A primera vista, hay poco sobre el restaurante La Esquina, en Caracas, que haga evidente la crisis que vive el país.

La música suena con fuerza desde unos altavoces ocultos entre plantas suntuosas.

El moderno bar, ubicado entre jardines, tiene vista a una piscina decorativa y poco profunda que resalta como la pieza central del restaurante.

Y en el interior, hay una pared de vinos finos para los comensales que deseen una copa, mientras que el menú ofrece platillos como carpaccio, aceite de trufa y poke bowl (plato tendencia en varios países del mundo que consiste en pescado marinado sobre una base de arroz o quinoa junto a verduras frescas).

El restaurante es otro mundo comparado con lo que se vive en gran parte de Venezuela, un país donde cerca del 90% de la gente vive en la pobreza y el Fondo Monetario Internacional predice que la inflación llegará a 10 millones por ciento este año.

Este es un país donde el salario mínimo ronda los US$5 al mes y la mayoría de las personas batallan para poder comprar una docena de huevos o una simple bolsa de arroz.

Pero al otro lado de la ciudad, hay un pequeño supermercado que vende productos importados para aquellos que pueden darse el lujo de comprar algo ahí.


Los apagones han empeorado las circunstancias de por sí difíciles en Venezuela. Foto: GETTY IMAGES

La mayoría de los clientes son extranjeros o venezolanos con más recursos como los llamados «Boligarcas», epíteto que usan los venezolanos para referirse a quienes se han enriquecido con la «Revolución Bolivariana» de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.

En este supermercado se pueden encontrar estanterías de queso gourmet, aceitunas mixtas y caviar. También hay una pierna de jamón serrano con un precio de US$1.800

Quedan pocos lugares como estos en un país que llegó a ser el más próspero de la región. Y aún en los momentos más difíciles de la crisis, es admirable que sigan existiendo.

Escasez de privilegios

Ronald Balza Guanipa, decano de la facultad de economía de la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas, dice que los negocios se han reducido a dos tipos de venezolanos: aquellos que reciben dinero de familiares en el extranjero y los que reciben salarios en otras monedas.

Es el resultado, dice, de periodos anteriores en los que las ganancias del petróleo eran altas y los venezolanos podían ahorrar.

Pero esto enmascara una realidad complicada incluso para los más privilegiados.


En Venezuela, el salario mínimo ronda los US$5 al mes. Foto: GETTY IMAGES

«El hecho de que algunas personas puedan comer en los restaurantes, no significa que puedan obtener todos los medicamentos que necesitan», advierte. «No pueden planear la educación de sus hijos ni comprar automóviles ni velar por su futuro».

Desde 2013, cuando el presidente Hugo Chávez murió, la economía de Venezuela se ha reducido en más de la mitad.

«Para algunos se ha reducido mucho más que eso, por lo que hay tanta pobreza», dice Guanipa. «Mientras tanto, millones de venezolanos se han ido. Los que vemos comiendo en restaurantes tienen a familiares viviendo en el extranjero. Somos menos los que nos quedamos».

Dificultades en aumento

Los recientes apagones en todo el país han hecho que las circunstancias, ya de por sí difíciles, empeoren.

«Los apagones nos tomaron por sorpresa», confiesa Carlos César Ávila, dueño de una cadena de cafeterías Franca. Tiene 200 empleados y cuatro cafés. Están por abrir el quinto.

«Sabíamos que podían suceder en algún momento pero nunca pensamos que sería tan pronto. Los días en los que no teníamos nada de electricidad no recibíamos clientes. Pero cuando teníamos electricidad alguna de nuestras cafeterías se llenaba de personas. Eran paraísos».


Un café y una rebanada de pastel pueden equivaler a un salario mínimo.

A pesar de los desafíos y del número de venezolanos que se han ido del país, Ávila todavía cree que existe oportunidad para servir a los 30 millones de personas que quedan.

«Las personas que viven aquí necesitan momentos de ocio, necesitan encontrarse, reunirse, compartir una taza de café y eso es realmente lo que ofrecemos, un refugio para eso», explica.

«Para poder apoyar a este sector necesitas empleados, necesitas productores. Así que aunque nuestro impacto parezca pequeño, de alguna manera terminamos tocando las vidas de muchos», dice.

Ávila, sin embargo, admite que mantener el negocio ha sido difícil

«Es realmente como montar una bicicleta cuesta arriba. Si te detienes te caerás. Tienes que seguir pedaleando».

‘Nos ha afectado a todos’

Daniela Salazar, quien trabaja en mercadotecnia y gana US$150 al mes, es una de las clientas de Ávila que disfruta de tomar café y una rebanada de pastel con sus amigos.

«Si tienes la suerte de ganar en dólares, entonces puedes vivir decentemente», dice, admitiendo que la comida frente a ella vale un salario mínimo en Venezuela. »Solía consumir mucho más, pedía pastel, galletas e invitaba a mis amigos. Ahora es solo un café. Hoy es una excepción porque es mi cumpleaños».

Cerca de ahí, Yuraima Cruz celebra su retiro con su hermana Yajaira y algunos colegas.


Yuraima Cruz (derecha) con su hermana.

Ella solía trabajar como psicóloga empleada por el gobierno. Ahora trabaja en el sector privado y cobra por sus consultas en dólares.

«Los salarios son mejores, pero nada es lo suficientemente bueno para lidiar con la inflación», dice.

Ahora su pensión del gobierno vale aproximadamente US$5 al mes.

«Con mi salario del gobierno solía pagarle a mi hijo para que fuera a la escuela, viajé a Europa y compré un automóvil», recuerda con nostalgia.

«Todas mis amistades y yo tenemos títulos universitarios. Fuimos clase media, pero nos ha afectado a todos», concluye.


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