existió el cine como medio de entretenimiento masivo, que nadie se atreva a decirte lo contrario.


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