Para empezar debo manifestar que no soy anticomunista, como no soy anticapitalista ni anti nada; más bien soy adversario, nunca enemigo acérrimo de alguna doctrina, porque eso traduce un pensamiento totalitario que no forma parte de mis tozudeces intelectuales. Sin embargo, el voto libre, no regimentado, al ser verdaderamente democrático se convierte en el muro de contención de los totalitarismos y el comunismo es –como el fascismo– una doctrina cuyo entramado ideológico aborrece ese voto libre y, cuando lo permite, es una pantomima como la que convocaba Hitler o Mussolini y se toleraba en la URSS. Aún lo vemos en China, Bielorrusia, Corea del Norte o Cuba. Una verdadera burla macabra.

Fredo Arias-King, especialista en temas de la Europa Central y del Este, afirma que se pueden dividir en ocho grupos las formas en que los países de la Europa comunista se fueron alejando de ese régimen. En el primero, disidentes y nacionalistas llegaron a derrocar a un recalcitrante Partido Comunista y formar gobierno: la Checoslovaquia de Václav Havel, la Georgia de Zviad Gamsajurdia, el Kyrgyzstán de Askar Akayev y la Yugoslavia de Vojislav Kostunica.

En el segundo grupo, los partidos comunistas eran más flexibles y estaban dispuestos a negociar una transición, como en el caso de Polonia en 1989 y Lituania en 1990. En el tercer grupo, los líderes comunistas principales son los que llevaron al cambio de régimen por iniciativa propia y sin grandes presiones sociales: la Unión Soviética de Mijail Gorbachov en 1985, la Hungría de Imre Nagy en 1956 y la Checoslovaquia de Alexander Dubcek en 1968. En un cuarto grupo, ex altos mandatarios que habían sido previamente expulsados de la cúpula del partido utilizaron al naciente movimiento democrático para tomar el poder: la Rusia de Boris Yeltsin, la Croacia de Franjo Tudman y la Rumania de Ion Iliescu.

Un quinto grupo se caracteriza por funcionarios de segundo nivel, dentro de la nomenklatura del régimen, que aprovecharon el momento para tomar la bandera democrática como: Gyula Horn en Hungría y Slobodan Milosevic en Serbia. El sexto grupo: casos en los que los partidos de Estado se vieron obligados por grandes presiones sociales a fingir un rompimiento con el comunismo para sobrevivir, como la Ucrania de Leonid Kravchuk, la Letonia de Anatolijs Gorbunovs y la Albania de Ramiz Alia (en los primeros dos casos sí sobrevivieron políticamente, en el otro no). En un séptimo grupo, la caída del comunismo llegó solo en apariencia, pues líderes comunistas inesperadamente se convirtieron en líderes de naciones independientes, pero conservaron las principales estructuras represivas y la economía de Estado, como el Uzbekistán de Islam Karimov, la Belarús de Vyacheslav Kebich, el Turkmenistán de Saparmurat Niyazov y el Kazajstán de Nursultan Nazarbayev.

El octavo grupo incluye a líderes que utilizaron la violencia del Estado para provocar guerras civiles y así conservar o agrandar su poder. Encontramos aquí nuevamente la Serbia de Milosevic, y el Tajikistán de Emomali Rahmon y de Safarali Kenzhaev, y a los líderes de Armenia, Azerbaiyán y Nagorno-Karabaj, los cuales solaparon los conflictos interétnicos con fines políticos comenzando en 1988. Hoy, a excepción de Bielorrusia, todos disfrutan del derecho libre de votar y elegir a sus gobernantes.

En España los socialistas, a diferencia de los comunistas, siempre defendieron el derecho al voto. Recordemos a Indalecio Prieto, quien en 1921 no olvidaba el desconsuelo que le produjo lo que le contó Fernando de los Ríos cuando visitó Moscú, el año anterior, bajo la pesadumbre del espectáculo de la dictadura soviética. Este le preguntó a Lenin cuándo se iba a restaurar la libertad y el líder soviético le contestó con aquella frase desconcertante: “Libertad, ¿para qué?”. “Yo digo –termina Prieto–: sí, libertad para vivir, libertad para ser hombre, para exaltar mi personalidad, para colocarme por encima de los rangos animales inferiores, para ser yo, para hacer el bien por los demás, para consagrar mis energías con todo el ímpetu de mi alma al bienestar y a la libertad de los demás”.

Así como los socialistas españoles y de los demás países europeos occidentales siempre defendieron el sufragio, Rómulo Betancourt en Venezuela derrotó al comunismo con el voto, al instaurar la democracia y la libertad. También es esa la razón del éxito de los países nórdicos que rechazaron siempre al comunismo y defienden la libre empresa, el mercado y la competitividad, así como el inalienable derecho al sufragio libre de sus ciudadanos.

El voto es la garantía, el seguro de vida, la protección de los pueblos contra el totalitarismo de cualquier signo. Por eso los venezolanos, este domingo, demostraremos una vez más que las dictaduras totalitarias sí se pueden defenestrar con el voto, porque su ejercicio es anticomunista.

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