En un reporte de la Cepal dado a conocer en México y divulgado ayer por la agencia AFP, se revela que “la pobreza en América Latina creció en 2016 y alcanzó a 30,7% de la población, principalmente por el revés económico de Brasil y Venezuela”.

No es una coincidencia que estos 2 países hayan pasado por las horcas caudinas del venenoso y corrupto socialismo del siglo XXI que hasta ahora no solo ha sido incapaz de derrotar el hambre, sino, por lo contrario, de aumentarlo a niveles inimaginables tan solo hace 20 años atrás. Lo que sí ha crecido groseramente son las fortunas de las camarillas políticas que, desde que llegaron al poder, no han hecho otra cosa que enriquecerse, como ha quedado en evidencia tanto en Brasil como en Venezuela luego de los grandes escándalos de corrupción que han estremecido a la opinión pública mundial.

Como bien lo dijo Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, la pobreza promedio en la región “subió básicamente por dos países, que son justamente Brasil y la República Bolivariana de Venezuela”. Qué casualidad que estos dos países hayan sido conducidos a la pobreza y la corrupción por dos líderes que en un momento dado eran considerados como los adalides de la lucha contra el hambre y la miseria, valga decir, Lula da Silva y Hugo Chávez.

En el caso de Lula el escándalo es abrumador, porque hizo creer al mundo que su programa contra la pobreza estaba funcionando tan inmejorablemente que millones de pobres en Brasil habían escalado socialmente hasta llegar a integrarse en la clase media. Pero sus planes contra el hambre y la miseria se levantaban sobre un inmenso pantano de corrupción alimentado por negocios sucios con una parte del sector privado que, como se supo luego, consistía en una red gansteril en la cual participaban políticos, empresas del Estado y grandes constructoras.

Lula dio vida a una coalición de partidos en el Parlamento, que iban de la derecha a la izquierda más radical, mediante el pago ilegal de dinero a los parlamentarios, el famoso “Mensalao”. Lula también se convirtió en el agente brasileño de negocio más popular del continente, porque en cada contrato que se firmaba iba convenida una comisión millonaria ilegal para los jefes y ministros del país contratante. En Venezuela ocurría lo mismo. Militares y políticos salieron de la clase media y se convirtieron en ricos de la noche a la mañana.

Pero la riqueza no llegaba a todos. Bien claro lo expuso Alicia Bárcena en su conferencia de prensa: en Venezuela y Brasil, la “pobreza creció más que en el resto de la región, en medio de fuertes contracciones de sus economías”.

Se calcula que 186 millones de latinoamericanos “son pobres, un aumento frente al 28,5% (168 millones) de 2014. En tanto, la pobreza extrema alcanzó en 2016 a 10% de la población, equivalente a 61 millones de personas, un deterioro frente a los 48 millones (8,2%) anterior”.

Pero la Cepal reveló algo más grave: “Niños y adolescentes, con edades entre 0 y 14 años, son el grupo más afectado por el problema, ya que representan 46,7% del total de los pobres y 17% de los pobres extremos”. Gracias Lula y Hugo.


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