Todos tiemblan. Voto femenino en Venezuela: «¿Frívolas? ¡Impreparadas!» (2)

El 8 de mayo de 1944, cuando se abría el nuevo periodo de sesión de las Cámaras Legislativas, el Comité Pro-Sufragio Femenino volvió a tomar las calles de Caracas. Pero con una variante: las mujeres llenaron las barras del hemiciclo. Jóvito Villalba, senador independiente, tomó la palabra para apoyar la reforma constitucional. Sacó a colación el comportamiento de las féminas en 1928 que salieron en defensa de los estudiantes detenidos: “Muchos de los actuales impugnadores del voto femenino, de los que mienten sobre su incapacidad estaban escondidos en sus casas cuando las mujeres venezolanas se echaron a la calle a defender la libertad”. Aplausos. Consignas. El estruendo era unánime. Parecía que nada ni nadie podía rehuir, nuevamente, la discusión dentro del Congreso de la República.

“Un miedo político a la influencia femenina”

En Hispanoamérica el nervio católico edificó por siglos un sistema de valores y creencias denigrativas. Como quedó dicho en la anterior entrega, la mujer fue entendida como un “objeto peligroso”, capaz de llevar a la sociedad al abismo. Esa amenaza acendrada en la cultura salta a la vista en las fuentes históricas. La lucha por el sufragio femenino en la década de 1940 es tan solo un atisbo de un fenómeno miedogenésico amplísimo en Venezuela.

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“¿Acaso nuestras mujeres van a elegir ‘camaleones o totalitarios’?”, se pregunta Lía Pulgar en su columna de El Nacional del 10 de mayo de 1944. “Otros opositores creen, que si se le concede el voto a la mujer, esto traerá una alarmante desmoralización dentro de la disciplina del hogar. Pero en el fondo, lo que hay es un miedo político a la influencia femenina, porque saben que nuestras mujeres son revolucionarias y muy patriotas”. (Las cursivas son nuestras). Por momentos toda la piedra interiorizada por siglos empieza a ser demolida.

El 9 de mayo encontré esta reseña sin firma en La Esfera: “Las personas que piensan que solo del Poder Ejecutivo depende exclusivamente la reforma constitucional, son sencillamente personas que no han llegado aún a captar la evolución democrática nacional, sea porque respiren en su interior un ambiente autocrático psíquico, o sea porque desean crearlo, consciente o inconscientemente”. (Las cursivas son nuestras).

Más allá de las decisiones políticas “por arriba”, subyace ante nosotros la raíz del problema: el miedo atenazaba las esferas cotidianas, íntimas. El poder que reacciona frente al sufragio femenino no solo estaba en Miraflores; el asunto era horizontal, colectivo. En cada casa se arremolinaban las pasiones, arcos reflejos a los cuales no podemos esquivar.

“Nació para ser dirigida”

Para la Iglesia venezolana que hace vida en los años 1943 y 1944 la estabilidad de la sociedad reposaba en la familia. En el diario La Religión encontré la forma en que se despliega tal argumento: el sometimiento cultural de la mujer. No solo es la aspiración al voto que hace prender las alarmas. Lo es también su comportamiento dentro y fuera del lugar doméstico: qué podían estudiar, bailar, trabajar, desear, imaginar…

El púlpito sirve de medida moral para proyectar un modelo civilizatorio especialmente controlado. Eran tiempos de ideologías totalitarias, campos de concentración y bombardeos masivos. En un editorial titulado “¿Frívolas?… ¡Impreparadas!”, se lee este verso dirigido a las jóvenes criollas: “El encanto de las rosas, es, que siendo tan hermosas no conocen que lo son”. En otro con el título “Cunas”, encontré este pasaje: “La psicología femenina está hecha para la maternidad. Basta abrir los ojos para comprobarlo. En un parque infantil, por ejemplo, vemos la solicitud de las niñas mayorcitas para con los niños pequeños. Las muñecas son un prólogo blanco, inocente y soñador, de maternidad”. Conclusión: la mujer que quebranta las fronteras domésticas tienda a “vulgarizarse” y hasta “masculinizarse”. (Las cursivas son nuestras).

Estos miedos sociales al ejercicio ciudadano de la mujer tuvieron réplicas en muchos países. El caso del Brasil de la época de Getulio Vargas da testimonios de esta índole a partir de 1932. La historiadora Karla Nunes estudia los discursos de los constituyentistas de 1934. El 5 de julio, el diputado Arão Rabelo apuntó: “La naturaleza no da saltos, cada quien debe conservarse en su sector que la naturaleza le destinó… la finalidad de la mujer es ser madre y ser reina del hogar. Darle la misión política es matarle el sentimiento maternal”. (Las cursivas son nuestras). En el diario A Pátria publicó esta mancheta: “La mujer no tiene voluntad propia, nació para ser dirigida”. Doce años después y luego de una ardua lucha, el derecho al sufragio femenino estuvo garantizado en todo el Brasil.

“Hombres de mentalidad reaccionaria”

Omar Pérez, el biógrafo de Carmen Clemente Travieso, trae a colación un testimonio de Ana Senior. Recuerda los ataques que monseñor Jesús María Pellín, director del diario La Religión, propinaba contra la Asociación Cultural de Mujeres desde su fundación en 1940. “‘Nos llamaba locas prostitutas’ y también, ‘que las mujeres deberían estar en sus casas’”. Los testimonios apuntan que Travieso se adjudicaba la responsabilidad de los contenidos que salían en Ahora, para proteger a sus propias compañeras de lucha. Veamos el temple, en fin, de una mujer dispuesta a combatir los “prejuicios milenarios” del machismo en nuestra sociedad.

En mayo de 1944, días claves para el movimiento sufragista femenino, Travieso reflexiona sobre el poder de la moral católica. Se trata de un “complejo mental” que se va alimentando desde la infancia. Escribe: “Porque cuando no puede nada, cuando todas las puertas se le cierran, cuando el mundo se le viene encima, no tiene más consuelo que llorar, implorar al Dios todo poderoso para que le resuelva lo que ella no puede resolver por sus propias fuerzas. 
Y esta es la razón por la cual los prejuicios religiosos están tan arraigados en la mujer. El hombre se abre paso en la vida y ella queda sometida en el hogar al cumplimiento de lo que él, en su generosidad o en su egoísmo, le permite hacer”.

En septiembre de 1944, el gobierno de Isaías Medina Angarita publica la resolución oficial de la Reforma Constitucional (art.32, nº14). Que el lector se haga su propia conclusión: “… se le confiere como etapa inicial en sus aspiraciones el derecho de sufragio activo y pasivo concretado a la esfera municipal. La reforma propuesta debidamente ponderada en sus límites entraña por su contenido un indiscutible avance en el progreso político del país, pues con ella se dará a nuestras mujeres la deseada oportunidad para que demuestren ante la Nación, con hechos prácticos y positivos, que tienen capacidad y condiciones necesarias para asumir la grave responsabilidad que envuelve el ejercicio pleno de los derechos políticos”. (Cursivas nuestras).

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