Ayer María Isabel Sánchez, de la agencia AFP, informaba con mucho vigor y lucidez sobre la nueva maniobra (o mejor, la vieja trampa rejuvenecida) que “un poderoso líder chavista planteó para  adelantar las elecciones parlamentarias y celebrarlas junto con las presidenciales el próximo 22 de abril, acorralando aún más a una oposición que apuesta a boicotear los comicios en los que el presidente Nicolás Maduro buscará la reelección”.

Menuda zancadilla no solo para quienes mantuvieron una larguísima y costosa pausa para decir la política que se iba a seguir ante las elecciones convocadas a destiempo y sin cambios en el Consejo Nacional Electoral, quienes aconsejaban alejarse del ejercicio ciudadano del voto y que (¡las cosas que hay que oír!) se dejaba el terreno libre al oficialismo para que actuara como le viniera en gana. Como si el oficialismo necesitara que se le abriera la puerta para entrar y cometer todos y cada uno de los desmanes que practica o tiene ganas de practicar.

Que el oficialismo se percatara de esta debilidad consuetudinaria de la oposición era cuestión de meses, o mejor dicho, de horas. ¿Acaso no dispone Miraflores de la capacidad manifiesta de desarrollar su estrategia con amplio respaldo no solo de recursos, de prótesis mentales y de ayuda exterior experimentada?

¿Cuentan los opositores con una capacidad tal, aun en el entendimiento de que en Venezuela tenemos cerebros de sobra y gente brillante, lúcida y audaz, como para trazar un croquis que ayude a visualizar los movimientos del “enemigo”?, como le gusta a los militares a la hora de esconder la individualidad de los seres vestidos de uniformes para la guerra, de lado y lado, a los cuales hay que matar o, más bien, “neutralizar”, palabra insomne propia de quienes creen que trasladar a las sombras es mandar al otro mundo al “enemigo”.

Volviendo a lo nuestro, el lanzamiento de esta idea (por decir algo) enrumbada a unir lo inseparable con intenciones de recobrar lo perdido en una derrota fulgurante en diciembre del año 2016, no es más que un delirio de venganza por esa lección civil y democrática que se le dio ese día y que, a no dudarlo, lleva dolorosamente por dentro quien hoy es reconocido como el “poderoso segundo hombre del chavismo”.

Que se le considere y se le nombre así desde que murió Chávez (y no sabemos cuándo realmente murió) es una etiqueta que ningún hombre de acción y ambicioso de poder puede soportar durante tantos años. “El poderoso segundo hombre en el poder” lo siguen nombrando en las agencias internacionales como si ya no pudiera subir de categoría, como si de segunda a primera le pusieran una barrera infranqueable. ¿Hasta cuándo seguirá este líder de segundas?

Lo que debería preocuparle a la oposición es ese histórico e inevitable momento en que el segundo sienta que la paciencia de ser “el segundo más poderoso” se le agota. ¿Qué pasará por encima de todos los arrumacos artificiales que hoy se cruzan entre ellos?

¿Cuándo llegará la tempestad? Los venezolanos recuerdan aquella vez, aleccionadora y llena de cuchillos en el aire, que el general Gómez, a la calladita, le serruchó el piso a Cipriano Castro.


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