En 1968, el gobierno de Moscú despojó a Andréi Sájarov de todos sus honores, que  eran indiscutibles y legítimos. Fue echado de la cúpula en la cual había destacado por sus logros científicos y condenado a vivir en los rincones más oscuros de la sociedad. La noticia no circuló en los medios públicos, pese a la celebridad del perseguido, pero fue el inicio de una cruzada por las libertades que después fue reconocida a escala universal.

El joven Sájarov había destacado por su trabajo en el área de la física nuclear, que lo elevó a los rangos científicos más encarecidos por un régimen que buscaba preeminencia mediante demostraciones de fuerza propias de una potencia del mundo contemporáneo. De allí que fuera escogido como Miembro Pleno de la Academia de Moscú, un galardón celosamente seleccionado por el Kremlin y reservado para las luminarias que contaban con su bendición. Sus investigaciones sobre la guerra termonuclear y sus aportes en la creación de la bomba de hidrógeno lo convirtieron en  una figura imprescindible de los círculos políticos y de las galas de la nomenklatura.

Pero, después de reflexionar sobre las consecuencias de sus aportes científicos, Sájarov propuso a la jefatura del Partido Comunista la necesidad de impulsar un proceso de erradicación de las armas recientemente inventadas, en especial de los misiles nucleares, que fue rechazada de inmediato por la autoridad. Le prohibieron la divulgación de la correspondencia y que manifestara sus ideas en público, pero el científico no cesó en su empeño.

En 1968 redactó un ensayo titulado “Progreso, coexistencia pacífica y libertad intelectual”, en cuyas líneas no solo insistió en sus reproches contra el armamentismo sino que, además, se atrevió a defender la autonomía que debía orientar la investigación científica. El texto cayó como una bomba, y le produjo las persecuciones aludidas arriba. Dos años más tarde fundó el Comité por los Derechos Humanos de Moscú, a través del cual explayó sus advertencias hacia el campo del respeto de las prerrogativas que asistían a todos los seres humanos en la Unión Soviética y en el resto del mundo.

Su actividad en el comité y la resonancia de sus escritos, harto conocidos en la Europa Occidental y en Estados Unidos y apenas leídos y divulgados entre los suyos, lo hicieron  merecedor del Premio Nobel de la Paz en 1973. En 1980, la autocracia comunista lo confinó en la ciudad de Gorky, una ciudadela vigilada por la policía política en cuyos rincones apenas tuvo la posibilidad de respirar sin el asedio de los sabuesos.

Gracias a la apertura iniciada por Gorbachov pudo regresar a Moscú, para protagonizar manifestaciones callejeras que apuntalaron su coraje cívico y multiplicaron el fervor de la naciente democracia. Entonces fue electo para el Parlamento, como diputado del pueblo. En el derrumbado Muro de Berlín se le ha dedicado un monumento, en el cual se le consagra como paladín de la libertad.

El Parlamento Europeo, al conceder a la oposición venezolana un reconocimiento que lleva el nombre del aguerrido y admirable  científico, lo ha hecho parte de nuestra historia y de nuestras batallas contra la dictadura. Bienvenido Andréi Sájarov a las luchas venezolanas.


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