Cuando la llegada de un bebé se tarda más de lo imaginado, la aparición de cada menstruación tiende a acompañarse con una mayor dosis de inquietud que la anterior. Lo que en otras etapas de la vida resultaba indiferente, o más bien constituía un alivio tras una relación sexual sin protección o un olvido en las pastillas, pasa a ser motivo de creciente frustración, preocupación o tristeza, pues se interpreta como una prueba tangible y recurrente de que pasó de largo otra oportunidad para lograr la concepción.

Entre quienes han recibido un diagnóstico de infertilidad, uno o ambos miembros de la pareja pueden sentir que su vida sexual, su calidad de sueño, su capacidad de socialización y su disfrute cotidiano se están viendo afectados: que sus existencias están en una especie de limbo hasta que no se realice ese sueño de ser padres. Es frecuente sentirse sobrecogidos por la sensación de no poder controlar el proyecto de vida, resentir el grado en que esta dificultad está afectándolos y no saber cómo reaccionar o tomar decisiones para enfrentarla. Es normal sentirse incomprendidos o frustrados cuando la gente les pide que no se lo tomen tan a pecho, o que se relajen para que el problema se resuelva solo.

“Nos obsesionamos con esto porque nos cuesta aceptar que es una situación sobre la que no tenemos control, en el sentido de que uno puede invertir enteramente su cuerpo, todo el dinero, toda la intención, toda la tecnología y toda la ilusión en función de ese objetivo y, sin embargo, nada de eso nos garantiza que vayamos lograrlo”, explica la psicóloga argentina Leticia Urdapilleta.

De menor a mayor. En el grado de ansiedad que cada persona desarrolla evidentemente influyen muchos factores: si se trata de alguien que ha invertido todos sus ahorros para hacerse un solo procedimiento muy complejo, que además se siente muy presionada por su familia para lograrlo y que en su carrera contra la edad asume que en ese resultado están echadas sus ilusiones de ser madre o padre, es de esperarse que la angustia sea tremenda. En muchos casos, el rendimiento laboral también se ve afectado.

De acuerdo con los expertos, es fundamental que la pareja busque ayuda psicológica si siente que la situación es abrumadora, para evitar que se instaure una depresión. ¿Cómo saber cuándo es imperioso consultar a un psicólogo o un psiquiatra? “Cuando tienes un llanto frecuente, una angustia continua que no logras controlar, tienes accidentes recurrentes, estás demasiado irritable, pierdes el apetito, duermes muy mal… Esas son manifestaciones que evidencian que ya estás desbordada/o y eso hay que trabajarlo”, explica la psicóloga María Olivia Goncalves.

Otra de sus recomendaciones para las parejas es procurar conservar las rutinas, pues estas aportan sensación de normalidad. A no ser que el doctor lo prohíba a efectos del tratamiento, no desista de hacer las cosas que antes le gustaban solo porque ahora tiene este nuevo propósito. Si acostumbra ejercitarse y eso le ayuda a desestresarse, no lo abandone sin motivo. Respetar los hábitos que compenetran a la pareja, como conversar de otros temas o pasar tiempo de calidad juntos, es otra forma de apuntalar el vínculo en una etapa tan sensible.


Cómo ayudarse

El libro ¿Y para cuándo el bebé? -recientemente publicado bajo el sello Diana- abarca temas de planificación familiar, pareja, fertilidad y adopción. También ofrece algunas estrategias para sobrellevar estas situaciones. Uno de los consejos que sugiere es elegir muy bien las fuentes de información, pues sumergirse en montones de estudios científicos, consejos empíricos y mitos urbanos termina produciendo más desgaste. Es preferible pedirle al médico que le recomiende libros o sitios web que contengan información veraz y actualizada. Del mismo modo, reconocer las propias emociones y aprovecharlas como aprendizaje son factores positivos.



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