La teatral puesta en escena de Hamlet por William Shakespeare planteó el dilema existencial para que el hombre se responda interrogantes fundamentales de la vida, allí el dramaturgo pone a su personaje a dilucidar si matar al asesino de su padre, o suicidarse; si vivir o morir cuando corresponde tomar graves determinaciones. Viene al caso por la duda mortal que tenemos los venezolanos en estas aciagas horas sobre el tema electoral; imagino al personaje trasladado a nuestras realidades, cavilando sobre la disyuntiva y haciéndose la pregunta sobre participar o no en el proceso electoral del próximo 15 de octubre. Hacerlo o dejarlo de hacer puede significar la diferencia entre alargar o terminar con esta agonía.

No votar

Un pequeño diablito salta cerca de uno de mis oídos y me dice que participar es malo, que votar es traición a las luchas que se han librado y que han dejado un doloroso saldo de muertos, presos, perseguidos, heridos. También con maléfica sonrisa el satancito me susurra que la oposición reunida en la MUD está vendida y que recibe dádivas para participar, que sus dirigentes mantienen secretos negocios con la dictadura a la que finalmente es la que quieren beneficiar dando legitimidad a sus abusos.

Votar

Por el lado contrario, sobre mi hombro revolotea otro chiquitín, este es un angelito que me pide no haga caso a lo que me dicen por el otro oído; que aquel diablito rojo me llena de mentiras para que nadie le compita, para que no le pongan en riesgo la posibilidad de que ante el mundo disfrace su soledad. “Claro que harán trampas”, me dice, y agrega: “Empujarán a los opositores para que se quiten del camino, se valdrán de todo, amenazas, represión, regarán noticias falsas, crearán cizaña, todo lo cual indica que quieren quedarse solos”. Y ya para irse, este pequeño ángel me recomienda: “Revisa el caso de Chile, el plebiscito de Pinochet”, y entonces se esfumó.

Reviso el caso Pinochet

Haciéndole caso al chiquitín consigo que en septiembre de 1973 las Fuerzas Armadas de Chile dieron un golpe, desalojaron a Salvador Allende de la Presidencia e instauraron en ella al general Pinochet, quien dirigió un régimen marcado por horrendas violaciones de los derechos humanos, tales como más de 3.000 personas asesinadas, 1.000 desaparecidos, 28.000 presos, 200.000 exiliados, etc. En resumen, fue una dictadura terrible que apenas vino a aflojar un poco 15 años después, cuando admitió la realización de un plebiscito para regularizar la sucesión en el poder y plantearon 2 opciones muy restringidas a los ciudadanos: votar SÍ para que Pinochet continuara mandando por 8 años más. Votar NO para que Pinochet gobernara por un año más, y al final del cual se harían elecciones generales para presidente y Congreso. En ambos casos se votaba por el dictador pero era la única rendija que dejaba abierta a los martirizados demócratas.

Ante aquel planteamiento, la oposición se dividió, 13 partidos se unieron, llamaron a participar votando y crearon una organización denominada “Concertación por el NO”. Otros se negaron a participar alegando que eso sería legitimar la dictadura. Las similitudes con Venezuela son evidentes.

La feroz dictadura de Pinochet controlaba todo, desde el órgano electoral para abajo, y su campaña fue absolutamente ventajista, usó los recursos del Estado y restringió la participación de la oposición a la cual mantenía en jaque con persecuciones, limitaciones y una gran campaña de desprestigio. La unidad opositora se cuidó de no caer en provocaciones, tanto que cuando los radicales llamaron a un cacerolazo en las calles contra Pinochet, la Concertación se pronunció en contra y pidió a la gente que no saliera de sus casas. No escasearon las acusaciones de traición, vendidos, cobardes y otras.

Finalmente, hubo una participación popular masiva, el pueblo votó y lo hizo mayoritariamente por el NO. Pinochet quiso desconocer los resultados, pero se vio obligado a reconocer la derrota porque aquello resquebrajó su fuerza y el mundo estaba mirando. Un año después hubo elecciones generales y sobrevino la democracia. Pudo haber ocurrido que el discurso radical hiciera que los chilenos no salieran a votar y la abstención le dejara el campo solo a Pinochet, habría continuado en el poder verdaderamente legitimado exhibiendo a su favor una votación mayoritaria.

¿A quién hacer caso, al angelito o al demonito?

En Twitter hay una gran balacera sobre el tema electoral. Dos bandos se disparan acusaciones de traición; para unos traidor es quien llame a votar; para otros la abstención implica dejar camino libre al régimen para que refresque su imagen presentando una victoria electoral. Es una locura suicida que puede lograr ahondar la confusión que es, precisamente, lo que quiere el régimen, desmotivar, sembrar dudas y desánimo.

Si yo no estuviera en el exilio participaría, haría campaña gritando contra los abusos de la narcodictadura. Visitaría pueblos y barrios, liceos y universidades, paradas de buses y mercados. Miraría a los ojos a los hombres flacos que buscan en la basura. Me metería en las colas de las farmacias, de las panaderías, de donde venden gas para la cocina. Lloraría con las madres, hijos, esposas de los caídos, de los perseguidos y de los presos y les pediría que no dejen el campo solo a los esbirros para que canten victoria. ¿Qué más deslegitimación nacional e internacional de la dictadura que mostrar al pueblo asistiendo masivamente a votar en su contra? Sin ponerme a ofender a quienes piensan diferente yo no dejaría que otras manos escribieran mi firma en un cuaderno donde aparezca que voté por los conmilitones de la dictadura. Yo resolvería la duda de Hamlet desechando el suicidio y apuntando mi puñal no a mi propio corazón sino al corazón de la dictadura. Yo le haría caso al ángel de la libertad.


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