Un fuerte y letal estruendo tomó por sorpresa a Bogotá en la mañana de este jueves.

Por la capital colombiana se esparció con velocidad la noticia: una bomba.

Para colmo de males, fue un carro bomba, un viejo instrumento de terror que los bogotanos creían que había quedado en el pasado.

Y como en los años de la violencia del narcotráfico y el conflicto armado, el hecho se produjo en un predio de la policía, la Escuela de Cadetes Francisco de Paula de Santander.

De inmediato la ciudad y el mundo comenzaron a recibir reportes del número de fallecidos.

Primero uno, después cinco, luego diez, once… 21 al final de la noche.

La cantidad de heridos trasladados a los hospitales del sur de Bogotá tampoco dejó de crecer.

El miedo que vuelve

Julio Rodríguez estuvo a pocas cuadras del lugar.

Trabajaba realizando refacciones dentro de una casa a la hora en la que todo pasó.

Julio Rodríguez estuvo a pocas cuadras del lugar del estallido | Boris Miranda

Cuando logró salir a la puerta vio los vidrios del inmueble en el que se encontraba estrellarse contra el piso.

«Uno no sabe qué pensar ni de dónde venía. La gente estaba llorando y gritando sin saber a dónde partir», le cuenta el joven de 34 años a BBC Mundo.

Rodríguez resume que las personas que estuvieron cerca de la explosión sufrieron miedo, desorientación y mucha tristeza.

Horas más tarde, en la ferretería en la que también trabaja, recordó que el ruido fue lo que más le impactó.

«La onda expansiva llegó hasta donde estábamos y todo el estruendo fue muy fuerte. Después vimos que la bomba estalló en la Escuela de Cadetes», afirma.

La ciudad que sabe de bombas

Más de seis horas después de la explosión, el patio de la casa de Wilson Bermúdez todavía tiene muchos pedazos de vidrio y una de sus ventanas continúa sin ser reparada.

Mientras carga a una bebé, cuenta que el fuerte ruido lo aturdió en un primer momento, pero que después supo reaccionar.

El exsoldado del Ejército colombiano señala que una bomba no es algo nuevo en Bogotá y que en sus años como militar conoció de diferentes explosiones.

El patio de la casa de Wilson Bermúdez seguía con muchos pedazos de vidrio | Boris Miranda

«Cuando escuché el ruido lo primero que pensé es que era una bomba. La rotura de los vidrios lo confirmaba», le cuenta a BBC Mundo.

Bermúdez afirma que tras este bombazo lo que queda es «aceptar las cosas, porque es algo que ya ha pasado».

Los alrededores de la escuela

El jueves desde media mañana fue un día soleado en Bogotá.

A la incertidumbre y miedo generado por la explosión en el la escuela de policía, le siguió la aparición de periodistas, militares, policías de diferentes unidades y decenas de personas que deseaban saber qué había pasado.

La policía acordonó las inmediaciones de la escuela | Boris Miranda

Personal de la Alcaldía de Bogotá, ya en la tarde, comenzó a visitar a cada vecino de las inmediaciones del lugar para conocer la situación en la que se encontraban.

Algunas casas tenían precintos de seguridad particulares porque los vidrios seguían cayendo desde los pisos más altos.

Los destrozos arrinconados de las ventanas estaban en muchas esquinas y eran levantados de a poco.

Caminando desde el punto de la explosión hasta una de las casas más alejadas donde se llegaron a romper vidrios puede demorar casi 20 minutos.

Algunas casas tenían precintos de seguridad particulares porque los vidrios seguían cayendo desde los pisos más altos | Boris Miranda

Se informó que familiares de las víctimas realizarán una concentración el viernes en la tarde frente a la escuela de policías.

«Dios quiera que no…»

Lo sucedido en el sur de Bogotá fue el tema predominante en una ciudad que en los últimos diez años conoció al menos de 5 atentados con explosivos(pero ninguno de ellos con carro bomba).

La atención fue tal que incluso en restaurantes se pasó a mediodía la transmisión de la conferencia de prensa en la que presidente de Colombia, Iván Duque, y el fiscal general de la nación, Néstor Humberto Martínez, dieron el nombre del autor material del ataque.

Desde su ferretería, Julio Rodríguez observó durante la tarde el ir y venir de soldados, policías, personal de emergencias y periodistas.

Pese a la conmoción, optó por abrir el negocio para no perder la jornada.

Lo mismo pasó con decenas de cafés que en todo el día atendieron a oficiales exhaustos.

Rodríguez dice que es la primera vez que le toca vivir algo así y que nunca le imaginó que lo viviría.

«A uno ahora ya le da como miedo estar por acá, cerca a la escuela. Es muy triste que en Colombia se maten de esa manera. Dios que no vuelvan las bombas».


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