«Vivir aquí es una bendición», proclama con la más ancha de sus sonrisas José Rivera.

En esta fresca mañana de sábado ha montado en la plaza central del pueblo su bien surtido puesto de frutas.

Frambuesas, duraznos, aguacates, moras… José tiene de todo.

Su puesto despliega más colores que la paleta de un pintor expresionista. Por eso atrae cada fin de semana a los turistas que visitan la Colonia Tovar, a pocos kilómetros de Caracas, en lo alto de un montaña.

Este agricultor de 50 años se dice un privilegiado en la Venezuela de la crisis. Heredó una finca que explota junto al resto de su familia: «Toda la vida nos ha ido bien», dice.

Relatos como este no abundan en la Venezuela actual.

Pero este lugar no es solo venezolano; es también alemán.

Sí, han leído bien; la Colonia Tovar es alemana.

Paseando por sus calles, repletas de cervecerías de estilo bávaro y restaurantes que sirven una amplia variedad de salchichas con repollo agrio, o contemplando su iglesia principal, dedicada a un santo católico que murió mucho antes de que los europeos tuvieran noticia de la existencia de América, cuesta imaginar que el Caribe queda a poco más de 30 kilómetros.

También el blanco caserío con gruesas vigas de madera que salpica su verde y montañoso paisaje recuerda más a la Selva Negra alemana o a los Alpes italianos que a nada que uno pudiera asociar a la tropical Venezuela.

¿Cómo surgió y sobrevivió esta «Alemania del Caribe»?

El viejo Ciro Enrique Breidenbach es su cronista y conoce la historia mejor que nadie.

«Hacia 1840, durante el gobierno de José Antonio Páez, había una gran emigración del campo a la ciudad y la producción agrícola de Venezuela estaba cayendo, así que se encargó al militar y geógrafo italiano Agostino Codazzi un plan para atraer colonos alemanes que trabajaran los campos», cuenta, mientras muestra con delicadeza de entomólogo el original del primer contrato de asentamiento suscrito con uno de estos colonos.

Martín Tovar Ponte, uno de los próceres de la independencia, aportó las tierras a unos 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar en las que hoy se asienta la colonia, agraciada por un clima benigno y un suelo fértil que son una de las razones por las que aquí no se da la escasez de alimentos que aqueja a otros lugares del país.

Dos años después, un grupo de 60 familias de la aldea de Endingen, en el actual estado alemán de Baden-Wurtemberg, en apuros tras una época de malas cosechas, aceptaban la oferta de Codazzi e iniciaban una travesía por el Atlántico que les llevaría a las tierras de Tovar.

Nacía así este sitio tan peculiar.

«Codazzi quería mantener a los alemanes aislados de la población local porque temía que el contacto con los venezolanos arruinaría su carácter trabajador», relata el cronista.

Él mismo, descendiente de alemanes, es un ejemplo vivo de que no lo logró.

Con el tiempo, colonos y autóctonos fueron emparejándose, dando lugar a un excepcional mestizaje germano-venezolano que perdura en la actualidad.

Alemanes en Venezuela

Mariel Rivero, camarera en uno de los mesones típicos de la localidad, está casada con un ciudadano alemán y sus dos hijas tienen el pasaporte de ese país europeo.

«Es muy agradable vivir aquí; la colonia me lo ha dado todo», cuenta.

Cabellos rubios y ojos azules como los suyos, poco frecuentes en el Caribe, abundan aquí.

Son parte de un legado que los más concienciados de los colonieros, como se conoce a los habitantes de la colonia, tratan de conservar.

Es el caso de Carlos y Tulio Misle, padre e hijo involucrados ambos en proyectos vinculados al origen alemán de la comunidad.

Tulio viajó a Alemania para formarse y regresó para montar una empresa de producción de vinos y cerveza artesanal que ahora intenta expandir pese al contexto económico adverso en el país.

«Producir aquí una bebida tradicional de la Colonia es un orgullo», afirma, mientras atiende a los clientes de su negocio.

Carlos, su padre, está empeñado en salvar el alemán coloniero, el habla local resultado de la fusión del español con el alemánico, un raro dialecto del alemán que trajeron consigo los primeros colonos.

«Un grupo de personas comprometidas con el rescate de nuestro acervo cultural llevamos dos años dedicadas a escribir la gramática del alemán coloniero», cuenta.

Alarmados por un estudio en el que comprobaron que cada vez quedan menos hablantes, se decidieron a «unificar el dialecto para que no se pierda» y han producido un manual para que el curso que viene los más pequeños comiencen a estudiarlo en algunas escuelas del municipio.

Uno de los factores que lo han ido arrinconando ha sido el turismo

Pero es también una de las fuentes de riqueza de la Colonia.

Lo sabe bien Ankeith Bracamonte, que hace unos años decidió dejar su puesto de empleado público para fundar una agencia de viajes junto a dos socios.

«El principal atractivo es la gastronomía, que cada fin de semana trae a visitantes, sobre todo de Caracas, pero también de Maracay y Valencia», indica, refiriéndose a las principales ciudades de Venezuela.

La estampa habitual cualquier fin de semana aquí es muy distinta de las colas, protestas o mercados desabastecidos que suelen proyectar los informativos internacionales cuando hablan de Venezuela..

Entre los que se divierten este fin de semana están Armando Nazerdine y sus dos primos. Hijo de inmigrantes libaneses que se instalaron en Venezuela en la década de 1980 huyendo de la guerra en su país, ahora vive en la Isla Margarita, se siente un venezolano más y da gracias por lugares como este.

«Venezuela es tierra de paz y armonía» cuenta, mientras se balancea en el remolque del vehículo rústico que los pasea a él y a otros visitantes por los alrededores de la Colonia.

A bordo va también Dugleilis Sibad, empleada del Estado que ha venido con una amiga desde Valencia a disfrutar del día.

Acaba de degustar una muestra del chocolate elaborado con el cacao criollo, la variedad local, y está de mejor humor incluso que cuando llegó.

«Todo esto es muy bonito. El clima es muy agradable y hay una gran variedad de frutas, verduras y artesanía», comenta.

Una zona «segura» en Venezuela

El turismo es también una de las claves que explican que, según sus habitantes, la Colonia siga siendo un lugar relativamente seguro pese a ubicarse en el estado Aragua, considerado uno de los más violentos y peligrosos de Venezuela.

Reinaldo, el conductor que pasea a Dugleilis y a Armando, explica por qué: «El asunto de la inseguridad está controlado aquí; quienes trabajamos en el turismo hacemos de patrullas civiles y reaccionamos en cuanto hay algo sospechoso porque no nos interesa que la Colonia Tovar pierda su buena fama».

¿Y qué hay de los apagones, la otra lacra que ha hecho insoportable el día a día de muchos venezolanos?

La Colonia también tiene suerte en esto. Al ubicarse en la misma línea que da servicio a Caracas, cuyo suministro prioriza el gobierno, los cortes de electricidad son muy raros aquí.

Y sin embargo, los colonieros no son totalmente inmunes a la crisis.

Inge Hubrig regenta una charcutería que presume de que su fundador, su difunto esposo, elaboró en 1993 la salchicha más grande del mundo.

Vive «tranquilamente» aquí desde hace 39 años, pero ahora ha empezado a ver algo nuevo para ella. «A veces llega gente pobre pidiendo salchichas; yo se las regalo, claro».

Sentado en el comedor de un coqueto hotel que antes tenía menos habitaciones libres, Esteban Bocaranda, alcalde del municipio Tovar, el que engloba a la colonia, confirma los nubarrones en el horizonte.

«La Colonia permanece viva porque es un centro turístico nacional y, aunque no tenemos manera de medirlo científicamente, hemos notado que llegan menos turistas y algunos negocios han cerrado», dice.

«También se han ido muchos muchachos y ahora los tenemos regados por toda América».

El alcalde mira el cielo plomizo a través del amplio ventanal antes de responder a mi última pregunta: «Mire, aquí intentamos permanecer ajenos a lo que pasa en el resto del país».


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