Hilde Domin. La lengua madre

Se nace y se muere en una palabra.

Edmond Jabès

El devenir poético de Hilde Domin, nacida el 27 de julio de 1909, en Colonia, en el seno de una familia judío liberal, expulsada y exiliada de su tierra y lengua natal por el nacionalsocialismo, representa un profundo trabajo de reflexión en torno al lenguaje, desde el punto de vista filológico, ético y, no por último, humano.

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A los 23 años viaja a Italia, tras la culminación de sus estudios de Derecho, Ciencias Políticas y Economía en la Universidad de Heidelberg, para proseguir estudios de doctorado junto a su compañero Erwin Walter Palm (1910-1988). Este provenía de una familia judío ortodoxa de Fráncfort, era filólogo clásico, arqueólogo y, además, seguidor del poeta Stefan George, quien frecuentaba la ciudad de Heidelberg para reunirse con su círculo de admiradores. Con la llegada de Hitler al poder, Italia se convierte en la primera estación de los veintidós años que viven en el exilio. Hilde y Erwin se casan en 1936, en Roma y cuatro años más tarde, tras la promulgación de la ley antisemita por el régimen de Mussolini, tienen que huir de ese país. Vía Francia viajan a Inglaterra y en el verano de 1940 se embarcan vía Canadá con destino a la República Dominicana, Santo Domingo. En esta isla Hilde escribe sus primeros poemas a los 42 años, a raíz de enterarse de la muerte de su madre, en Alemania.

En ese estado de extrema orfandad, la lengua se convierte, de pronto, en su salvación y, para siempre, en su refugio. Se trata de su lengua natal, a quien ella había estado sirviendo como traductora, lectora y enseñante de alemán durante el exilio. “Escribir fue un acto liberador”, afirma Hilde en sus escritos autobiográficos, “una alter­nativa contra el suicidio”. A su regreso a Alemania aparece su primer libro de poesía Solo una rosa como apoyo. En el poema que da título al libro leemos los siguientes versos:

“Me da vértigo. No puedo dormir.

Mi mano

busca un soporte y encuentra

solo una rosa como apoyo”.

De manera que Hilde Domin reencuentra su hogar perdido en el exilio, a través de su lengua madre, que también es la lengua de sus perseguidores y de las víctimas de la Shoah. Por consiguiente, esta poeta contribuye, como testigo y con su obra, a reconciliar lo irreconciliable con respecto al tema de la identidad de la diáspora ale­mana. Su gesto amanuense deviene simultáneamente hogar y poesía.

“La poeta del regreso”

Hilde Domin deviene la “poeta del regreso”, según el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer, quien analiza en su obra el fenómeno del regreso. No se trata de que la experiencia del desamparo vivido en el exilio haya sido superada a través de la escritura. Regreso significa, en este caso, el riesgo, la osadía, la empresa de un expatriado; y el inventario de este destino no es otra cosa que la suma de experiencias de pérdida y de despedida, de amor y de soledad, de distancia y de nostalgia, y así sucesivamente.

Su escritura comprime de un modo ejemplar este cúmulo de experiencias, nos ayuda a hacer las maletas, a viajar o a estar en el mundo “Con equipaje ligero”, como se titula un poema de su segundo libro Regreso de los barcos.

El regreso conlleva el lado más incómodo de la ruptura porque figura convivir en la propia grieta. Según Gadamer: “Todos tenemos que aprender qué significa regresar. Los versos de Hilde Domin nos permiten entender de una nueva forma qué es la poesía. Quien aprende a través de su poesía qué significa el retorno, sabe desde ya y para siempre que la poesía es regreso: regreso al lenguaje. En ello reside la doble fuerza simbólica de su poético testi­monio”. No hay nada más frágil que disponer “solo de una rosa como apoyo”, en un momento de duelo y desamparo. La rosa encarna su lengua herida, el alemán. A partir de este momento, cuando todo se ha perdido, el alemán, el idioma natal que fue el único asidero en el exilio, representa lo imperdible.

Notable es que la experiencia del regreso acontece de la mano del lenguaje. “El regreso, no la persecución, ha sido el gran acontecimiento de mi vida. Una experiencia de extrema fragilidad”, escribe la poeta en sus ensayos. En esta reflexión se manifiesta una tensión elemental que le imprime a toda su obra el sello de lo paradójico, convirtiéndola en una obra alentadora y sumamente humana. Por un lado, nos confronta con su fragilidad, por la tragedia vivida, que la condena a ser una sombra en una “Isla de luz”, a ser “la más delgada, la más sola entre los muertos” y, por el otro, nos anima con sus ganas de vivir, su valor de decir, su llamado a relacionarse con el Otro:

“Abel levántate

para que todo empiece de otra manera

entre todos nosotros”.

“Palabra Libertad”

En comparación con Kafka, cuya paloma regresó pero no encontró nada verde, Hilde Domin afirma que sus poemas “ven con los ojos bien abiertos cuán arrasadas y desoladas están las praderas, cuán desnudas están las astas de los árboles, y del horror vuelan alto y muy lejos. Sin embargo, también en algún lugar encuentran un azul o un verde sumamente trasparente. Y a decir verdad”, concluye la poeta, “todos nosotros actuamos así, pues si no, no viviríamos. Lo Solamente-Negativo es una apti­tud”. En el panorama poético de los años sesenta en Alemania (pero también en el panorama actual), la voz de esta poeta resulta profundamente renovadora y alentadora.

Tras la sentencia de Adorno de que escribir un poema después de Auschwitz era un acto de barbarie y de que Hans-Magnus Enzensberger declarara la “muerte de la literatura”, Hilde Domin apuesta por el poema como lugar de reflexión, discusión y reconciliación, por ejemplo, en su brillante análisis multidisciplinario “¿Para qué lírica hoy? La poesía y el lector en la sociedad controlada” (Wozu Lyrik heute. Dichtung und Leser in der gesteuerten Gesellschaft, 1968) y, de una forma más compacta, en sus Cátedras de Poesía “El poema como instante de libertad” (Das Gedicht als Augenblick der Freiheit, 1987/1988). Su aguda reflexión y su disposición para argumentar, y si fuera necesario también con sus propios poemas, para auto cuestionarse, para iniciar discusiones públicas o epistolares, no tienen precedentes en la historia de la literatura alemana de posguerra. Ella hace hincapié en la “inespecífica exactitud” de la poesía como una cualidad capaz de generar un instante de libertad y de movilizar en el lector al ser humano, haciéndolo sentir y actuar como ciudadano autónomo.

Asimismo observamos cómo esta poeta se involucra en el acontecer político-social de su país. “Mis poemas son campanas que muchos oyen”, escribe Hilde Domin a Hannah Arendt en una carta, en la cual anexa su díptico “Extranjera”, inspirado en la ponencia de Arendt con motivo de su Premio Lessing. Hilde expone la realidad de modo íntegro, transformándola en objeto de comu­nicación. Porque es solo mediante la comunicación y la discusión, parafraseando a Lessing, que las cosas del mundo se tornan humanas.

La correspondencia entre Hilde Domin y Nelly Sachs “Li” también da cuenta de la preocupación de ambas por el doloroso laberinto de verdugos y víctimas que reinaba en la época de la posguerra. En estas cartas, Hilde expresa enérgicamente su obligación como poeta de tender un puente de comunicación y de exigir objetividad lingüística o, lo que ella denominó, “vocablo de libertad”, para evitar una repetición de la tragedia. “Li”, a quien Hilde considera su hermana mayor, reconoció su esfuerzo por reconciliar lo irreconciliable.

En su exigencia de exactitud lingüística reside una posibilidad de resistencia; otra posibilidad queda a cargo del yo lírico. Sin necesidad de usar ninguna terminología política, su yo lírico actúa como un embajador, alertán­donos y llamándonos desde su experiencia personal, llevada a un plano colectivo. Como buena discípula de Karl Jaspers, Hilde Domin aboga por el diálogo, cree en el hombre y en la posibilidad de sensibilizarlo e interpelarlo en contra del automatismo y del conformismo.

“Canciones para dar aliento”

Cuando comencé a leer a Hilde Domin todavía no había sido editada su correspondencia con Erwin Walter Palm, El amor en el exilio (Die Liebe im Exil, 2009). Así que pude constatar, después de haber leído estas cartas, el dejo, la huella que esta voz había dejado en mí, gracias a su impávido valor para nombrar las cosas, gracias a su coraje para denunciar la tragedia dejando a un lado lo personal. Comprobé que la autonomía de sus palabras se sostenía de su inquebrantable fe en el ser humano y de su valor para amar, como ella misma reconocía. Al igual que sus poemas, su correspondencia ratifica cómo la lengua madre y las actividades en torno a esta, traduc­ción, lectura, enseñanza, vertebra la vida de esta pareja de expatriados, convirtiéndose en el único refugio no solamente en el exilio, sino también al regreso. La lengua simboliza el único hogar posible, cuando todo se ha perdido, puesto que ella atesora una confianza primaria, casi indestructible. Es un árbol siempre presto a florecer.

Para la edición de esta antología que tienen en sus manos, he reunido cronológicamente un conjunto de textos provenientes de su obra poética completa con la intención de mostrar su talante lírico y su poética. En esta edición, hallarán poemas sencillos, vigorosos y de contundente veracidad, poemas de amor y de desarraigo que se involucran con el Otro, que insisten en comunicar y que buscan ser oídos. He elegido, especialmente, po­emas que toman posición y alientan en tanto advierten, desplegando una forma superior del conocimiento hu­mano que hace énfasis en lo menos sensato y en el “Sin embargo” característico de esta poeta, a partir de la experiencia del lenguaje y como testigo de la Shoah.

En este sentido, apreciado lector de poesía, viaja por este libro “con las manos abiertas”, sé el extranjero y la extranjera que habla su idioma. Transita por sus páginas casi aéreas, casi islas, barcos o almendros floridos, advierte en su paisaje cambiante una hoja de vida. Oye el eco de sus poemas campanas como una posibilidad de resistencia contra el conformismo. Oye la paradoja de estas Canciones para dar aliento, su inesperado contra paisaje capaz de debilitar el panorama, volverlo absurdo, sin ofrecer nada que tenga absoluta validez. Porque quien ofrece una paradoja como salida sugiere que está más allá de toda ideología, en un espacio de consuelo y de plena au­tonomía. No en vano Hilde Domin escoge como epitafio un epígrafe de su primer libro, con una pequeña modifi­cación de número, para ella y Erwin: “Pusimos el pie en el aire y nos sostuvo”. La poeta muere el 22 de febrero de 2006 en Heidelberg.

Regresemos a la cita inicial de Edmond Jabès para cuidar la transparencia del origen. La palabra.

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Geraldine Gutiérrez Wienken

Heidelberg, 8 de marzo de 2018

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