No, no fue un accidente. Fue homicidio. Quien pone piedras para detener un vehículo en una autopista interestatal sabe que sus víctimas podrían perder la vida.

No, tampoco es culpa de Carlos Rivero, que decidió viajar a Caracas en su camioneta, porque deseaba hacer una diligencia.

No es culpa suya ni de Luis Valbuena ni de José Castillo haber querido adelantarse a la caravana custodiada por policías y guardias nacionales que escoltan a los equipos en sus viajes entre ciudad y ciudad.

No es culpa del beisbol, que persiste como emprendimiento privado, generador de empleo y alimento para miles de familias humildes en nuestra Venezuela en estos tiempos tan duros, tan injustos.

En un país normal, con gobernantes preocupados por el bienestar de la gente, es normal ir de un lado a otro a cualquier hora, sin que la puesta del sol sea una amenaza.

Hace 20 años era normal viajar de noche por nuestras carreteras. Este cronista lo hacía con su familia, porque era el modo de evitar largas colas y no existía esta zozobra que nos hace temer al pisar la calle.

En un país normal, los habitantes a veces mueren por imprudencia, por mala suerte, porque era el día, porque a todos nos toca.

En nuestra desgarrada Venezuela es distinto, porque lo normal se convirtió en extraordinario. Antes era normal tener harina Pan en casa y preparar unas arepas a la visita inesperada. Era normal brindarle una torta a tus hijos y un cafecito al vecino, convidar a los amigos, regalarle un kilo de azúcar a quien no había tenido chance de ir a la bodega.

Llegábamos a los estadios a pie y a pie nos marchábamos, para ir luego a tertuliar con los amigos hasta la madrugada, sin pensar que estar allí sería una imprudencia y que nuestras vidas corrían peligro por el solo hecho de hacer lo que es normal en cualquier parte del mundo.

Lo que era normal en nuestro país y ya no es.

Basta de pedir que las empresas cierren en protesta, que se cancele el beisbol, que queden sin empleo miles de venezolanos humildes que cuentan con un trabajo honesto para llevar alimento a sus casas, en estos tiempos de injusticia y dolor. El culpable no es quien persiste en un emprendimiento honorable, el que juega pelota, el que fabrica bienes o transporta alimentos entre ciudad y ciudad.

Culpables son los que dejan que mueran ciudadanos en las calles y carreteras, los que llevan uniforme solamente para imponerse a los demás, los que quedaron sin corazón al disfrutar egoístamente las mieles del poder.

Culpable es el mal gobierno que permite la delincuencia, la hiperinflación, la escasez, el deterioro de los servicios públicos, la miseria, el dolor de tantas familias rotas.

De Bolivia a Costa Rica, no importa la inclinación de sus gobernantes, ningún país en América Latina pasa por la tragedia de no poder salir de noche ni tener una empanada para brindar. Nosotros tampoco éramos así.

Castillo y Valbuena eran dos venezolanos de bien, que jugaban pelota para seguir llevando alegría a sus compatriotas. Hoy, millones tenemos el corazón roto, ante su injusta partida.

No fue un accidente. No fue su culpa. No son los únicos. No es normal.

Váyanse los responsables de evitarlo, los que no han podido ni querido, esos a los que no les importa. Llévense el dinero y sus guardaespaldas. Déjennos construir un país de bondad.

@IgnacioSerrano

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