Que este fin de año un guardia nacional bolivariano haya cometido un acto de “heroísmo” tan propio y auténtico de una dictadura militar no debe sorprendernos. Paso a paso este régimen nos lleva “despacito” hacia lo que consideran su ideal de sociedad socialista, valga decir, hambrienta, militarizada, embrutecida y corrupta.

Que maten a una mujer embarazada porque, cumpliendo con lo establecido en el “carnet de la patria”, acudió de forma pura e inocente a esperar que se cumpliera lo prometido por el líder, valga decir, un pernil de cerdo. Una miseria porque el famoso pernil anunciado como si fuera el maná del desierto era apenas un simple y mezquino pedazo de apenas, cuando mucho, 300 gramos y, atención, estamos siendo muy generosos en el cálculo.

Tanta generosidad no es una crítica sino una alabanza a la creatividad de las comunas que, siguiendo la política oficial de reservarse para sí todo lo mejor, siempre dejan a muchos maduristas frustrados en sus ilusiones de recibir el “regalo” de su presidente socialista. Como todo el pernil importado jamás llegaría, como era lógico porque nadie atiende un pedido de tal magnitud de la noche a la mañana, la jugada populista de Maduro tenía pocas posibilidades de cumplirse.

Aun así, a sabiendas de este fracaso anunciado, lo lanzó como un reto no para el país en su conjunto sino para el equipo de ineptos que aguas abajo lo acompañan. Desde luego Maduro y sus militares amigos lanzaron a Bernal y su combo a una piscina vacía, a costa de pelearse con el gobierno de Portugal y someterse a la humillación de clamar clemencia al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, a quien habían insultado repetidas e innecesarias veces porque, como todo avezado político sabe, la vida da muchas vueltas y más si se trata de países vecinos.

Es verdad, como bien lo dicen los articulistas de ese país, que los políticos colombianos tienen muchos defectos, pero si algo saben hacer es manejar la política como un fino y astuto ejercicio de la esgrima. Emplean el engaño y solo usan el arma que tienen en su mano cuando su rival queda en desventaja por sus propios errores.

Hoy Juan Manuel Santos nos ha dado una dura lección que nos lastima y nos duele: esperó que pasaran los días de Navidad y luego condescendió a dar el permiso sanitario y humanitario para que los perniles llegaran a la frontera y fueran sometidos a los estrictos controles sanitarios que imperan en todos los países.

En nada ha violado las relaciones entre los dos países, sino que ha apelado a las normas imperantes internacionalmente. Los idiotas han sido los colaboradores de Maduro que olvidaron que los insultos públicos a un presidente de un país vecino, y amigo en otros tiempos, podían ser lavados con un contrato eminentemente político que lleva en su petición una intención demagógica y, por ello, falsamente comercial.

De toda esta farsa de la camarilla civil y militar solo ha quedado tendida en el suelo una joven mujer inocente y, lo que es más cruel, el hijo que llevaba en el vientre. Asesinado por el militarismo que cree, equivocadamente, en su destino revolucionario. El futuro les será adverso.


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