Caía la medianoche y Vlada, un ingeniero serbio, corría hacia su apartamento en Belgrado. Había salido con su hijo de 20 años esa noche pero las bombas comenzaron a caer por toda la capital yugoslava, la red eléctrica se había caído y quería volver a casa.

La OTAN llevaba mes y medio golpeando Yugoslavia desde los cielos en un intento de detener las atrocidades cometidas por las fuerzas del presidente Slobodan Milosevic contra las personas de origen albano en Kosovo.

Era el 7 de mayo de 1999 y la campaña aérea dominada por Estados Unidos no hacía más que intensificarse.

En las últimas semanas, la familia de Vlada había pasado muchas noches hacinada en un sótano de su edificio de apartamentos mientras las sirenas antiaéreas sonaban en el exterior, rezando para que una bomba no cayera sobre sus casas por error.

Tenían suerte de vivir al lado de la embajada de China, una legación diplomática importante, pensaron algunos. Estar en ese lugar seguro que les protegía.

Pero en el momento que Vlada y su hijo se acercaron a las puertas de cristal de su edificio en plena oscuridad, dos bombarderos estadounidenses tipo B-2 aparecieron sobre el cielo de Belgrado. Se dirigían a unas coordinadas precisas de un objetivo seleccionado y aprobado por la CIA.

Al principio, todo lo que Vlada escuchó fue el ruido de un misil. No hubo tiempo para escapar. Las puertas se hicieron añicos, cubriéndoles de cristales rotos.

«La fuerza del impacto de la primera bomba nos levantó del suelo y caímos… Entonces, una tras otra (más bombas cayeron): bam, bam, bam. La explosión arrancó todas las contraventanas del bloque, rompió todas las ventanas».

Estaban atemorizados pero ilesos. Las cinco bombas que cayeron golpearon la embajada a 100 metros de ellos.

Estados Unidos y la OTAN ya estaban bajo la lupa por el creciente número de víctimas civiles en una campaña de bombardeos que no tenía la autorización de la ONU y a la que se opusieron firmemente China y Rusia. Acababan de atacar un símbolo de la soberanía china en el corazón de los Balcanes.

Los trabajadores de la embajada escaparon a través de las ventanas tras el ataque.

En otro punto de la ciudad, Shen Hong, un empresario chino con buenos contactos, empezó a recibir noticias de que la embajada había sido atacada. Se negó a creerlo.

Tan solo unos días atrás, su padre le había llamado desde Shanghái y bromeó con la idea de que su hijo debería aparcar su nuevo Mercedes en el recinto diplomático para mantenerlo a «salvo».

«Llamé a un policía que conocía y me dijo: ‘Sí, Shen, ha sido atacada’. Me dijo que fuera para allá cuanto antes, entonces supe que era real, que era verdad».

Llegó a la escena del caos.

La embajada estaba en llamas, los trabajadores cubiertos de sangre y el polvo salía por las ventanas. Los políticos cercanos a Milosevic -que había sido acusado dos semanas antes de crímenes contra la humanidad por un tribunal internacional- ya estaban llegando a la zona para denunciar el bombardeo como el ejemplo más reciente de las barbaridades cometidas por la OTAN.

«No podíamos entrar. Había mucho humo, no había electricidad y no podíamos ver nada. Era horrible», recuerda Shen.

Shen Hong perdió a sus amigos en el bombardeo.

Shen vio al encargado de cultura de la embajada, a quien conocía y quien había atado varias cortinas para salir del edificio por una ventana del primer piso.

«No vimos que estaba herido y él mismo ni se había dado cuenta. Fue cuando le estreché la mano cuando vi mis manos cubiertas de sangre. Exclamé: ‘¡Estás herido, estás herido!’. Y cuando lo vio, se desmayó».

Al día siguiente Shen se enteraría de que dos amigos cercanos -los periodistas Xu Xinghu, de 31 años, y Zhu Ying, de 27, recién casados- habían muerto por la bomba que golpeó la zona de los dormitorios. Sus cuerpos fueron hallados debajo de una pared que se había derrumbado.

La pareja trabajó para el Guangming Daily, un diario del Partido Comunista chino. Xu, licenciado en filología y capaz de hablar serbio con fluidez, había plasmado en una serie de crónicas la vida en Belgrado durante los bombardeos, en un especial titulado «Viviendo bajo los disparos».

Zhu Ying trabajó como editora de arte en la sección de publicidad del periódico. Su madre se derrumbó del dolor y fue trasladada a un hospital cuando se enteró de la muerte de su hija, por lo que el padre de Zhu viajó solo a Belgrado a identificar el cuerpo.

Un tercer periodista, Shao Yunhuan de 48 años, de la agencia oficial china Xinhua, también pereció en el ataque. Su marido, Cao Rongfei, se quedó ciego. El agregado militar de la embajada, quien se cree que dirigía una unidad de inteligencia desde el edificio, fue enviado de vuelta a China en coma. En total, tres personas murieron y al menos 20 resultaron heridas.

Según Shen, fue un acto de guerra. Al día siguiente, lideró una protesta por las calles de Belgrado llevando una pancarta en la que se podía leer: «NATO: Nazi American Terrorist Organisation» («OTAN: Organización Terrorista Americana Nazi»).

Fue una señal de lo que estaba por venir.

Tres periodistas -entre ellas las dos mujeres que aparecen en las pancartas- fallecieron en el ataque a la embajada.

En cuestión de horas desde el bombardeo, dos relatos opuestos comenzaron a surgir. Durante los siguientes meses, las dos teorías se consolidarían y formarían la base de cómo el incidente -una cuestión que aún sobrevuela la relación entre China y EE.UU.- se debate hoy en día.

El ataque generó especulación y hubo numerosas preguntas sin responder y piezas sin resolver que fueron utilizadas por algunos para argumentar que se había tratado de una gran conspiración. La intriga continuó sobre el suceso y, meses después, dos periódicos europeos de gran reputación sugirieron que los bombardeos habían sido intencionados.

No obstante, tal y como funcionarios de la OTAN destacan, en 20 años no ha aparecido ninguna evidencia clara que pruebe lo que casi todo el mundo en China cree que pasó y que Estados Unidos rechaza enérgicamente: que fue un ataque deliberado.

En esas primeras horas después de que cayeran las bombas, Estados Unidos y la OTAN no tardaron en anunciar que fue un accidente. El representante de China ante la ONU, mientras tanto, denunció lo que consideró como «un crimen de guerra» y «una barbarie».

En Bruselas, a Jamie Shea -el portavoz británico de la OTAN que se convirtió en la cara pública de la guerra- lo despertaron en medio de la noche: tendría que enfrentarse a la prensa internacional por la mañana.

La información disponible en esas primeras horas era limitada pero Shea daría una de las primeras explicaciones de lo que ocurrió, junto a una disculpa. Los aviones de combate, dijo desde un podio, atacaron «el edificio equivocado».

«Es como un accidente de tren o un accidente de auto: sabes lo que pasó pero no por qué pasó», dice 20 años después. «Se tardó mucho tiempo en saber el por qué… Pero era claro desde el principio que atacar una embajada foránea no era parte del plan de la OTAN».

El padre de Zhu Ying llora la pérdida de su hijo en Belgrado.

Tomaría más de un mes para que Estados Unidos le diera a Pekín una explicación detallada: que una serie de errores básicos llevaron a que cinco bombas guiadas por GPS acabaran golpeando la embajada china, incluida una arrojada sobre el techo de la residencia del embajador que nunca explotó, lo que posiblemente le salvó la vida.

En realidad el objetivo, según dijeron las autoridades, era la sede de la Dirección Federal de Suministros y Adquisiciones de Yugoslavia (DFSAY), una agencia estatal que importó y exportó equipos de defensa. El edificio gris aún sigue en pie hoy en día, a cientos de metros del complejo donde se encontraba la embajada.

En un principio, la OTAN esperaba que la campaña de bombardeos solo durara unos pocos días hasta que Milosevic se diera por vencido, sacara a sus fuerzas de Kosovo y permitiera que entraran los cascos azules.

Pero en el momento en que la embajada fue atacada, ya se había alargado por más de seis semanas. Con las prisas de encontrar cientos de nuevos objetivos para mantener el asalto aéreo, la CIA, que normalmente no participaba en la elección de objetivos, decidió que la DFSAY debía ser golpeada.

Pero la agencia de inteligencia estadounidense dijo que usó un mapa que contenía un error.

«Básicamente, uno de nuestros aviones atacó el objetivo equivocado porque las instrucciones de bombardeo estaban basadas en un mapa anticuado», dijo el secretario de Defensa de Estados Unidos William Cohen dos días después del ataque.

Se refería a un mapa del gobierno estadounidense que aparentemente no mostraba la ubicación correcta de la embajada de China ni de la DFSAY.

Lo único que los funcionarios de inteligencia estadounidenses tenían fue una dirección de la DFSAY (Bulevar Umetnosti, número 2) y se utilizó una técnica militar de navegación básica para aproximarse a las coordinadas de ese objetivo.

Ese método utilizado fue tan impreciso, que el jefe de la CIA, George Tenet, dijo posteriormente que nunca debería haber sido utilizado para escoger un objetivo para un ataque aéreo.

Para agravar su error inicial, señaló Tenet, las bases de datos militares y de inteligencia que se usaron para verificar los objetivos no tenían incluida la nueva ubicación de la embajada, pese al hecho de que muchos diplomáticos estadounidenses habían estado dentro del complejo.

Si alguien en el terreno hubiera visitado el enclave a punto de ser bombardeado, se hubiera encontrado con un recinto vallado, un edificio de cinco pisos con techo inclinado de tejas verdes orientales, una placa de bronce anunciando la embajada, y una gran bandera roja china ondeando a más de 10 metros en el aire.

La parte frontal del edificio se mantuvo mayormente intacta.

La explicación de la CIA fue difícil de creer para muchos: la aviación más avanzada del mundo bombardeó a otro país miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU y uno de los mayores críticos de la campaña aérea de la OTAN por un error en un mapa.

China no lo creyó. La historia, dijo, «no era convincente».

«El gobierno chino y la sociedad no pueden aceptar la conclusión de que el bombardeo fue un error», dijo el canciller de ese país a un enviado de Estados Unidos que viajó a Pekín en junio de 1999 para explicar lo que había sucedido.

Pero ¿por qué iba Estados Unidos a atacar China de forma intencionada?

Acababa de amanecer el sábado 8 de mayo de 1999 cuando el diplomático estadounidense David Rank se levantó de su cama en Pekín.

Rank encendió la televisión y vio en CNN imágenes del latente fuego en la embajada china en la oscuridad de Belgrado.

Esa misma tarde, cientos de manifestantes chinos furiosos estarían ya protestando en las calles. Pero Rank, en ese momento, estaba calmado. Llamó a su jefe, el director de la sección política: «Dije: ‘Jim, esto es algo difícil de comprender'».

El diplomático corrió desde su residencia hasta la embajada, que estaba al final de su calle, donde los funcionarios estadounidenses estaban tratando de averiguar lo que había ocurrido. Claramente, algo había salido mal pero esto tenía que, debía, haber sido un trágico error.

«Era tan evidente que se trataba de una especie de confusión de un accidente de guerra… En ese momento, no pensé que al final se convertiría en un grave problema. Obviamente, era un grave problema, pero no el convulsivo incidente en el que se convirtió», dijo Rank.

Pero en las siguientes horas, la forma en la que el gobierno chino y la sociedad responderían a lo ocurrido comenzó a quedar claro.

Rank comenzó a recibir llamadas de amigos chinos liberales que estaban furiosos por el bombardeo. Periodistas estadounidenses recibieron llamadas similares de parte de contactos chinos con posturas proestadounidenses, mostrándose en shock y traicionados.

Los medios oficiales chinos ya mostraban una clara versión de lo ocurrido: Estados Unidos había violado la ley internacional al bombardear una sede diplomática china.

«Lo que escuché en conversaciones con muchos, muchos chinos era idéntico. Eran palabras de verdadero odio, casi idénticas, palabra por palabra», explicó Rank.

Esa misma tarde, miles de estudiantes salieron a las calles de Pekín. Se reunieron frente a la embajada de Estados Unidos y la situación enseguida se tornó violenta.

«Tomaban piedras del pavimento. Las aceras de Pekín no están pavimentadas, tienen grandes losas y estaban destrozándolas y tirándolas hacia las paredes (de la legación)».

Muchos de esos trozos de concreto golpearon y entraron por las ventanas del edificio, donde más de una docena de empleados de la sede diplomática, incluido el embajador James Sasser, estaban a cubierto. Los vehículos estaban siendo pintarrajeados y atacados.

El mensaje era claro: el bombardeo era intencional y, como decía un eslogan, »debenpagar por la sangre de los chinos».

Las protestas continuarían al día siguiente, con un número de personas incluso mayor -algunas noticias llegaron a situarlo en 100.000 manifestantes-, agitando el distrito diplomático y arrojando piedras, pintura, huevos y piezas de hormigón a las embajadas estadounidense y británica.

«Nos sentimos como rehenes», manifestó entonces Bill Palmer, un portavoz de la embajada atrapado en uno de los edificios.

Protestas de esta escala no se habían visto en la estrictamente controlada China desde hacía una década, desde las manifestaciones a favor de la democracia lideradas por estudiantes en la plaza de Tiananamen en 1989.

En esta ocasión, el enfado estaba dirigido lejos del Partido Comunista pero, acercándose el décimo aniversario de la represión de los estudiantes de Tiananmen, el gobierno tuvo que encontrar un equilibrio entre dar libertad al público para expresar su ira y permanecer en control de la situación.

En un inusual discurso en televisión, el entonces vicepresidente de China, Hu Jintao, apoyó las protestas pero también advirtió que debían llevarse a cabo «de acuerdo a la ley».

China apoyó las protestas aunque al mismo aseguró que protegería al personal diplomático extranjero en el país. En esta fotografía, el entonces vicepresidente Hu Jintao, dando un comunicado por televisión en medio de las manifestaciones.

Las movilizaciones no ocurrieron solo en Pekín. Numerosas personas salieron también a las calles de Shanghái y otras ciudades ese fin de semana. En la urbe de Chengdu, en el centro de china, la residencia del cónsul de Estados Unidos fue incendiada.

Weiping Qin, entonces un líder estudiantil de 19 años en la escuela naval de la ciudad sureña de Cantón, explicó que los manifestantes no estaban informados de que la OTAN ya se había disculpado por lo que, según dijo, fue un accidente.

«El gobierno escondió ese importante mensaje. No nos lo dijeron, así que la gente joven, todos, estaban enfadados. Simplemente queríamos salir a la calle y protestar contra Estados Unidos».

Según Qin, al principio a los estudiantes en su universidad les dijeron que debían permanecer en sus residencias. Pero 24 horas después del bombardeo, los gestores del centro escolar les dijeron que necesitaban a 30.000 alumnos en las calles alrededor del consulado de EE.UU., 500 de ellos de la escuela naval.

Los estudiantes fueron trasladados en autobuses y se les entregó comunicados que leer, que se hacían eco del lenguaje oficial que los medios estaban difundiendo.

«Nos dieron frases largas. Hablar con frases largas es muy difícil». Él decidió gritar eslóganes sobre los «demonios» de la OTAN y Estados Unidos.


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