El voto está triste, no deja de llorar, sufre en la soledad huérfano de compañía. Tanto que luchó para venir al mundo y para que lo iluminara el sol venezolano, y ahora se observa  abandonado en el rincón de los moribundos,  como un enfermo terminal cuyo contagio se teme en todas partes. El voto de la oposición, desde luego, porque el del oficialismo, tan decaído antes, tan opacado y cargado de pesadumbre, hoy se luce en las calles con sus mejores galas.

El voto se acuerda de sus orígenes, cuando los adecos se empeñaron en sacarlo de una lejana cueva para que todos lo lucieran como una conquista y lo usaran como arma para la defensa de sus derechos. Se llena de congojas cuando hace memoria de su estreno, acompañado por multitudes y aclamado como salvación republicana. En ocasiones olvida los detalles de su ascenso, porque los siente remotos y despegados de la tierra, pero de pronto la evocación  de un nacimiento clamoroso lo convierte en un mar de lágrimas. ¿Qué me pasó?, pregunta, ¿qué hice para llegar a esta lamentable postración? El voto de la oposición, por supuesto, porque el de los rojos rojitos se pavonea en los lugares públicos mostrando su juvenil empuje, mirando por encima del hombro.

Y ni hablar de la madre del voto, desairada por la ira de los tiempos oscuros. La soberanía popular busca a su criatura predilecta y no la encuentra. Clama por el retorno del hijo pródigo que se empeña en vivir alejado de la casa natal. Le tiene regalos y cariños, requiebros y calores que no atraen su atención. Tenía tiempo sin sentir una renuencia tan dolorosa, un desapego que la conduce a un lecho parecido al de la muerte. Piensa de repente que se trata de un extravío pasajero, de percances transitorios en la mansión de origen, pero vuelve a decaer sin que los médicos la saquen de la amargura. Pobre soberanía popular, tan aclamada en el pasado y hoy caminando hacia el cementerio. La soberanía popular de la oposición, naturalmente, porque la de la dictadura, que hasta hace poco no era ni popular ni aclamada, hoy desfila con cetro y corona por todos los rincones del mapa.

¿El voto seguirá triste, arrinconado, vacío, desterrado de una historia que lo tuvo como protagonista primordial? Cuando sintamos que no es una entelequia, sino lanza afilada; cuando sepamos de veras lo que vale, cuando sea de nuevo compañía y consejero eficaz, se levantará de la cama y nos seguirá en nuestro camino.

Pero no depende de él, no está en sus manos la posibilidad del retorno, sino de quienes lo abandonaron después de usarlo, o de no saber usarlo; de quienes lo aclamaron porque les servía y ahora lo miran de soslayo debido a que se les volvió esquivo y trabajoso. 

Porque de los que lo pervirtieron  y envilecieron desde las alturas del poder no podemos esperar sino su mayor postración y también su desaparición, su pasaje hacia la ultratumba.


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