Resulta por demás doloroso que a este megaescándalo mundial que ocurre hoy en Venezuela y que involucra dolorosamente a nuestra industria petrolera, se le quiera llamar “cruzada anticorrupción” para darle cierto tinte honorable a lo que en esencia no es más que un vulgar reparto del poder, a la vieja manera de las bandas que en Chicago se disputaban las zonas más rentables para sus actividades delictivas.

Desde luego que no se trata de ninguna cruzada ni mucho menos busca pararle el trote a la corrupción de cuello rojo que, desde que llegaron al poder los militares, no solo ha crecido en cantidad y “calidad” sino que hoy por hoy ya es objeto de estudios e investigaciones de alto nivel académico, pues se trata de algo nunca visto que incluso llega a superar al llamado Fifagate, ese negocio planetario que montaron con el mayor cinismo los viejitos directivos del fútbol mundial.

Paralelamente al espíritu deportivo que alzaban como bandera, estos viejitos sinvergüenzas se enriquecieron groseramente mientras engañaban a los niños y jóvenes que, por su propia inexperiencia, pensaban que el deporte del fútbol era una actividad sana y lícita. Jamás imaginaron que era una tapadera para que un grupo inmoral acumulara riquezas indebidas contando con la complicidad de organizaciones nacionales e internacionales.

Algo parecido ocurre ahora con nuestra industria petrolera, a la cual siempre se consideró el motor fundamental de nuestra riqueza futura pues se le adjudicaban todas las maravillas y todas las posibilidades habidas y por haber. El petróleo daba para todo, hasta para sembrarlo a lo largo y ancho del país.

Pues ni lo uno ni lo otro: nadie lo sembró ni mucho menos lo cosechó en bien de los venezolanos. Sirvió para regar el ego de los presidentes, de sus ministros y sus amigos cercanos al poder, para cobrar comisiones millonarias y repartirlas entre civiles y militares, para alimentar las fábricas de armamentos de otros países y para cancelar las nóminas de los militantes de los partidos. Y, desde luego, para mitigar el hambre, la falta de medicinas y la miseria que Fidel Castro sembró en Cuba.

Decir ahora que el derrumbe de Pdvsa se debe a una pandilla de corruptos que se desviaron en el transcurso del heroico camino de la revolución chavista no es otra cosa, a no dudarlo, que la prolongación del cinismo que ha acompañado a este disparate político y económico que nació dos décadas atrás. Esta tragicomedia no solo resulta dolorosa para los venezolanos, sino que demuestra a las claras la esencia perversa de quienes nos gobiernan y que, para mayor desgracia, no piensan en lo absoluto en rectificar el rumbo torcido que preside sus actos sino que lo profundizarán cada vez más.

Bien haría la Fuerza Armada en rectificar sus pasos y adecentar sus propósitos hacia el dominio de Pdvsa porque se enfrentan con un monstruo que es insaciable, ambicioso y en extremo levantisco. El general Quevedo, nuevo mandamás petrolero, dijo: “No vamos a permitir saboteo (sic) alguno”. Agregó que una sala de situación fue habilitada para que no los “vuelvan a engañar con cifras infladas» de producción. Hará falta también enseñarle a Quevedo algo de castellano y que no tome esto como “un saboteo”.


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