Hay quienes hablan del pasado de Venezuela como la mejor época, pero para la joven diseñadora Yenny Bastida se trata de una referencia simbólica. La marca que decidió emprender hace casi 15 años es, precisamente, un proyecto creativo que -como el de muchos de los que permanecen en el país- nació en crisis, palabra a la que se refiere como una constante. “Para mí, esa palabra es tan cotidiana como decir ‘hilos, aguja, tela’, pero en la creatividad que le hemos impreso a lo que hacemos procuramos que no pueda afear nuestro trabajo”.

Recordar el tiempo preciso cuando descubrió su vocación para el diseño de modas es un ejercicio infructuoso, tal vez porque se trata de un talento heredado de sus abuelas, una de ellas maestra de artes manuales y la otra dedicada al bordado portugués. “Quizás eso ciertamente se hereda, si puedes legar esa capacidad, destreza o virtud de la delicadeza del trabajo manual, más el diseño, la clase y todo eso que ellas también cultivaron en mí”.

Desde sus comienzos como emprendedora, con su primera tienda localizada en Altamira y luego con un local en el piso 5 del centro comercial Tolón, se ha empeñado en vestir a la mujer no solo venezolana y latinoamericana, sino a toda aquella que se identifique con las constantes de su marca: creatividad, femineidad, alegría, color, texturas. “La mujer Yenny Bastida es decidida, apasionada, creativa. Cada uno de nuestros diseños representa eso. La exclusividad de un hecho a mano, un prêt-à- porter con ese plus de atención personalizada  de ajustes a la medida, como debe ser un producto hecho por diseñador”.

El camino recorrido hacia la meta ha dejado muchos aprendizajes, gran parte de ellos propios del ensayo y error, pero Bastida recibe todas las experiencias como lecciones necesarias que la impulsan a retomar la energía de lo posible, del sí se puede. “Pensamos y trabajamos con base en el presente, y el futuro lo dejamos en una hoja en blanco para todo lo bueno que pueda pasar. Nos dejamos sorprender. A pesar de que tenemos directrices de lo que queremos hacer, hacia dónde vamos, no tenemos una parada forzosa; el arte no se puede manejar de ese modo tan obligado”, asevera.

En su lista de afanes para la marca incluye el crecimiento hacia otros mercados del ámbito latinoamericano y estadounidense, pensando siempre en la mujer que, sin distingos de nacionalidad, sea amante del color, de sus curvas, de su cuerpo, sea divertida y le guste ser única. Como si de los tres deseos posibles a pedir al genio de la lámpara se tratara, tener una única añoranza para una mejor Venezuela es una tarea casi imposible. Para la diseñadora es un ejercicio que le quiebra la voz y que no solo le hace pensar en las metas personales, sino en las de su equipo de trabajo y las familias de quienes la acompañan de manera abnegada en este proyecto. “Es difícil no tener un anhelo tan humano o tan grande como el de poder sentirse libres de crear, de soñar”.


“Mi mantra es la fe, el amor por el país, por los colores, por el continente entero que es capaz de llevar esa fuerza histórica y cultural que marca tendencias en el mundo, y por ser partícipes de una reconstrucción total. Los que estamos aquí apoyamos o tratamos de hacernos la ilusión de que somos parte de la recuperación del país. Quiero trabajar para que eso sea así”


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