En casi 20 años, un poco menos quizás, el oficialismo golpista ha convertido al ciudadano en nadie. Sí, suena extraño, raro, como un error, pero en verdad ya somos eso: nadie, personas a las que no se les reconoce ningún valor, cuya influencia es poca o nula. Que solo sirven para ser usadas para los fines generales o particulares de otros. Hasta ese punto de degradación hemos llegado en esta revolución bolivariana que nos martiriza.

Para llegar a ser ciudadanos, con ciertos y muy limitados derechos, estamos en la obligación de portar en nuestra flaca cartera un carnet de la patria. Como los hombres llevan la cartera en el bolsillo posterior del pantalón, sucede que si deseamos descansar de una larga caminata no nos queda otra que colocar parte de nuestro trasero sobre la patria, lo cual, a nuestro modo de ver, es poco menos que una falta de respeto, o algo parecido.

Las mujeres suelen llevar el carnet de la patria en sus amplias carteras, repletas de objetos inevitables como bien lo aseguran enfáticamente a quien se atreva a criticar semejante desmesura. Allí, en la oscuridad del interior del bolso femenino, el carnet de la patria termina conviviendo con lápiz labiales, polvos para retocar el maquillaje, delineadores de cejas, espejos de mano y, en ocasiones, con toallas sanitarias. En verdad, la patria da para todo en esta maledetta época que vivimos.

Si extraemos el carnet de la patria del bolso o la cartera nos damos cuenta de que su exhibición pública tiene poderes superiores a los señalados por la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, algo muy extraño porque la carta magna fue obra, entre mal y bien, de una amplia discusión entre los integrantes de la asamblea constituyente.

Sus integrantes fueron escogidos por el voto popular directo y secreto, las deliberaciones fueron públicas y los debates transmitidos por los medios de comunicación. Fue en esencia un instrumento democrático, amplio y participativo, de lo cual podemos estar hasta cierto punto orgullosos como ciudadanos. No fue un acto violento, ni producto de la venganza de unos hermanos que le pasan factura a un país. Tampoco fue producto de un cuartelazo ni nació de una serie de trapisondas para dotar de más poderes, que no merece, a un señor corto de entendimiento.

Lo verdadero y lo justo es que no se hubiese nunca manchado y pisoteado la Constitución, tan legalmente conseguida, solo para darle continuidad a una gestión gubernamental que no se lo merecía ni ayer ni mucho menos hoy. Pero triunfó la maldad, el engaño y, por supuesto, el delito electoral. También triunfó la desvergüenza, el irrespeto a los ciudadanos y a las leyes de la república.

El caos que nos ahoga hoy, la tempestad social que se está incubando, la quiebra económica de la nación que cada vez está más cerca, el malestar y la decepción que recorre amplios sectores de la sociedad, la inquietud en el estamento castrense, las permanentes movilizaciones de los sindicatos y los gremios, de los estudiantes y los habitantes de los barrios son, a no dudarlo, el producto de las maquinaciones y las burlas contra la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela alentadas por el oficialismo.


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