La naturaleza es sabia y tiene tiempos para todo. Los vasos sanguíneos que irrigan los ojos, por ejemplo, tienden a completar su desarrollo en las últimas semanas antes del parto, pero cuando este ciclo natural se acorta por algún motivo existe un pequeño porcentaje de riesgo de que esas estructuras crezcan de manera atípica. Si un bebé nace antes de tiempo, se presume que elementos externos como medicamentos, cambios de temperatura y altos niveles de oxígeno y luz –fuera de ciertos rangos– pueden interferir en el desarrollo normal de esos vasos sanguíneos oculares y llegar a desencadenar un problema conocido como retinopatía del prematuro. Algunos expertos sostienen que se trata realmente de la combinación de varios elementos, unos intrauterinos y otros que ocurren luego del alumbramiento.

La afección se caracteriza porque los vasos sanguíneos se hinchan y crecen excesivamente en la retina, la capa de nervios sensibles a la luz que se ubica en la parte posterior del ojo y que convierte los estímulos percibidos en mensajes “visuales” que se transmiten al cerebro. El crecimiento excesivo de esos vasos no solo puede dejar cicatrices a su paso, sino provocar un desprendimiento parcial o total de la retina y, por ende, una posible ceguera. Se considera que algunos de los síntomas de la retinopatía del prematuro son movimientos oculares anormales, estrabismo convergente, miopía grave y pupilas de apariencia blanca, pero en muchos casos es imposible detectarla sin un examen minucioso por parte de un especialista.

Por eso, todos los bebés que nacen antes de las 30 semanas de gestación o con un peso menor de 1,5 kgs deben ser evaluados por un oftalmólogo, para descartar esta condición en la unidad de cuidados intermedios o intensivos en la que se encuentren. Los neonatos en alto riesgo por otros factores –como cardiopatías, infecciones o dificultades respiratorias– aunque pesen de 1,5 a 2 kg o hayan nacido después de las 30 semanas también deben ser evaluados. Para ello, el oftalmólogo dilata con gotas las pupilas del bebé y con la ayuda de anestesia local y un oftalmoscopio evalúa el aspecto de los vasos sanguíneos.

Visión a salvo. Recibir tratamiento de manera precoz eleva las probabilidades de que el bebé tenga una visión normal o, si ya hubo algún daño, que resulte lo menos comprometida posible. De acuerdo con expertos de la Asociación Americana de Oftalmología Pediátrica y Estrabismo, la mayoría de los casos de retinopatía del prematuro pueden resolverse sin daños permanentes a la retina y en ocasiones sin necesidad de tratamiento, pero la idea es evitar que el cuadro llegue a desarrollarse en su forma más severa y causar daños irreversibles. A partir de cierto grado de progresión puede indicarse una cirugía con láser, con el propósito de contener el problema y prevenir que la retina se desprenda.

Una vez que el prematuro haya sido examinado y/o tratado, lo ideal es que sea evaluado de nuevo por el oftalmólogo antes de ser dado de alta. Aun si no hubo ningún diagnóstico inicial de este tipo, es recomendable que reciba controles oftalmológicos con regularidad, pues la retinopatía puede pasar inadvertida incluso varias semanas después del nacimiento.

Fuentes consultadas: American Association for Pediatric Ophthalmology and Strabismis: www.aapos.org / MedlinePlus: https://medlineplus.gov/spanish / Clínica Mayo: mayoclinic.org


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