A Paola.

Lo he dicho y lo escrito más de una vez. Creo que Luis Castro y Antonio Pasquali son los dos pensadores más importantes del siglo XX venezolano. Sobre Luis me extendí no ha mucho y ahora quiero hacerlo sobre Antonio con ocasión de que la UCAB le ha rendido un hermoso y permanente homenaje, una sala con su nombre y su biblioteca.

Los dos son filósofos y me parece que es un rasgo fundamental. Soy un convencido de que la filosofía “no salva ni serena”, como decía el muy brillante metafísico Federico Riu, que también y muy justamente será homenajeado en fecha próxima por la misma universidad. Pero la milenaria filosofía -¿perenne, eterna?- sí creo que suministra una visión universal y un ejercicio del pensamiento que en más de un sentido es inigualable. Se puede permanecer en ella y enriquecerla, Riu, o utilizarla para fundamentar y estructurar otros saberes y abrirles anchos caminos, Castro y Pasquali. El primero rehízo como nadie la historia venezolana. Y Pasquali fundó entre nosotros y en buena medida en América Latina la comunicología, nada menos, la teorización contemporánea de las formas en que los humanos nos comunicamos, el verbo y la imagen que siempre están al principio.

Creo haber referido también el deslumbramiento que causó en tantos de nosotros su primer libro sobre el tema, un verdadero clásico, Comunicación y cultura de masas, apenas cerca de un decenio después de la aparición en el país de la televisión. Allí hay desde una fundamentación filosófica, básicamente del erudito profesor de ética, hasta los análisis más concretos y cuánticos de los atropellos culturales, políticos y legales de nuestra infame televisión vernácula. Pero sobre todo nos reveló que esa pequeña pantalla casera que parecía una inane distracción familiar sería uno de los más poderosos aparatos ideológicos, sino el que más, que tramitaría el espíritu ideológico y político del inmediato futuro. En especial en los países pobres. Fue un verdadero descubrimiento que sentaría uno de nuestros campos de batallas primordiales por tratar de alcanzar la cultura moderna. Luego una vasta y cada vez más densa obra fue perfeccionando el pensar de un gran teórico de ese espacio de lucha, en el país y allende.

Pero además del insigne pensador, fue un incansable luchador por la causa, un verdadero hombre de acción. Fue entre otras cosas un altísimo dirigente de la Unesco por varios años y allí posiblemente logró sus mayores éxitos reales, además de un infatigable colaborador de instituciones latinoamericanas y, por supuesto, un luchador sin tregua en este país contra un oligopolio feroz y particularmente ávido de riquezas sin moral y un estamento político inconsciente y cómplice que, en ese terreno, la conciencia cultural y cívica de las mayorías nacionales. Es posible que haya perdido todas esas luchas salvo una, la siembra de una disciplina, algunas instituciones de estudiosos y críticos, y un futuro que probablemente habrá de venir.

Agregaría que Antonio fue uno de los intelectuales más universales y contemporáneos del país. Lo que lo llevó a tocar otros temas capitales, el futuro del planeta y de la especie y sus peligros abismales o el análisis de todas las otras formas de interconectar el mundo cada vez más globalizado.

Y en definitiva llegó a la formulación de una teoría capaz de darnos un antídoto a la barbarie mediática nacional que espero sea la guía para los mensajes mediáticos futuros, cuando haya libertad entre nosotros, y no la nostalgia fatua y publicitaria, por ejemplo, de una falsa televisión democrática del pasado puntofijista. A él le debemos ese legado, llegar a entendernos y crecer.


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