Nuestro amigo común: Annie Hall

Mientras las superproducciones inundaban las carteleras, y el cine de terror y ciencia ficción encantaban a los espectadores que soportaban largas filas para ver sus títulos favoritos, en la ciudad de Nueva York aparecía para revivir el género el intelectual judío Woody Allen, representante de una época de la comedia, neurótica, insegura, freudiana, hipocondríaca, obsesiva, urbana y existencialista cautivada por el sonido del jazz. Como consecuencia de los cambios de roles de las mujeres y hombres a partir de los sesenta se produjeron crisis de identidad y conflictos en las relaciones entre ambos sexos, asunto al que Allen se dedicó con su obsesiva personalidad. Las comedias de enredos y tragicomedias abundaron en su producción inicial, estas últimas incorporando la noción de muerte que tanto le interesa al autor. Woody Allen, como Buster Keaton, Orson Welles y Charlie Chaplin, es a la vez guionista, director y actor de sus películas. El personaje que suele caracterizar es similar a sí mismo, y es uno que aparece con frecuencia, lo interprete él o no: ese neoyorquino intelectual y neurótico, tímido y obsesionado con el sexo y la muerte. Viniendo de la comedia stand up, Allen explotó sus habilidades para los diálogos rápidos, ingeniosos y divertidísimos, algo similares a los de Groucho Marx o Billy Wilder.

Annie Hall es en realidad Diane Keaton, y Alvy Singer es sin duda Allen: habían sido pareja hasta poco antes del rodaje de la película. El comienzo de Annie Hall (Woody Allen, 1977), esta comedia encantadora y divertidísima, es uno de los más famosos del cine, pues en él se establece cómo va a contarse la historia del noviazgo de los principales, es decir, Alvy nos la contará personalmente, dando saltos en el tiempo, de manera informal y aparentemente desordenada. Tiene un montaje hábil. El largo plano (la duración media de los planos en Annie Hall es de 14, 5 segundos, cuando el promedio del resto en 1977 era de entre 4 y 7) que sigue a esta introducción a la vida y personalidad de Alvy bebe de aquellos con profundidad de campo de Ford y Welles, mostrando la calle de un barrio neoyorquino encuadrado de manera que el punto de fuga se pierde en el infinito, y escuchamos (sin verlos aún) a los personajes conversando. En este plano secuencia veremos aparecer a los personajes que se acercan conversando a la cámara desde muy lejos. Un recurso entre muchos otros que Allen utiliza en la película, como el de romper la llamada cuarta pared (la escena con Marshall McLuhan, o la de los niños en la clase), dividir el plano para hacer ver un paralelismo, o subtitular para revelar lo que los personajes en realidad están pensando.

Hablar, comentar, conversar son verbos clave para los personajes y para Allen. No se hablaba tanto desde Groucho o Wilder y no se hablaría hasta el cine de Quentin Tarantino. “Probablemente muy pocos espectadores advierten que gran parte de ella se sustenta en las conversaciones”, comenta Roger Ebert. La impresión agridulce de Annie Hall probablemente se deba al monólogo de Alvy, en el que poco a poco y con cada cambio de tono va descubriendo su incapacidad, por inmadurez emocional, para asumir la felicidad.

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