Civiles sufren el asedio del bastión rebelde sirio

Las bombas caen sobre Ghouta como una tormenta que desde el domingo pasado se derrama interminable sobre sus 400.000 habitantes, en su gran mayoría civiles, castigados por los aviones sirios y rusos decididos a exterminar el último bastión rebelde cercano a la capital.

Desde esos primeros destellos de ofensiva hace casi una semana murieron al menos 400 personas en esta región agrícola y densamente poblada al este de Damasco. Casi un centenar de las víctimas eran menores de edad, entre chicos y adolescentes.

«Tenemos que evitar la masacre porque seremos juzgados por la historia», dijo Staffan de Mistura, enviado especial de la ONU para Siria, y afirmó que entre los objetivos de los bombarderos había hospitales y otros blancos civiles. El secretario general del organismo, Antonio Guterres, describió la devastación de Ghouta como un «infierno en la Tierra».

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El objetivo final del régimen de Bashar al-Assad es poner a la zona de rodillas, reducirla a la impotencia y entrar de un momento a otro con tropas de tierra para limpiar el lugar de combatientes rebeldes. El asedio al que estaba sometida por el ejército desde 2013 había abonado el terreno, provocando una escasez crónica de alimentos y medicinas.

El precio a pagar por las operaciones nada quirúrgicas del régimen, según los aterradores testimonios de los civiles, que resisten como pueden, son cientos de vidas inocentes que agregan rápidamente sus números a los 340.000 muertos de la guerra desde 2011.

Ayer, los habitantes de los distintos poblados volvieron a ver columnas de humo negro saliendo de las áreas residenciales luego de que los aviones dejaron caer sus bombas desde gran altura. Al mismo tiempo se realizaban búsquedas de cuerpos en medio de los escombros del pueblo de Saqba y otras localidades de Ghouta, hasta hace poco considerada zona agrícola y ahora vista como botín de guerra.

Según Médicos Sin Fronteras, 13 de las instalaciones médicas a las que ayuda en Ghouta fueron dañadas o destruidas, con lo que su personal quedó con escasos o nulos recursos para asistir a los cientos de heridos que les llegan a diario. Varios hospitales fueron alcanzados por bombas de barril, un arma denunciada por la ONU, y al menos nueve centros de salud quedaron fuera de servicio desde el comienzo de los ataques.

En el camino al hospital de Duma, la principal ciudad de la región, se veían charcos de sangre, y una vez dentro del edificio yacían en el suelo varios cuerpos envueltos en mortajas blancas. «El régimen pretende atacar grupos armados, pero en realidad solo apunta contra los civiles», dijo Ahmed Abdelghani, un médico que trabaja en los hospitales de los pueblos de Hamuriye y Arbin, los dos bombardeados. «Esto es un hospital civil, ¿por qué nos ataca el régimen?», insistió.

El Comité Internacional de la Cruz Roja exigió el acceso a Ghouta para socorrer a los heridos que mueren debido a la falta de asistencia y medicamentos.

La respuesta vino desde Nueva York. El Consejo de Seguridad de la ONU debía pronunciarse sobre una resolución para establecer una tregua de 30 días que permitiera el acceso a Ghouta. Pero, según el embajador de Rusia, Vasily Nebenzia, cuyos aviones seguían al acecho a esa misma hora junto con los bombarderos sirios, «no hubo acuerdo» al respecto.

Con el «califato» de la milicia de Estado Islámico (EI) atacado desde todos los frentes y prácticamente borrado del mapa, el régimen de Al-Assad parece decidido a completar la reconquista del país con ayuda de rusos e iraníes, y Ghouta es una de las presas más requeridas.

Antes de Ghouta, varias zonas rebeldes, como la ciudad vieja de Homs, en 2012, o Aleppo, en 2016, fueron aplastadas por las bombas y sometidas a un asedio asfixiante, obligando a los rebeldes a entregar las armas y provocando la huida de los civiles, que enfilaron hacia los cientos de campos de refugiados diseminados en otros países.

Comida podrida

Los pobladores que se quedan cuentan las bajas y se sostienen en medio del más absoluto desamparo. «La gente acá tiene miedo, angustia, hay cientos de mártires y heridos», dijo un vecino, Mohammed Abu Anas, mientras ayudaba a excavar entre los escombros de un edificio en busca de sobrevivientes. «Apenas comimos desde ayer. Comí comida podrida. En los comercios no hay nada. Compramos dos pequeños paquetes de queso y hoy conseguimos siete pedazos chatos de pan», relató otro vecino, Bilal Issa, que compartía esos modestos víveres con su madre, su mujer y sus tres hijos.

Cuando los cohetes comenzaron a caer en la cuadra de su casa, Issa y sus vecinos se pusieron a cavar bajo los sótanos para construir refugios de emergencia, un precario sistema de vida subterránea replicado en toda la región. Allá arriba, en la superficie, se escuchan los cazas sobrevolando la región mientras siembran bombas y cosechan muerte y destrucción.

En las zonas más pobladas, los refugios subterráneos están incluso conectados por túneles. Las familias permanecen bajo la superficie, reconstruyendo dentro de lo posible las rutinas cotidianas. Y mientras los chicos se las arreglan para jugar, los más grandes graban audios con los zumbidos de los aviones y los envían al mundo, como botellas al mar. Son sus gritos de auxilio.

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