Un fantasma aterrador recorre todos los confines de Venezuela. Tiene tiempo enseñoreándose y haciendo sentir sus efectos entre los más vulnerables, los niños, los ancianos y los enfermos. No es tan espantoso como la mujer de la guadaña, pero la anuncia. Es el espectro de la desnutrición, que ha prendido las alarmas entre el personal médico y de atención en los cientos de centros de salud del país desde hace meses.

Organizaciones como Cáritas o la Fundación Bengoa llevan tiempo alzando su voz para informar el aumento alarmante de los índices de desnutrición infantil. Estudios como la encuesta de Codevida lo han anunciado con números que no se pueden ocultar, y a pesar de ello el régimen ha sido incapaz de reconocer que ese fantasma existe y que les roba el aliento a muchos niños, pero también a venezolanos de la tercera edad o enfermos crónicos.

Hace apenas una semana en el hospital de San Cristóbal fallecieron dos bebés. Y cuando los médicos concluyen que la causa primaria fue la desnutrición no siempre quiere decir que murieron de inanición. Un niño que no se alimenta como es debido puede tener síntomas físicos que lo hacen evidente, como bajo peso y estatura, poco rendimiento escolar. Pero este mal va mucho más allá, porque afecta directamente el sistema inmunológico, lo que impide al cuerpo responder eficientemente para defenderse de virus, bacterias y otros males. El niño o el anciano no tienen la manera de combatir ninguna enfermedad, ni siquiera una simple gripe. Y es cuando un problema salud que podría ser sencillo de tratar puede llevarlo a la muerte.

Si a esto le sumamos que no hay medicamentos, como los antibióticos, para combatir la mayoría de las infecciones, tampoco alcanzan las pocas vacunas que el gobierno logra traer. La espantosa realidad es que los médicos se encuentran con las manos atadas porque no pueden cumplir con el juramento hipocrático que los conmina a salvar vidas. No hay vocación que valga.

La Organización Mundial de la Salud ya ha comenzado a alertar sobre la gravedad de la situación venezolana. Lo ha hecho llamando la atención sobre la cifra del incremento de la malaria en el país. Estamos en el mismo nivel de países africanos que no han podido erradicar la enfermedad. Pero el caso de Venezuela es aún más grave, porque el paludismo, así como otras enfermedades infectocontagiosas, habían sido prácticamente erradicadas. Para la historia quedaron los planes anuales de vacunación gratuita del otrora Ministerio de Sanidad.

En República Dominicana van a poner sobre la mesa el tema del canal humanitario. Es urgente, es demasiado importante que se llegue a un acuerdo que permita atajar la crisis de salud más grave que ha sufrido el país en sus años de vida democrática. Pero ¿no será un pañito caliente? ¿Cuáles controles se pondrán en marcha para asegurar que esa ayuda llegue a quienes de verdad la necesitan? ¿Quiénes serán los responsables de distribuir lo que venga? Ojalá los negociadores no pierdan de vista que esa asistencia al fin y al cabo es temporal, mientras dure la crisis, pero que la gravedad de la situación requiere soluciones permanentes.


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