“La cocina en sí misma es embrujo. Sus aromas ejercen una especie de hipnosis y son sus sabores una droga que enaltece la condición humana. El placer de la cocina es el de la satisfacción primaria, pero es también el placer de la cultura y del refinamiento, del instinto elaborado y llevado hasta las últimas consecuencias, del animal domesticado que se planta frente a la perdiz y está consciente de que se la va a comer. Sin embargo, detrás de ese acto de elemental supervivencia hay siglos de cultura que avalarán su gesto criminal. Por eso la cocina es erótica y es sublime. Es capaz de acercar esos dos extremos que definen la condición humana, que son carne y espíritu, una unidad binaria y al mismo tiempo indivisible”.

Como una docena de ostras de Arcachon regadas con un acidulado blanco de Pessac-Léognan, Los alimentos de deseo, reciente libro de Maruja Dagnino después del delicioso guiso que entregara en Cocina sentimental, irrumpe para regalarnos un fresco viaje semiológico por ingredientes y fogones del mundo. Suculento y hedónico, el texto podría ser, también, un bocado de codorniz horneada con ternura en su punto exacto de especias y cocción, un recorrido por símbolos, signos y significados que desentrañan los misterios estéticos escondidos en el hecho coquinario. ¿Desear a través del alimento? Claro, si hay la voluntad de encontrar el placer escondido en él.

Ludwig Feuerbach acuñó la frase “el hombre es lo que come”. En sus Manifiestos filosóficos, exclamaría: “¡Obedece a los sentidos! Allí donde comienzan los sentidos desaparecen la religión y la filosofía”.

El último Michel Foucault escribe en su Historia de la sexualidad: “La práctica del régimen como arte de vida (…) toda una forma de constituirse como un sujeto que tiene, en todo su cuerpo, el deseo preciso, necesario y suficiente”. Ética y estética confundidas, diría Michel Onfray, la dietética se convierte en la ciencia de la subjetividad. El libro de Maruja se saborea, piensa y siente…en la intimidad del paladar.


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