Por ALEJANDRO CASTRO

Cambiaron mi vida: seguí adelante por un valle distinto, a través de otros paisajes.

Y no conozco mis orillas ni sé dónde están.

Anna Ajmátova

A los países de la región, después de tantos años de escuchar la misma fórmula idiota sobre los “asuntos internos de Venezuela”, después de que el continente entero le haya dado la espalda a mi país mientras se desmoronaba, les ha llegado el momento de recibir oleadas de inmigrantes. A ver qué tienen de “internos” ahora los asuntos de Venezuela. Decir que nos dieron la espalda es decir poco, lo cierto es que algunos pusieron su granito de arena. Otros, más que un granito, todavía reciben petróleo por pollo rancio, petróleo por una foto, primero con el comandante, después con lo que nos dejó “sembrado”.

Aquí llegaron los Kirchner, por supuesto​, con su corte de empresarios, a lamerle la verruga al intergaláctico incontables veces. El mismísimo Uribe, su archienemigo y su doppelgänger, le mentaba la madre por televisión para después venir a estrecharle la mano en Miraflores. No sé cuántos contratos leoninos se firmaron con el gobierno de Brasil. Y aún se le humedecen los ojos a Correa cuando habla de un golpe fracasado que ni siquiera fracasó él. Y mejor ni hablemos de Evo. Y hasta preso fue Humala por un sencillito que se robó en Venezuela. De ninguna manera estoy insinuando que estos países se lo merecen porque sus gobiernos han contribuido activamente con el saqueo de mi país, de ninguna manera.

Tampoco sé en qué escuelita provinciana dictan cursos sobre xenofobia, pero los xenófobos –de todos los tiempos– repiten el vademécum con una precisión aterradora, como si un afanoso maestro los hubiese hecho repetir en coro: son demasiados, nos quitan el trabajo, nos quitan los maridos, son mano de obra barata y un largo etcétera que no merece la pena reproducir. Igual de necios son los argumentos a favor, ¿a favor de qué? Que si el mestizaje es bueno, que si es un momentico no más, que si pobrecitos.

No pasa nada, también en Venezuela, no crean en cuentos de camino, en su momento y todavía violentamos a los colombianos –al propio Maduro se le “acusa” cada tanto de haber nacido unos metros más allá– y se cuentan chistes de gallegos y se filman comerciales racistas sobre portugueses. No es cierto que nosotros los recibimos con mejor disposición. Ay del que luzca demasiado aindiado en Caracas, ay del que no pase del metro sesenta. Nosotros también tuvimos nuestra sede de la escuelita provinciana de xenofobia para resentidos. No pasa nada, ningún país tiene el monopolio de la estupidez humana, ni de su bondad.

Pero quién enseñará macroeconomía a un pobre peruano que por más que trabaja no “sale adelante”. Tal vez el mismo que dará lecciones de modales a los venezolanitos que ahora andan por ahí desperdigados creyendo que se lo merecen todo. ¡Buena suerte, queridos países hermanos! Primero se fueron los profesionales, los que tenían cómo irse… y atrasito se fue la escoria. Hoy el lujo es quedarse. ¿De verdad pensaban que iban a recibir solamente a los recién graduados y a los que tenían dinero para invertir? Hoy el lujo es quedarse. Ahí les van también nuestros ladrones, queridos países hermanos, nuestros malvivientes. El chavismo ha sido, durante dos oscuras décadas y no sin ayuda, una máquina de producir miseria (económica, sí, pero sobre todo espiritual): ahora la está exportando. ¡Buena suerte!

Y cuidado, porque nosotros no somos los cuatro gatos que tenía Cuba cuando la asunción de Fifo. Somos nada menos que treinta millones, treinta millones de muertos de hambre que más pronto que tarde llegarán a sus fronteras descamisados. Pero qué tanto alboroto: México está mandando violadores a Estados Unidos desde el siglo XIX y apenas ahorita es que los gringos se vienen a dar cuenta. Y es probable que si lanzas una piedra en un pantano le caiga a un argentino. Y quién no ha tenido una señora de limpieza colombiana. Pero ni colombianos, ni argentinos, ni mexicanos, andan pidiendo cacao o haciendo un escándalo.

Vamos a ver, ¿será que los millones de venezolanos que se han ido no se fueron gradualmente sino de golpe, de golpe y porrazo? Pero, ¿quién enseñará lecciones de historia a la autoestima de los ecuatorianos que tuvieron que escuchar a una venezolana, no particularmente brillante o estratégica, decir que no los encuentra atractivos o altos? Es que a nosotros nos enseñó a emigrar Venevisión y Radio Caracas, no una lenta guerra ni un siglo de penurias. Nunca voy a olvidar que, cuando el chavismo cerró RCTV, en vez de un dossier sobre libertad de expresión y totalitarismo, pasamos el día entero escuchando a Kiara cantar “Cuando un amigo se va”. Hasta el final: murieron matando.

Tampoco es cierto que otros pueblos sepan mejor que nosotros emigrar: a Venezuela llegaron gallegos e italianos diciendo que no nos gusta trabajar. Los chinos no aprendieron ni a hablar español y escupían por todas partes. Y es bien sabido que los argentinos tienen complejo de centro, ellos, la periferia de todos los confines. Ellos, que cada tres por cuatro suicidan una de las economías más sólidas del continente en nombre de las mismas consignas estúpidas del Manifiesto Comunista o le venden el alma al FMI o se cargan a la mitad del país con pesadillas eugenésicas.

Está bien, digamos por cortesía que nosotros nos metimos solitos en este berenjenal donde se acabaron hasta las berenjenas. Lo cierto es que Venezuela es una ruina de la que el ciudadano apenas puede hacer otra cosa que huir, a donde sea, como sea. Toca vender lo que se tiene: yo vendí la lengua (era lo único que tenía), otros vendieron el c…uerpo (y eso está bien). Toca tragar grueso cuando te pillan el acento y recordar que cada día se levantan nuevas fronteras y nuevos muros y que todo esto forma parte de la misma maldición histórica: chavismo, hambruna, éxodo masivo, xenofobia… y la detestable literatura que vendrá sobre el exilio venezolano (propongo como título para esa antología: “Cuando un amigo se va”).

Toca mantenerlo complejo: ni somos malos, ni somos buenos, ni la culpa es del de que se va, ni del que se queda, ni de los nacionales que saben todavía menos que nosotros qué pasó o cómo llegamos a esto. Maniquea es la oligofrenia de Iris Varela, la realidad es siempre más complicada y el daño ya está hecho. Ya nos corrieron de casa, a los malos, a los buenos y a los malos que a veces son buenos y viceversa; ya nos quedamos solos –en las verdes siempre estamos solos–. Toca tragar grueso y seguir a nuestros pasos hasta donde nos lleven. Ellos sabrán, nuestros pasos, encontrar el camino de regreso, o tal vez no (y eso está bien).


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