Tiene Nicolás Maduro el dudoso honor de presidir el movimiento de países no alineados, NOAL, responsabilidad que heredó del iraní Hassan Rohani, en nombre de la cual se la pasa de cumbre en cumbre y del timbo al tambo metiendo sus narices en asuntos que tienen poca o ninguna relación con los preocupantes intereses nacionales.

El NOAL es un parapeto con pretensiones de neutralidad que dejó de tener sentido tras la caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la Unión Soviética y la disolución del Pacto de Varsovia, razones por las que algunos analistas lo tienen por un “museo de la guerra fría” que exhibe una pintoresca colección de dictadores y tiranuelos, en la que no desentona nuestro primer mandón. 

No es disparatado barruntar que recibe de sus pares lecciones a distancia sobre el arte de gobernar al margen de las leyes y eternizarse en el poder mediante elecciones amañadas. A sus maestros suele recompensarles con réplicas de la espada del Libertador, simbólica distinción devenida en souvenir de feria por la largueza de su mentor. A Mugabe, que ya poseía una, le regaló otra para que practicara esgrima con ambas manos.

Tampoco es desatinado suponer que sus viajes responden a la necesidad de mostrarles a sus instructores cuánto ha avanzado en su aprendizaje. Lo malo es que se desplaza, por todo lo alto y en compañía de multitudinarias comitivas, con gastos sufragados por los contribuyentes. Y no son cuatro perras gordas sino, cual dice el vulgo, ¡una boloña!

Ahora viajó a Turquía con escala (petrolera, suponemos) en Argelia para, eso al menos declaró, “evaluar todo lo que tiene que ver con la solidaridad con el pueblo árabe de Palestina”. Para ello no tenía por qué ir tan lejos. Tampoco era necesario presentarse en la patria de Ataturk para hacer patente su rechazo a la decisión de Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel.

Claro que su condición de cabeza del NOAL basta, en este caso, para justificar su presencia en Estambul. Pero ¿y sus 11 viajes a Cuba? ¿Y sus visitas a Putin? ¿Y sus estadías en Teherán? ¿Quién contabiliza las millas acumuladas a lo largo de su mandato? ¿Tiene idea la Contraloría de cuánto dinero se ha derrochado en turismo político? ¿Cuánto se ha pagado a los cubanos por el uso de sus aviones presidenciales?

Hay dos aspectos de esta última gira que preocupan. Uno, el marcado acento antisemita de una postura ideológica que el gobierno sostiene, ¿a cuenta de qué?, a nombre del país y sus ciudadanos. Otro, el encuentro con el dictador Erdogan, el segundo en menos de tres meses, en el que debemos dar por descontado que el otomano aconsejará al venezolano sobre los métodos más eficaces de inmovilizar y silenciar al adversario.

Recordemos que fue severamente censurado por el montaje de una asonada (autogolpe) a partir de la cual desató una despiadada represión contra la oposición, lo que lo alejó de toda posibilidad de ingreso a la Unión Europea. Regresa, pues, Nicolás afinadito y alla turca. Y no precisamente como un rondó de Mozart.


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