Periférico de Catia: muerte en los pasillos

Un olor a humedad y basura se esparce por un lugar oscuro donde reposan los restos de dos personas que fallecieron por causas naturales en las instalaciones del Periférico de Catia. Un cadáver estaba tendido y cubierto con sábanas coloridas en una camilla, mientras que otro, con signos de descomposición, permanecía bocabajo sobre la otra cama, medio tapado y con un pañal.

Los cuerpos estaban en el pasillo frente a la morgue, pues el depósito de cadáveres no funciona desde hace más de tres años debido a que el compresor de la nevera se averió. En el lugar han estallado al menos cinco cuerpos entre 2016 y lo que va de 2017, según informó una fuente del centro de salud.

El año pasado denunciaron que tres cuerpos estallaron debido a que no fueron reclamados por sus familiares y funcionarios de la Medicatura Forense no llegaron para retirarlos del recinto. Este año aseguraron que los dos cuerpos que explotaron en marzo permanecieron una semana abandonados.

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El hedor de putrefacción se liga con el de la basura acumulada en las afueras de la morgue. A unos pocos metros del lugar se aprecian los contenedores de desperdicios del hospital y la casilla de desechos tóxicos, en las que colocan las partes humanas amputadas envueltas en bolsas especiales.

En un recorrido hecho por periodistas de El Nacional Web en 2016, se observó una pierna humana envuelta en dichos sacos, que había sido amputada el día anterior. Para ese entonces, el camión del aseo no había recolectado la basura desde hacía ocho días, denunciaron fuentes del lugar.

La insalubridad y decadencia del hospital se ha incrementado en el último año, aunque algunos pacientes y trabajadores, que se mantuvieron en el anonimato para evitar represalias, aseguraron que había mejoras.

Desde la llegada al Periférico las personas deben enfrentarse a un pavimento con huecos, destrizado e inundado. Un “¿para dónde va?” poco cortés se convierte en el recibimiento de los milicianos de guardia en la entrada principal del centro de salud.

Las paredes, pisos, techos, sillas y camillas del recinto reflejan el abandono. Las cerámicas, de un blanco ennegrecido, están rotas y algunos consultorios no tienen techo, pese a que en 2014 indicaron para Radio Mundial que los techos habían sido impermealizados. En todo el hospital se percibe un sofocante calor debido a la falta de aire acondicionado.

Un trabajador del lugar indicó que, desde hace mucho tiempo, las autoridades no han entregado colchones al personal del hospital para las camillas. Pacientes denunciaron que la habitación en la que están los afectados con bacterias no tiene aire acondicionado, necesario para evitar la propagación de microbios.

Mantener la buena alimentación de los pacientes es otro dilema. La mayoría de los que están hospitalizados esperan que sus familiares lleven la comida del día. En una de las habitaciones una mujer cocinaba una sopa en una olla eléctrica, la que compartió con los otros pacientes del cuarto.

Poder conversar con quienes allí pasan los días es un proceso muy limitado: el personal de seguridad, guardias nacionales y milicianos están alerta de cada movimiento de los que ingresan al Periférico de Catia. Ante este exceso de vigilancia, un trabajador del lugar expresó: “Ellos colaboran para que el hospital esté como está”.

Los pacientes que son operados deben ser cargados por los enfermeros hasta el quirófano, debido a que el ascensor habilitado para transportar a los enfermos está inoperativo.  

Lo único que, según una fuente del Periférico de Catia, se le puede ofrecer a los pacientes es suero, soluciones, buscapina intravenosa y recolectores de orina.

Meses de espera 

En el cuarto donde estaban los pacientes de traumatología había personas que llevaban hasta nueve meses a la espera de cumplir con sus tratamientos para poder ser dados de alta. Entre ellos estaba un hombre al que no se le vio el rostro. Compañeros de habitación aseguraron que la mayoría del tiempo dormía y siempre se la pasaba con la cara tapada bajo las sábanas, ningún familiar lo visitaba. Lo identificaron como Carlos Díaz, de 76 años de edad.

Una mujer, quien no dio su nombre porque un familiar trabaja en el lugar, tiene hospitalizada al menos dos meses por complicaciones en su salud. Fue diagnosticada con diabetes y necesita ser operada porque sus riñones se llenaron de líquido, pero no ha podido ingresar al quirófano por no tener los antibióticos que la ayudan a eliminar ese fluido. Su hijo es el encargado de cuidarla. Contó que la mayoría de medicamentos que ha logrado obtener han sido donados; otros fármacos los compró a un precio que dependía “del corazón del bachaquero”.

En relación a los exámenes que se debe realizar constantemente, no todos se pueden hacer en el hospital, pues algunos reactivos no se encuentran en el centro asistencial. Varias pruebas médicas ha tenido que realizarlas en clínicas privadas, donde los precios son elevados. “Este país da lástima. Un país tan rico, teníamos todo y lo destruyeron, y lo que falta”, expresó la mujer.

La amabilidad de enfermeros y médicos es lo único que no se rompe, no se agrieta y no transmite desconfianza en el hospital. Entre ellos se ayudan y cumplen su labor, entre la desidia y falta de insumos, con los pacientes. Los internos también colaboran, se apiadan de sus compañeros de habitación y comparten sus alimentos y conviven como familia mientras pasan sus días en el Periférico de Catia.

  

Lea el especial de crisis humanitaria en enterapiaintensiva.el-nacional.com

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