Como si fuera poco el daño interno que le han hecho a Venezuela durante todos estos años, ahora la camarilla civil y militar que mal dirige el país nos hace pasar internacionalmente una gran pena. Desde luego nosotros, los ciudadanos que no estamos enchufados, que no robamos dinero de las arcas públicas, que no traficamos con oro y menos aún con drogas, que no desvalijamos las cajas CLAP para venderlas por parte y estafar a la gente del pueblo, que se nos impide usar nuestro dinero (ganado con sudor y esfuerzo) mediante un racionamiento en la entrega de billetes (algo nunca visto en nuestra historia) y que somos víctimas a diario del hampa y de la policía que actúan al unísono, ahora se nos expulsa del país como ganado que va al matadero.

Así será la desesperación que arde en el corazón de la gente pobre que nada les importa dejar atrás lo poco que tienen, valga decir, un rancho, sus enseres, sus familiares y las tumbas de sus muertos. Dejan lo que sea con tal de escapar a esta tragedia que parece no tener fin, a la que, por si fuera poco, día tras día, le inyectan más controles, más atropellos, más odio y venganza política, más podredumbre del alma y del espíritu.

Ya no queda en pie ni un pequeño promontorio de decencia, una señal aunque sea minúscula de honradez y de vergüenza, un parpadeo de sensatez y desprendimiento. Las instituciones están cabizbajas, se niegan a mirarnos a los ojos porque se saben humilladas y mancilladas por los ocupantes de la guarida oficialista. A tal punto se les ha despreciado que los ciudadanos las perciben ¡ay! borrosas, oscuras y siniestras. Son tierra arrasada, humo y ceniza que no invitan a nada trascendente sino al delito y la muerte.

La cúpula del oficialismo está jugando con la paciencia del pueblo, quiere provocar un estallido y proceder luego a reprimir los gritos de la rabia sembrada por ellos. Pero por más que insistan no lo van a lograr, nadie va a caer en esa provocación que persigue una lucha desigual en un terreno que les da todas las ventajas. El oficialismo muestra su debilidad al cercenar todos los derechos democráticos y obstruir el libre ejercicio de la libertad consagrados en nuestra Constitución, pero no por ello debemos cejar en exigir que se nos devuelva lo que nos ha sido expropiado arteramente.

Un pueblo se fortalece en el rescate de sus derechos porque al final sabe el inmenso valor de lo conquistado, del esfuerzo y de las lágrimas, del sudor y de la sangre derramada por los embates de la represión. Pero cada uno de los ciudadanos aprecia esa lucha en su justa dimensión, en tanto se lleva adelante con paciencia, constancia y pacíficamente. En la misma medida en que la sociedad venezolana exprese su rechazo día a día, en cada hora y en cada minuto, en esa misma medida el régimen tendrá que aceptar que sus políticas son erradas, dogmáticas y tóxicas.

En un análisis que ayer transmitiera la agencia AFP, firmado por la periodista María Isabel Sánchez, se expresaba con una fidelidad escalofriante lo que nos está sucediendo: “Una semana después del arranque del plan económico de Nicolás Maduro hay más dudas que certezas de que pueda sacar a Venezuela del colapso. En las calles se palpa el hartazgo que alienta la mayor diáspora de América Latina en los últimos años”.


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