¿Cómo es un día de rutina de Miguel Cabrera? Cualquier venezolano amante del beisbol se hace esa pregunta.

Es divertido imaginar lo que hace el inicialista de los Tigres de Detroit cuando no está bajo las luces de un estadio de pelota. Verlo en las entrañas de los parques puede ser más entretenido tan solo por el afán de curiosidad sobre alguien poco común. No obstante, es alguien normal y que todavía puede mantener su esencia.

El maracayero llegó a Toronto, en donde los bengalíes debían disputar tres encuentros contra los Azulejos. Pero él no iba a jugar. Todavía le faltaba un careo de suspensión por la pelea que tuvo con Austin Romine, receptor de los Yanquis de Nueva York. Ese día solo se le vio por el pasillo que une al dugout de visitante con el clubhouse.

Por lo que representa su carrera, suficiente para darle un pase al Salón de la Fama de Cooperstown en algún momento, algún periodista siempre querrá hablar con él y ese día no fue la excepción. «Hoy no puedo, mañana o el domingo sí», le respondió a los reporteros que buscaban hambrientos una declaración.

Un día después ­ya cumplida la suspensión­ se dejó ver mucho más, incluso saltó al terreno para practicar. Pero antes vio necesaria una reunión amistosa con sus compatriotas Omar Vizquel (coach de primera de Detroit) y Miguel Montero (cátcher de los Azulejos). El tema de conversación era el mismo por el cual pagó una suspensión de 6 cotejos. Sí, hasta sus colegas y paisanos querían saber los detalles de la sampablera.

El retorno a la acción le cayó bien a Cabrera. Dio un vuelacercas por el jardín izquierdo y finalizó la tarde de 4-2 con 2 carreras anotadas y la misma cantidad de empujadas. Y eso que le había regalado su bate a Montero durante la práctica.

Después de dos días en la ciudad canadiense por fin llegó el relajante domingo. Ese es el único día que los equipos tienen prácticas opcionales y es normal ver a los peloteros en shorts mientras caminan en la intimidad del clubhouse. Así estaba vestido Cabrera a las 10:10 am.

Con aquella indumentaria cualquiera pensaría que no iría a ningún lado. Fue un error. El inicialista había desaparecido.

Poco después anunció su regreso con bullaranga: «Arepas, arepas… Llegaron las arepas, papá». Gritó y se ganó las miradas de los periodistas presentes que muy poco entendieron del escándalo en español.

Poco después se sentó en una mesa para comerse el motivo de su algarabía. Tal vez lo hizo muchas veces en el barrio El Limón, de Maracay, junto con su familia, pero a falta de sus seres queridos tenía como acompañantes a Aníbal Sánchez, Efrén Navarro y Bryan Holiday.

«Mira lo que hay aquí», dijo Cabrera mientras comía y no paraba de alabar al plato. «Arepa de pabellón: caraotas, carne mechada, tajada y queso. Lo que falta es el arroz».

Para mejorarle la experiencia gastronómica a Holiday, el maracayero lo invitó a comerse una empanada de queso. Era mejor que no lo hubiese hecho.

El receptor le tomó el gusto y trató de comerse alguna más de la cuenta. «No te las vayas a comer todas», le advirtió Cabrera. «Tú no puedes porque eres cátcher, no primera base».

A las 11:00 am las puertas se cerraron para los periodistas y con ella la ventana que permitió ver a Cabrera en una faceta diferente de su día a día.


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