La libertad no es una entelequia. Lo que no quiere decir que no se haya pensado mucho acerca de ella. La libertad aparece indudable e indivisiblemente ligada a la voluntad. A la voluntad individual y colectiva (en tanto alguna forma sumatoria de voluntades individuales). Así lo vislumbró Shopenhauer, por ejemplo: «Mis elecciones están rigurosamente ligadas a mi voluntad». Claro, algo como la libertad plena (como no sea en términos judiciales, ahora completamente extraviados en nuestro país) carece de existencia real. Basta elaborar los límites materiales, físicos y hasta circunstanciales (morales, de las costumbres, que, aunque cambiantes están allí), para sentir los frenos al desempeño ilimitado del querer volitivo.

Ahora bien, la palabra libertad atraviesa conceptualmente la esencia de la venezolanidad. Digo la esencia, la sustancia, porque aunque nos acompaña desde nuestra fundación como nación y desde antes, en la búsqueda afanosa de los libertadores por su consecución, no ha estado presente, materializada, en nuestro devenir histórico por mucho tiempo. Son más, si los sumamos, los años de nuestro encadenamiento como ciudadanos que los de libertad (nunca plena, insisto). Imposiblemente plena.

Sin embargo, el 23 de enero, aquel de 1958, nos retrotrae a la certeza de que es posible lograr la libertad, libertarnos de los encadenamientos impuestos hoy por el más desvergonzado despotismo, este que ahora sufrimos en términos individuales y también colectivos. Esta fecha nos recuerda tesoneramente, todos los años, que librarnos es posible. No por la Vaca Sagrada, por el hecho/dicho singular de que «pescuezo no retoña», no por la toma violenta de la Seguridad Nacional en acción liberadora y significativa de los presos políticos, sino por la posibilidad de construir de nuevo una Venezuela más libre, más democrática, menos sometida a los designios de unos pocos que se imponen usando las armas, la represión y el terror.

El 23 de enero lo asociamos con la libertad porque nos recuerda el momento de la cobarde huida del dictador cobarde. De sus secuaces sanguinarios y crueles, que no obstante lucen empequeñecidos ante los desmanes de los terroristas que hoy y por demasiado tiempo atrás han mancillado nuestra República. Hasta corroborarse en el hecho de que quienes huyen ahora de la debacle son millones de compatriotas en busca de refugio.

Será nuestra voluntad en cuanto individuos y en cuanto colectivo nacional, la que finalmente dé al traste con la canallada prolongada, instaurada en Miraflores con apoyo armado, con redes de narcotraficantes, de terroristas nacionales y extranjeros, con apoyo de los países más despreciables del mundo. El sentido de la palabra libertad está instaurado en la venezolanidad. Por eso no termina el poder de doblegarnos por más que mate, persiga, reprima, proscriba, censure, viole, torture, aprese, vulnere y aterrorice. Venezuela es libertad y tarde o temprano volveremos a darle efectiva significación al 23 de enero. Tal vez con otra fecha. Muy posiblemente con otra fecha, que será igualmente emblemática, igualmente reservada en oro por los tiempos como símbolo, colgado en el calendario, de nuestra voluntad de librarnos del sojuzgamiento del más atrabiliario poder esclavizante y criminal.


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