La consultora alemana Statista aseguró que en 2017 los usuarios del mundo gastaron 135 minutos al día en las redes sociales. Eso significa que a la semana, un usuario promedio gasta unas 15 horas revisando Instagram, Facebook, Twitter, Youtube o Whatsapp, entre otras aplicaciones. Las notificaciones son parte de la rutina diaria.

La promesa de estas redes, desde su nacimiento, ha sido similar: un espacio para hacer que su voz se escuche, acortar las distancias, conectarse con el mundo, descubrir lugares por visitar.

En parte, esa idea se ha cumplido. Usted puede ponerse al día con su amiga en el exterior, descubrir una banda sonora o conectarse con profesionales de su campo. Pero no todo es color de rosa. Un estudio llamado ‘La paradoja de la felicidad’, de Johan Bollen y otros autores, planteaba en 2017 la posibilidad de que al comparar la popularidad propia con la de sus amigos, en algunos casos los usuarios se sientan insatisfechos.

“Se ha acumulado evidencia de que las redes sociales están asociadas con niveles elevados de soledad, ansiedad, disgusto e insatisfacción”, reza el documento.

Reportes y artículos han abordado el asunto. Pero con titulares que van desde ‘Razones por las que Internet te está quitando la felicidad’ hasta ‘La conexión a Internet, clave para el aumento de la felicidad’, ¿a quién creerle?

Para Fabián Sanabria, investigador de la Universidad Nacional, antes decano de Humanidades, aunque la felicidad es un concepto más bien etéreo, existen sensaciones como el vértigo y la inmediatez.

“En las redes sociales uno tiene la sensación de vivir muy intensamente, en la velocidad a ultranza, a tal punto que se enerva cuando Internet se pone lento”, explica el docente.

Es posible, como lo proponía la investigación de Bollén, que compararse sea uno de los puntos críticos. Ver a sus compañeros realizando lo que para lo sociedad es sinónimo de éxito puede resultar frustrante. Puede ser un tipo de competencia por determinar quién tiene la vida más feliz.

Pero, como explica Sanabria, mucha de esa felicidad es aparente. “En redes no se acepta la depresión, la tristeza o lo relativo, y es poco celebrada la vejez, el desempleo”, agrega el experto.

David Bonilla, psicólogo especialista en redes sociales y docente de la Universidad El Bosque, cree que más que felicidad, las redes sociales nos dan placer.

“Activan un mecanismo en nuestro cerebro asociado al placer. Las redes nos dan información y acceso sin necesidad de una interacción social directa”. Por ejemplo, dice el docente, enviar un mensaje y recibir una respuesta inmediatamente refuerza positivamente las conductas, pues se liberan neurotransmisores (como la dopamina y la serotonina) que dan satisfacción. Según el especialista, las redes están diseñadas para ser vías de expresión aspiracional.

“Las personas suelen publicar lo que les gusta, lo que quieren que sepan de ellos y lo que socialmente está bien visto. Está bien que la gente muestre su mejor cara porque para eso están hechos estos espacios”, explica. Sin embargo, agrega que el problema surge cuando, en vez de ser un espacio de goce, “resultan ser la forma principal de conocer al otro. Cuando se los toma como la principal fuente de información o de relación social”. El problema es perder vínculos presenciales o la percepción de la realidad.

Atrapados en la red

Pero así como las redes multimedia pueden ofrecer una experiencia enriquecida que aumenta el grado de satisfacción yen la que, como explica Bonilla, las personas pueden extraer más placer a partir de estímulos como fotos o videos que con una serie de textos planos, la tristeza o la decepción, alega Sanabria, también pueden depender de la red social que se use.

“En Facebook, la gente se entristece cuando no tiene amigos. En Instagram, cuando no tiene tantos likes en el rostro y cuerpo que ha pasado por Photoshop para cumplir con un estereotipo de belleza. Y en Twitter, cuando la reacción de la gente es avasalladora y hay matoneo”, argumenta.

Otro tipo de tristeza es el que se expresa, en ocasiones, de forma dramática. Usuarios que ven en las redes sociales una forma de publicar su mala suerte, su rabia o sus pérdidas íntimas.

Al respecto, Sanabria asegura que algunas personas acuden a ese recurso para recibir un ‘consuelo virtual’, que funciona solo superficialmente.

“Hay gente que busca que le compadezcan, que le den palmaditas en el hombro. Pero no es un consuelo real, no se compara con la satisfacción de un abrazo cuerpo a cuerpo o una mirada cara a cara”, indica el académico. 

En últimas, se trata de encontrar protocolos de interacción modernos. “Es imposible escapar. Para lo mejor o lo peor, estamos atrapados, porque el sentido social se construye ahí. El sentido de la amistad, el amor, la libertad, incluso de las noticias, la justicia, el derecho y la opinión pública. Estamos atrapados en la red”, dice Sanabria.

En su caso, opina que no hay forma de evitar el mundo conectado, pero sí de construir prácticas éticas más saludables para todos, como podría ser la verificación informativa o, incluso, aprender a cultivar la paciencia si alguien deja nuestro mensaje con doble check azul.


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