Hace exactamente 28 años, 2 y 3 de diciembre de 1989, quienes eran los dos grandes líderes mundiales, George H. W. Bush, presidente de Estados Unidos, y Mijail Gorbachov, jefe de Estado de la Unión Soviética, sostuvieron una reunión, conocida históricamente como la Cumbre de Malta, en la Isla de Malta situada en el centro del Mediterráneo, al sur de Italia.

Cuando la cumbre fue reseñada por los medios de comunicación, fue considerada como la reunión política de mayor relevancia desde que en el año 1945 se encontraron en Yalta, ciudad de la República de Crimea, al suroeste de Rusia, a orillas de la costa septentrional del mar Negro, el primer ministro británico, Sir Winston Churchill, el primer ministro soviético, Iosif Stalin, y el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, y en dicha reunión acordaron un plan de posguerra para Europa.

En la reunión de Yalta se llegaron a unos acuerdos calificados como extremadamente polémicos, incluso antes del encuentro final que se llevó a cabo en Potsdam. Se puede leer en cualquier documento que se refiera a esta histórica cita política que después de muerto el presidente Roosevelt, tanto al primer ministro británico, Sir Winston Churchill, como al primer ministro soviético, Iosif Stalin, se les acusó de haber rechazado una vigilancia internacional sobre los países liberados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Se lee también que “ningún otro gobierno fue consultado o le fueron notificadas las decisiones tomadas allí”.

¿Cuáles fueron esas decisiones? En primer lugar, se declaró liberada Europa y se consideró indispensable la realización de elecciones democráticas en todos los territorios liberados. De igual manera, se ideó la organización de las Naciones Unidas, al igual que se pensó en la creación de un Consejo de Seguridad para la ONU, así como se les concedió escaños en la ONU tanto a Ucrania como a Bielorrusia. Quedaron pospuestas la discusión sobre los crímenes de guerra y también las disposiciones sobre las fronteras de Italia con Yugoslavia y Austria; igual suerte corrieron las decisiones que correspondía tomar relativas a las relaciones entre Yugoslavia y Bulgaria. Lo que resulta indiscutible es que una de las consecuencias de esta reunión fueron los convenios concernientes a los nuevos límites de Europa, y muy en especial los referidos a Polonia. Al cumplirse los setenta años en 2015 de la Cumbre de Yalta numerosos críticos y analistas políticos la calificaron “como la tumba de la unidad europea”.

44 años más tarde se llevó a cabo la Cumbre de Malta, a la cual nos referimos para iniciar este artículo. No hubo acuerdos firmados en ella. Su propósito primordial fue convocar y juntar a Estados Unidos y a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y se discutieran los profundos cambios que ocurrían en Europa una vez caído el Telón de Acero, vocablo puesto en boga por Sir Winston Churchill, y con ello apellidar la barrera, tanto física como ideológica, que aislaba a los países bajo el dominio militar, político y económico de la URSS de los países occidentales una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.

De Malta se puede decir que marcó el comienzo del fin de la llamada Guerra Fría, cuyo origen, precisamente, algunos historiadores lo sitúan en la Cumbre de Yalta.

Dieciocho años más tarde y sin la connotación mundial de Yalta o de Malta, se da una reunión en la República Dominicana, donde no se discute la paz mundial, ni el fin de la Guerra Fría. No hay un Churchill, ni un Stalin, ni un Roosevelt; tampoco, un Bush, padre, ni muchísimo menos un Gorbachov. No hay ni una perestroika, ni una glásnost.

No sabemos bien el objetivo fundamental de la reunión, porque salvo algunas declaraciones de los cancilleres y ex presidentes asistentes, cada grupo lleva su propia agenda muy resguardada, como es usual. Sin embargo, el riesgo para la nación es imponderable. En el medio, está Venezuela, en crisis política, económica, cultural, social, con niveles impensables de miseria, insalubridad, delincuencia, hambruna, hiperinflación y cuya caída puede producir un impacto terrible en la zona latinoamericana.

Hasta el momento, no hay acuerdos, no hay decisiones. Este encuentro en la República Dominicana ha sido precedido por otras sesiones, cuyos resultados han sido nefastos para el país. Hay millones de miradas puestas en los distintos participantes, algunos, con ciertas esperanzas; otros, con justificado recelo y mucha desconfianza; otras miradas son de absoluto rechazo.

No queremos que aparezca bajo la manga una línea Curzon, que marque un límite como el impuesto en 1945 a Polonia con la URSS; menos queremos una rendición, o una postergación más, como la que ahora se está dando. Tampoco deseamos que, al igual que en 1989, a la caída del Telón de Acero y el fin de la URSS, quede un bastión castrocomunista incrustado en esta Tierra de Gracia.

Nuestra aspiración va mucho más allá de “un acuerdo donde se trace una ruta de futuro para Venezuela, que incluya comida, medicinas y voto libre”. No, no es solo eso. Aspiramos a la erradicación de este sistema que nos trajo a este caos. Es algo más, queremos libertad.


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