Si piensas en setas mágicas o en LSD, lo más probable es que no te venga a la cabeza un grupo de científicos trabajando.

Las drogas psicodélicas suelen estar más asociadas a los hippies y a la contracultura de los años 60 que a científicos de bata blanca haciendo ensayos clínicos.

Pero eso pronto podría cambiar: cada vez más investigadores están estudiando cómo estas sustancias que alteran nuestra mente pueden tener también potencial para curarla.

Varios estudios han hallado que las sustancias psicodélicas podrían ser útiles para tratar enfermedades mentales como la depresión, la adicción o el trastorno de estrés postraumático en casos en los que otros tratamientos han fracasado.

Ahora, un grupo de investigadores británicos planea iniciar la mayor investigación hasta ahora en este campo con el fin de analizar si alguna de las drogas alucinógenas podría ser más eficaz que un fármaco de referencia para el tratamiento de la depresión.

«Potencial revolucionario»

Los científicos de la universidad Imperial College de Londres compararán la eficacia de la psilocibina, un compuesto psicoactivo presente en setas alucinógenas, con el de un fármaco antidepresivo a base de escitalopram, perteneciente al grupo de los inhibidores de la recaptación de serotonina.

«Los psicodélicos tienen un potencial revolucionario y eso no es una exageración», dice el doctor Robin Carhart-Harris, que liderará el estudio.

Pero esta no es la primera vez que los científicos se han entusiasmado con estas sustancias que alteran la mente.

Durante la década de los 50 y 60, se creía que las drogas psicodélicas tenían un potencial prometedor para tratar muchos trastornos mentales y se hicieron más de mil estudios.

Pero las sustancias se volvieron rápidamente muy controvertidas.

En los años 60, el psicólogo de la universidad de Harvard Timothy Leary pasó de ser considerado un respetado académico a ser desestimado como un "abogado" de las drogas psicodélicas. Foto: Getty Images

Al popularizarse el uso recreacional de las drogas psicodélicas, especialmente el LSD que fue impulsado en parte por músicos y celebridades de los años 60, quedaron asociadas a los movimientos contraculturales de la época.

La prensa le puso atención a las malas experiencias con estas drogas y la supuesta degeneración moral a la que inducían y, al contrario, no se cubrieron los desarrollos con las mismas en el campo de la investigación.

Algunos científicos, uno de los más conocidos fue el psicólogo de la universidad de Harvard Timothy Leary, hablaron de los beneficios de las drogas de una manera casi evangélica, haciendo que se desdibujara la línea entre la ciencia y su defensa de su uso.

Así, el miedo sobre la seguridad y el creciente pánico moral en torno a estas drogas, hizo que estas sustancias se declararan ilegales en Estados Unidos en 1968.

En 1971, una convención de la ONU sobre las drogas le puso el punto final a la investigación científica con psicodélicos: hizo que los estados miembros las consideraran ilegales y las clasificaran como drogas de tipo 1, que no tienen beneficios medicinales.

Y durante décadas dejó de investigarse el LSD: los científicos se volcaron en otras áreas, como el desarrollo de antidepresivos.

El resurgir de los estudios de psicodélicos

Como estudiar con drogas psicodélicas se volvió tremendamente complicado y los científicos necesitaban permisos especiales de los gobiernos, muchos pusieron su atención en la psilocibina, que es una droga parecida al LSD pero no tan controvertida.

Un potencial tratamiento a base de una sustancia psicodélica no tiene nada que ver con su uso con fines recreativos. Foto: Getty Images

Aunque durante los años 90 se hicieron algunos estudios pioneros sobre el potencial de las drogas psicodélicas, no fue hasta mediados de la década de 2000 que hubo una suerte de «renacimiento» en su investigación, en parte gracias a varios estudios de la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos.

Sus académicos hallaron que la psilocibina redujo la depresión en el 80% de los pacientes que tenían un cáncer letal.

También, por otro lado, encontraron que era mucho más eficaz para hacer que la gente dejara de fumar que los tratamientos disponibles en la época, cuando se combinaba con terapias cognitivo-conductuales, que vinculan el pensamiento y la conducta.

En 2009, el doctor Robin Carhart-Harris, que ahora va a liderar la nueva investigación, se convirtió en el primer británico que volvió a estudiar las drogas psicodélicas en 40 años.

En varios experimentos observó cómo la psilocibina afecta al cerebro humano.

Y entre otras cosas, su equipo halló que ese compuesto puede «reiniciar» los cerebros de las personas que sufren una depresión intratable.

¿Qué puede hacer la psilocibina?

Según el estudio publicado en la revista Scientific Reports, este fármaco afecta a dos partes del cerebro: la amígdala, que está muy involucrada en cómo procesamos emociones como el miedo y la ansiedad, y a la red neuronal por defecto (RND), que es un conjunto de regiones cerebrales que colaboran entre sí y que tienen que ver con gran parte de la actividad desarrollada mientras la mente está en reposo.

Aunque todavía se desconoce cómo afecta exactamente la psilocibina al cerebro, Carhart-Harris cree que «enciende» la mente y la hace salir de su rigidez, permitiéndole a las personas salir de patrones de pensamiento arraigados y autodestructivos.

Con el apoyo de un terapeuta, quienes hacen el tratamiento puedes después «recalibrarse de una manera más saludable, así que revisas tus creencias, asunciones y adicciones», dice el especialista.

La primera vez que el químico suizo Albert Hofmann, que sintetizó el LSD en 1943, se expuso a la sustancia vió "imágenes fantásticas, formas extraordinarias con intensos juegos de color caleidoscópico". Foto: AMERICAN CHEMICAL SOCIETY

Pero estas sustancias no está exentas de riesgos.

Los riesgos

Aunque la psilocibina no se considera tóxica para el cuerpo, las personas que la consumen pueden tener «malos viajes» que pueden dar miedo y que podrían ponerlas en peligro por falta de control.

Su uso también podría exacerbar otros problemas mentales subyacentes y podría causar reacciones psicóticas en una persona que ya tiene predisposición a sufrirlas.

Por eso los ensayos clínicos con estas sustancias son muy rigurosos: hay una gran diferencia entre el uso de estas sustancias de manera recreacional y su uso en un experimento científico.

Los investigadores utilizan drogas puras de grado médico, ofrecen consejos y apoyo durante la experiencia, y excluyen a las personas que tienen riesgo de tener una reacción psicótica.

Los estudios hasta ahora han sido pequeños y cortos, y sin grupos de placebo.

Incluso si los nuevos ensayos clínicos confirman que las sustancias psicodélicas pueden ser eficaces en el tratamiento de la depresión, según Carhart-Harris, como medicación no podrían ser para cualquier paciente. Foto: ALEKSANDARNAKIC / GETTY IMAGES

Pero incluso si los nuevos experimentos muestran que el uso de psilocibina es seguro y eficaz, es probable que pasen al menos cinco años antes de que el compuesto obtenga una licencia para su uso médico.

El proceso para aprobar medicamentos nuevos es notoriamente lento, caro y burocrático, dice James Rucker, profesor del Instituto de Psiquiatría de la Universidad King’s College London.

Pero incluso si los nuevos ensayos clínicos confirman que las sustancias psicodélicas sí pueden ser eficaces en el tratamiento de la depresión, según Carhart-Harris, como medicación no podrían ser para cualquier paciente.

«Algunas personas no quieren bajar a las profundidades de su alma ni encontrarse con los demonios o traumas que han experimentado, o enfrentarse a aspectos oscuros de nuestra condición humana que todos tenemos dentro», dice.

Rucker matiza que ningún tratamiento psiquiátrico funciona para todos.

«De lo que se trata es de tener un abanico de posibilidades que puedes ofrecer», dice.

«Y esta podría ser una de esas alternativas, ¿quién sabe? Vamos a ver qué dicen las evidencias».


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