La magia del llano colombiano

Un viento tibio golpea la cara. Si hay algo verdaderamente fascinante de los Llanos Orientales de Colombia es el olor singular a helecho fresco, que se extiende a lo largo de la carretera. El reloj marca las 5:35 am. El cielo comienza a iluminar el llano en sombras naranjas y exalta las siluetas de las garzas, anunciando el amanecer.

Esta experiencia comienza con los 86 kilómetros que se deben recorrer desde Bogotá hasta Villavicencio. En este trayecto se transita por 7 túneles, entre ellos el de Buenavista, con 4,5 kilómetros de longitud, tras el cual aparece, ante los ojos de los visitantes, el inmenso verdor del llano.

Se acerca el mediodía y los 32° C traspasan la suela de los zapatos, pero el paisaje es tan deslumbrante que invita a conocer, a solo 3 kilómetros de Villavicencio, el bioparque los Ocarros, una reserva natural dedicada a la preservación de la fauna, la flora y los ecosistemas de la Orinoquia.

Publicidad
Publicidad

Y para conocer las tradiciones llaneras, tomando la vía a Catama, que atraviesa la ciudad de occidente a oriente, se llega al parque Las Malocas, una representación del trabajo en el llano, el coleo, los corrales ganaderos y donde se puede visitar una casa típica de la región. En la capital del Meta, Villavicencio, los monumentos, los obeliscos y los bustos resumen la historia de la independencia de sus pueblos.

Baja la temperatura. Como es tradicional en el llano, las yeguas y el jinete pasan los ríos con el agua hasta el cuello para arriar el ganado. Una cabalgata ecológica, que dura dos horas, incluye un recorrido por el rincón donde salen los micos a buscar alimento, una visita a la cascada el Salto del Ángel, lugar para refrescarse en aguas cristalinas y, por último, el paso por zonas pantanosas.

Pero antes de continuar el camino que lleva a los llanos, hay que probar los deliciosos envueltos de maíz y las roscas de arroz que ofrecen muchos establecimientos en Restrepo y Cumaral.

La temperatura mantiene estáticas las hojas de los árboles, mientras se avanza hacia Casanare, otro departamento llanero que también les rinde homenaje al joropo, el coleo, a los cantos de vaquería, a la mamona y las peleas de gallos.

Llegando a Monterrey, la temperatura baja un poco, su conformación topográfica hace que se presenten los pisos cálido y medio. A este municipio, ubicado a 96 kilómetros de Yopal, también lo rodean los ríos Guafal, Los Hoyos, Tacuya y numerosos caños y quebradas que se encuentran cada 5 kilómetros.

El imponente río Tua, sitio de los tradicionales paseos de olla (sancochos familiares o entre amigos), les da la bienvenida a sus visitantes, con sus aguas cristalinas. Este lugar es perfecto para practicar rappel y el tubing, también conocido como tubo parachoques. Cae la tarde, pero es una tarde llanera, que equivale a deslumbrante.

Vaquería. Amanece y a lo lejos se escucha un canto que se esparce en la brisa. Es el de la vaquería, una tradición que se resiste a desaparecer. Es un canto a las labores de los antiguos llaneros en los hatos y es la conexión con el ganado. “Nuestros padres nos enseñaron, se les canta cuando van entrando al corral, cuando están necios, o antes del ordeño, al escucharlo los animales se calman”, asegura Rolfo Meneses, vaquero de profesión.

Empezar a hablar de Yopal es difícil con tanta magia. Cientos de turistas llegan cada año a esta ciudad en busca de los amaneceres de tonalidades naranjas que atraen millones de aves de una manera natural. Un paso obligado es “el garcero”, en el kilómetro 8 entre Yopal y la vía Sirivana. En este lugar los hermanos Barrera –un ambientalista, un veterinario y un ingeniero civil– se han dedicado a proteger la reserva a donde llegan especies de todo tipo, entre abril y agosto.

RECUADRO

Deleite para el paladar

En Yopal, comer es un goce para los sentidos. La mamona es el plato típico de los llanos, un corte suave que se asa con el calor de la leña y se acompaña de un pedazo de yuca que se derrite en el paladar, papa salada y guacamole. Mamona es como le dicen a la ternera que aún es amamantada por la vaca. La sazón la dan el arpa, las maracas o capachos y el cuatro, al son de contrapunteos, pajarillos y poemas que inspiran sus paisajes.

Último minuto