Enrique Aristeguieta Gramcko es un personaje conocido por los venezolanos. Ha tenido una participación relevante en los asuntos públicos, sobre la cual conocemos lo fundamental. Independientemente de lo que se pueda pensar sobre sus realizaciones, sobre los pasos que ha dado a la vista de todos, nadie lo puede relacionar con asuntos turbios ni con conductas oscuras o delictivas. Todo lo contrario, más bien ha llamado la atención por la rectitud de sus ejecutorias.

De tales ejecutorias se tiene conocimiento desde la primera mitad del siglo XX, cuando su antagonismo frente a la dictadura  de Pérez Jiménez lo llevó a formar parte de la famosa Junta Patriótica cuyo trabajo fue fundamental para la restauración del régimen democrático a partir de 1958.

Logrado el objetivo, hecho un trabajo fundamental que dependió de cabezas lúcidas y de temperamentos valientes, Aristeguieta Gramcko sirvió a la sociedad en altos cargos de la administración, sin que su actividad dejara sombras o señales sombrías. Fue modelo de sobriedad, de honradez y eficacia en los despachos que atendió en la etapa fundacional de la democracia representativa.

Después de un recogimiento en el hogar, o de una presencia moderada en la actividad política, las atrocidades del chavismo lo obligaron a regresar a una lucha abierta y denodada. Sin relacionarse con propuestas violentas, sin vínculos con movimientos capaces de provocar situaciones de alarma colectiva, ocupó de nuevo un primer plano en la orientación de la ciudadanía. Habló frente a los micrófonos, escribió mensajes en las redes sociales, asistió a reuniones de grupos pequeños que buscaban el auxilio de su experiencia en el combate de la pasada autocracia, estuvo presente en los lugares que buscaban sus consejos. Terminó fundando, con dirigentes de las nuevas generaciones, una agrupación con el objetivo de restaurar la democracia.

Tal ha sido la actividad de Aristeguieta Gramcko en la última década. Estamos frente a un compromiso digno de respeto, ante un testimonio de servicio colectivo y de apego a valores fundamentales del civismo, pero fue detenido en su hogar por agentes del Sebin, en horas de la madrugada y sin autorización judicial, para que diera cuenta de actividades supuestamente reñidas con la legalidad y con la cohabitación pacífica.

Se le pidió cuenta detallada de su agenda, como si se moviera en las sombras de la noche. Se llevaron sus documentos personales y revisaron los asuntos guardados en una computadora de uso privado, sin el respeto a la privacidad que es de obligado resguardo según las leyes vigentes. Se olvidaron de que no metían en la jaula a un adolescente atolondrado, sino a un hombre de 84 años que merece respeto por todo lo que ha hecho en la vida.

La indignación que provocó su captura, el movimiento masivo de las redes sociales,  la ola de comentarios airados e indignados que circulaban en las calles y la protesta de los partidos políticos de oposición obligaron a dejarlo en libertad. Pero cometieron la alevosía, vieron peligros en un caso de dignidad y decencia, se llenaron de porquería ante la vista de la sociedad. Por fortuna, la vicisitud concluyó, por ahora, en las palabras edificantes del luchador que volvió a la paz de su hogar: “Utilizaré mis fuerzas para dejar a Venezuela libre”. Que así sea.


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