Si las palabras de Cristina Falcón Maldonado ahondan el alma en un ir y venir continuo y complejo que entreteje la memoria en su poemario; los dibujos de Miguel Viloria lo hacen con tinta. De hecho son como el viento y el agua de una misma mar embravecida rompiendo contra las rocas, rompiendo y transformando su estructura, volviéndola añicos para convertirla en otra cosa. Lo que siempre fue, aquello que siempre estuvo ahí en su esencia, pero con otra forma.

Los dibujos de Viloria son poemas dibujados en blanco y negro, en gesto firme y violento; unas veces de línea gruesa como torrente de tinta que salpica y mancha la superficie del papel. Otras con un simple rastro, un roce que acaricia apenas. Pero todos ellos transpiran vitalidad, rabia incluso, voz en tinta de aquel que habla del cuerpo y con el cuerpo. Y a través de él, nos habla de la condición humana.

Los cuerpos que representa Viloria en sus dibujos, están más cerca de la disolución, la deconstrucción y la estética de lo monstruoso y lo abyecto que de una visión idílica del mismo. Porque este artista va piel adentro, a las profundidades de la condición humana y sus contradicciones, sus desmembramientos y pérdidas; va hacia aquella parte estructural que nos pertenece como humanos y que rara vez se conjuga en un orden idílico, más bien al contrario, poblando de manchas nuestra misma existencia.

Calavernario, ese lugar donde acaban los huesos al final de la vida más allá de la memoria que los sentimientos amarran; ese lugar donde se recogen las estructuras más primarias de nuestra existencia y se conjugan en relaciones inverosímiles; es el lugar simbólico elegido por éste artista venezolano para llevarnos a sentir la ruptura con lo convencional, con lo estandarizado o lo previsible; creando un nuevo paisaje con aquellos pedazos que quedan tras el naufragio de las esperanzas, de los deseos, o de los recuerdos que ya no volverán.

Es así como el agua de la tinta y el aire de la voz de la poeta, se fusionan borrando el paisaje que creemos conocer bien, para mostrarnos otros paisajes posibles, crudos y reales como la vida misma. Paisajes que están más cerca de la confusión, la desintegración y el olvido que trae el vivir, que de la fantasía del orden y la linealidad de la vida.

Una obra plástica que emerge de raíces informalistas, muy gestual e impregnada de cierta abstracción, en busca de su propio lenguaje y construyendo su propio paisaje. Por que la necesidad de pintar, como la de escribir, es una necesidad vital de la que afortunadamente o no, no se puede huir, y que a veces incluso libera.

Nota de prensa.


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