Aquella Serie Mundial de 1959 levantó enormes expectativas, porque los Medias Blancas buscaban terminar con una maldición que montaba ya en casi medio siglo y porque ese equipo había despertado interés nacional, no tanto por el tamaño de Chicago y lo que esa ciudad representa, sino por el aura que esa novena tenía.

Ese espíritu inspirador se debía a una pareja de jóvenes peloteros que jugaba alrededor de la segunda base. Nellie Fox era el camarero. Luis Aparicio era el shortstop.

La leyenda de los Go Go Sox vive desde entonces como un capítulo notable en las páginas que recogen la historia de las Grandes Ligas.

Aparicio había revolucionado el beisbol desde su llegada a las Mayores, en 1956. Despertó una expectativa inmensa, porque el Chico Carrasquel era una institución en la Ciudad de los Vientos.

El Chico fue uno de los grandes campocortos de su tiempo. Tan pronto como en su segundo año arriba, en 1951, le ganó la votación popular para el Juego de Estrellas al mismísimo Phil Rizzuto, que acababa de ser el Jugador Más Valioso de la Liga Americana y militaba con los todopoderosos Yanquis, cuyo impacto mediático tenía tanto o más peso entonces que ahora.

El ascenso de Aparicio forzó la salida de su compatriota, cambiado a los Indios. Hay hermosas fotografías con ellos dos juntos en abril de 1956, en Cleveland, precisamente en el día del debut del marabino en la gran carpa.

Pero eso fue tres años antes. Para 1959, nuestro único inmortal de Cooperstown ya era un astro, a quien fotografiaban para sus portadas las principales revistas deportivas. Sus manos, su alcance, su brazo, le ganaron fama en las paradas cortas. Hoy puede parecer un exceso el número de errores por torneo que cometía, pero hay que tomar un guante de esa época y ponérselo, verificar cuán diferentes eran respecto a los suaves y cómodos implementos que se usan en el presente. Con eso no tuvo que lidiar Omar Vizquel, quien quizás le acompañe algún día en el Salón de la Fama.

Aparicio llegó con 56 bases robadas a esa Serie Mundial. Fue su cuarto liderato en ese departamento en el joven circuito. Todavía le faltarían cinco, para lograr los nueve consecutivos que se mantienen como el récord actual.

El logo de esos patiblancos era un calcetín con alas. El público gritaba en las tribunas, animando al corredor a salir en pos de la siguiente base. En realidad todo se debía al venezolano, porque Jim Landis fue, con 20, el único de sus compañeros con doble figura. Eran los Go Go Louie, como también coreaban las masas. Hoy no hay modo de entenderlo, más allá de crónicas y estadísticas, a menos que se pregunte a un aficionado de entonces.

Porque es cierta aquella frase de que Aparicio cambió el beisbol de las Mayores con su velocidad, redescubriendo el robo de base que los batazos de largo metraje habían desterrado después de la aparición de Babe Ruth.

Aquellos Medias Blancas no vencieron. El criollo no desentonó, con .308 de average. Se embasó en 10 de sus 28 apariciones. Pero Los Ángeles, que acababan de recibir a los Dodgers en su mudanza desde Brooklyn, tenían a Don Drysdale, Johnny Podres, Sandy Koufax, Charlie Neal, Gil Hodges y Maury Wills.

La maldición duraría hasta 2005. Pero en ese inolvidable año 1959, Aparicio fue el primer venezolano en jugar una Serie Mundial.

@IgnacioSerrano

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