El japonés Shohei Ohtani ganó el premio al Jugador de la Semana en la Liga Americana. Y era de esperarse. Como bateador, sacudió cuadrangulares en tres encuentros consecutivos. Como lanzador, coqueteó con el Juego Perfecto durante siete entradas, con un hit.

Ohtani es un fenómeno con una habilidad poco común. En la muy competitiva NPB, principal circuito de su país, formó parte del Todos Estrellas como pitcher y como designado. Su recta se acerca a las 100 millas por hora y con el madero tiene fuerza jonronera.

El nipón ha dado para todo. Una fiebre en su tierra, anticipándole como tifón en la MLB. Una puja entre equipos de las Mayores, tratando de hacerse de sus servicios. Burlas en Estados Unidos, primero en Nueva York —por su supuesta indisposición a jugar con los Yanquis, calificada como “cobardía” por el amarillista Post— y luego en sitios tan supuestamente serios como ESPN, donde más de uno anticipó su fracaso. Y claro, están los que ahora claman al cielo, comparándole con el legendario Babe Ruth.

Hay que esperar por Ohtani. Tan precipitado era darlo por muerto en el Spring Training como darlo ya como el más próximo émulo del Bambino. La temporada es larga. Quizás le pegue este nuevo nivel, mucho más exigente. Tal vez mantenga el paso y sea el Más Valioso. O puede que la doble exigencia de abrir una vez por semana y salir otras cuatro a batear termine exprimiendo sus fuerzas o lesionándole. Cualquiera de esas cosas es posible. Ya veremos.

El recuerdo de Ruth nos hizo pensar en sus émulos venezolanos de quien fuera gran jonronero y uno de los serpentineros más dominantes de su tiempo. Y no, no pensamos primero en Vitico Davalillo.

La primera imagen que vino a nuestra memoria, viendo el premio de Ohtani, fue el rostro negrísimo Cocaína García, el monticulista nacido en Cuba, venido como importado en los tiempos de la Primera División, en los años 30, y finalmente nacionalizado venezolano.

A Cocaína lo apodaban así porque, decían, sus envíos causaban un efecto dañino en sus rivales, mareándolos y dejándolos fuera de combate.

No pocos peloteros de su tiempo tuvieron esa doble habilidad que hoy vemos en Ohtani. Pero el antillano la mostró en los circuitos más competitivos donde alguien de su raza podía jugar, incluyendo las Ligas Negras y el beisbol del Caribe. Acá fue reputado abridor y cuarto bate, pero ya tenía más de 40 años cuando se creó la LVBP y sus hazañas quedaron en otro ámbito. Murió en Caraballeda, en 1995, a los 90 años de edad.

Vidal López coincidió con García en la Primera División, aunque tuvo tiempo de ser parte de la LVBP. Acumuló 10 temporadas, a partir de su creación, aunque llegó tarde. Con todo y eso, dejó un average de .308 y .477 de slugging, lo que le planta cara a los mejores de todos los tiempos. Pero sus rutilantes actuaciones sobre el morrito ocurrieron antes: en Cuba, México, Puerto Rico y Domincana. Magallanero esencial, cobró por jugar pelota desde los 16 años de edad, por esa capacidad para mandar la pelota lejos y ponchar a sus contrincantes.

Davalillo fue el tercero. Un inmortal de nuestro beisbol, comparte con Cocaína y El Muchachote un sitio en el Salón de la Fama de Valencia. Su carrera fue lo más parecido a Ruth que haya conocido Venezuela. Pero de eso hablaremos en una próxima columna.

@IgnacioSerrano

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