No se pueden proponer analogías entre dos personajes como Donald Trump y Hugo Chávez sin caer en el ridículo. Son sujetos antípodas, cada uno metido en las casillas de su ego y en el pellejo de un proyecto personal que se distingue por la peculiaridad; cada uno empeñado en encabezar una especie de regeneración de su sociedad, desde vertientes contrapuestas; cada uno con legiones de seguidores y muchedumbres de adversarios ganados por una manera particular de entender el mundo.

Uno muerto y el otro en plena ejecución de su designio individual, son los polos opuestos de unas vicisitudes remotas y antagónicas. Pero hay un aspecto en el que se parecen como dos gotas de agua: el empeño en liquidar la libertad de expresión y la prensa independiente.

La posibilidad de una comparación obliga a recordar las campañas de descrédito llevadas a cabo por el comandante contra los periódicos venezolanos y contra los medios radioeléctricos que opinaban sobre su gestión. Torrentes de ataques inmisericordes, cascadas de descalificaciones orientadas a minar la credibilidad de los destinatarios de los informes y de las versiones que hacían los periodistas y los articulistas para conocimiento del público.

Desde Aló, presidente circularon los insultos más vehementes que un jefe del Estado haya hecho contra la libertad de expresión. Fue el principio de una guerra dirigida a clausurar las ventanas que se expresaban con autonomía sobre una situación cada vez más sofocante.

¿No hace Trump una operación semejante? ¿No machaca un ataque dirigido a callar las voces independientes? Es tan parecida su faena en este sentido, tan difícil de separarse en su empeño de detracción, que pareciera calcado de los truenos del mandatario venezolano.

Si se atreven los lectores a registrar los contenidos de las apariciones televisivas del teniente coronel, para ver las similitudes que tienen con las exhibiciones del presidente Trump, quedarán pasmados. Son gemelas, son la misma cosa, pese a la diferencia de las sociedades a las cuales se dirigen y a la distancia que puede existir entre los voceros a los que atacan sin misericordia.

Ambos se presentan como paradigmas indiscutibles frente a la supuesta maldad de quienes se expresan con autonomía, ambos se asumen como representación genuina de la patria contra los vicios de los intereses perversos de los dueños de los medios y de quienes trabajan para ellos.

Pero también se encuentran semejanzas, si nos detenemos en la reacción de los criticados. La mayoría de los impresos y de los programas de opinión atacados por Trump continúan en el cumplimiento de sus obligaciones con la sociedad. Mientras el rubio jefe multiplica su andanada de dicterios, el periodismo independiente no se detiene en sus temas de investigación y de divulgación de noticias incómodas.

Más ataca Trump, más se empeñan los medios en exhibir las excelencias de su vocación y la trascendencia de sus aportes. En este sentido el predicamento de The New York Times es un respetable ejemplo, pero no el único.

El Nacional, que no se ha vendido ni ha cesado en el seguimiento de su misión, puede servir a quienes quieran ahondar en la comparación. Hace lo mismo que sus colegas del norte opuestos a la inédita autocracia del inquilino de la Casa Blanca; mucho antes, por cierto, de que ellos se toparan con un monstruo parecido.


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